- 15 -

50 4 0
                                    

Caminé por las calles que nos faltaba recorrer, entrando y saliendo de todos los recintos mientras sacaba la cuenta estimada de cuántas personas estaban refugiadas en la bodega. No sabía con exactitud cuántas vivían en el pueblo, pero sabía que el número de la gente que estaban en las bodegas más mis compañeros que suponía estaban luchando afuera estaba cercana a total de ellas por ser un pueblo pequeño, lo que hacía que mis nervios se calmaran hasta bajar a niveles normales.

Hasta que volví a contar a los caídos que encontré.

Dieciséis cuerpos más.

Todos tenían una familia, todos con al menos un hijo que ahora no tenía a uno de sus padres.

Mientras doblaba por una esquina levanté mi arma rápidamente, divisando a una persona que se encontraba con la suya apuntándome para dispararme en el rostro.

—Baja el arma, maldito —siseé.

—¿Carolina? —escuché.

—¿Marcelo?

Mi compañero bajó la defensa y caminó los pasos que nos separaban para abrazarme con fuerza.

—Dios, casi te disparo, estúpida. ¿Estás bien?

Seguíamos abrazados recuperando fuerzas, recargándonos con ese momento.

—Estoy bien.

—¿Qué mierda pasó? —preguntó confundido.

—No que no debía, pero estoy buscando a sobrevivientes, los demás están en las bodegas del supermercado, ya tenemos a más de ¾ del pueblo.

Mi aliado suspiró aliviado y lo tomé del brazo para escondernos un poco más.

—Tengo dos docenas más. Están escondidos en la iglesia, lo primero que destruyeron fue el banco que se encontraba al lado, así que tuvimos tiempo de escondernos, cuando llegaron a la iglesia no vieron a nadie, pensaron que estaba vacío.

Ahora era yo la que suspiraba aliviada.

—Me alegra que tengas el mismo pensamiento que yo. Estaba en el supermercado e hice lo mismo.

—Te apuesto que te tomó más tiempo, pues yo soy mejor —bromeó y le di un pequeño empujón.

—Ya quisieras. ¿Tienes tu radio contigo?

—Sin batería. No me dieron el tiempo de cargarla.

—Iremos hasta mi hogar a buscar la mía, debemos comenzar a evacuar a la gente del pueblo para llevarlos al siguiente, esos bastardos pueden volver a atacar en cualquier momento. Debemos comunicarnos lo antes posible con la base. ¿Sabes si alguien más se comunicó con ellos? —pregunté, y su rostro se apenó.

—Los que suelen hacer guardia en el pueblo estaban en la base, solo estábamos tú y yo, y si tú no te comunicaste con ellos nadie lo hizo —respondió.

—Por la mierda. Vamos, llevaremos al resto hasta el supermercado para...

Pero sin previo aviso su brazo me corrió de su camino haciendo que cayera al suelo empuñando su arma salvajemente.

—Un paso más y te vuelo los sesos, hijo de puta.

Su voz estaba empapada en ira. Cuando giré mi cabeza para ver a quién le hablaba vi a Kent con su revolver ya en alto al notar como mi amigo lo apuntaba con la suya.

—Marcelo —me apresuré a decir. No podía moverme, estaba paralizada con lo que veía.

—Baja el arma, puedo explicarte —dijo Kent.

—No hay nada que explicar, bastardo —habló entre dientes.

—¡Marcelo, baja el arma! —grité aún en el suelo.

—Baja el arma, Marcelo.

—¡No digas mi nombre! —Se acercó dispuesto a matar.

—¡Marcelo, por favor!

Ya estaba con los ojos empañados, mi corazón latía con furia y todavía no podía moverme.

—Baja el arma —volvió a decir Kent, sólido como roca.

—Felicitaciones, acabas de decir tus últimas palabras.

—¡No! —grité.

Un disparo ensordecedor se escuchó haciendo pitar mis oídos y mis ojos se cerraron tan fuerte que creí que mis párpados se fundirían entre ellos.

No quería abrir los ojos, no quería ver el cuerpo de Kent inerte y polvoroso, pero cuando al fin lo hice pude ver a otra persona en el suelo.

No fue Kent el que cayó.

Ni tampoco Marcelo.

El cuerpo de un enemigo cayó muerto a las espaldas de mi amigo.

—¿Qué demonios? —dijo girando para verlo tirado.

Lo había salvado, había salvado a Marcelo de un ataque sorpresa.

Corrí hasta abrazar a Kent y me recibió con un brazo besando mi cabello. Sabía muy bien que estuvo a punto de morir, lo supe por su cuerpo, por su rostro, su respiración que se encontraba acelerada por el miedo de ser disparado sin la oportunidad de explicarse.

—Kent. —Lloré abrazada a su cintura.

—Estoy bien, bebé, descuida —dijo cerca de mi oído.

Levantó mi rostro y depositó un pequeño beso en mis labios esfumando el terror que nos produjo saber que podía haber sido la última vez que nos veríamos. Marcelo nos seguía mirándonos perplejo.

—Carolina —me dijo en reprobación, pero aún sorprendido que Kent le haya disparado a uno de los suyos para salvarle la vida.

—Te lo explicaremos en el camino, no podemos perder el tiempo, no sabemos si hay más bastardos rondando por aquí, hay que poner a salvo al resto —me apresuré a decir.

Asintió mirando al hombre a mi lado y yo caminé hasta el cadáver para remover sus armas y repartirlas entre los tres.

DISONANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora