Antes de salir el sol nos cambiamos de lugar. No tuve que decir que fue por temor que Kent llegara a nuestras puertas con su ejército, sino que por mera precaución por si alguien nos había seguido la noche anterior. Supusimos que ellos se habían cambiado también, así que ambos estábamos a ciegas, no sabíamos cuándo atacarían o cuándo lo haríamos nosotros. La nueva base era más grande que la anterior, pero quedaba más lejos del pueblo. Todas quedaban lejos de nuestro pueblo, nos cercioramos de que si alguien llegara a atacarnos lucharían con nosotros primero antes de poder llegar a nuestra gente y convertirlas en esclavos. Pero el pueblo era territorio prohibido. Nosotros lo sabíamos y ellos lo sabían, era un acuerdo global implícito en todos los pueblos, por eso existían los ejércitos en casa uno de ellos, al menos en los que resguardaban algo valioso como nosotros.
Como ya no sabíamos dónde se encontraban, el cuartel de investigación se dedicaría a inspeccionar los alrededores por los siguientes días para encontrar un indicio de su nueva guarida y así volver a atacar. Decidimos que la siguiente embestida sería cuando encontraran algo, por más pequeño que fuera. Yo no estaba en ese cuartel, yo era del combate a sangre limpia, así que tomé mi arma, mi cuchillo y me fui camino a mi lugar favorito.
No mucha gente esperaba encontrarse con rocas gigantes en el medio del desierto, donde todo era plano y los cerros estaban cubiertos por arena y polvo, pero yo conocía el lugar como la palma de mi mano, y después de vivir veintitrés años ahí y recorrer todo el lugar me encontré con un montón de rocas a un costado de un gran cerro que lograban llegar hasta los cuatro metros de altura, pero casi tapados por el suelo, como una especie de cueva que pasaba desapercibida a todos los que pasasen por ahí. Un lugar donde el río que algún día hubo logró modificar el lugar como para que quedara como mi guarida personal, todo escondido para el mundo exterior. Con el pasar de los años trabajé en ese lugar para que fuera más invisible al ojo humano, haciendo que solo los que sabían de su existencia pudieran encontrarlo.
Yo era una, y las otras dos fueron mis padres.
Era mi lugar especial, volvía a ella cada vez que necesitaba relajarme y alejarme de los problemas, y por la mierda que lo necesitaba en esos momentos, pero algo llamó mi atención; las piedras que tenía puesta estratégicamente para que fueran pisadas por cualquiera que lograra entrar se escucharon. Saqué mi nueve milímetros y apunté dispuesta a disparar.
Kent.
Tiene que estar de puta broma.
Sus ojos se fueron a los míos cuando me encontró, yo ya lo tenía en la mira.
—No me des otro motivo para dispararte que ya tengo muchos —dije rechinando los dientes.
Bajó una de sus manos y vi como sacaba su arma y rápidamente mi dedo se fue al gatillo de la mía preparada a atravesarle la cabeza con una bala. Pero no la empuñó, en cambio la lanzó a sus pies y la pateó a un costado.
—Es la única que tengo.
—¿Y debo creerte?
—Digo la verdad, Carolina.
Era la primera vez que decía mi nombre. Mis ojos lo penetraban con ira, pero su rostro no reflejaba nada de lo que yo sentía.
—Qué mierda haces aquí. Cómo encontraste este lugar. —No fueron preguntas.
—Vine a hablar contigo. —Sus manos se elevaron al cielo cuando vio que seguía empuñando mi arma.
—Te sugiero que sea bueno —le ordené.
—Debes irte.
—¿De qué carajo estás hablando?
—Debes tomar tus cosas y alejarte lo que más puedas de este lugar, entre más rápido mejor.
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DISONANCIA
RomanceCarolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. Conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quien sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha a...