Anastasia nos reunió en la sala principal para al fin darnos la noticia, decirnos el día exacto que atacaríamos.
—¿Tres días más? —preguntó Renato confundido después que nuestra líder terminara de ponernos al tanto de todo lo que estaba pasando e iba a pasar.
—¿Cómo es que llegamos a esto, Ana? Nadie del equipo de cabecilla sabía de esto —ataqué, y mentí, pues yo ya sabía.
—Lo saben ahora. Siempre hemos estado preparados para una lucha así, esta no será distinta a las otras. La fecha y la hora ya están puestas, así que por el momento no hay más que seguir entrenando y custodiar como siempre lo hacemos.
Y continuó hablando de nuestras tácticas y cómo abordaríamos la batalla. Yo no volví a hablar, ya no era necesario.
Como todo ya estaba listo decidí volver al pueblo por unos días. Estar en mi verdadero hogar y dormir en mi propia cama era un aliento necesario para continuar si todo se iba a la mierda. El aire fresco llenaba mis pulmones alejando el olor a pólvora quemada y sangre ajena. Cuando llegué lo encontré tal cual lo había visto la última vez que lo visité; las camas desechas, los trastes sin lavar y el recuerdo de mis padres latentes en toda esquina de la casa. Ya no había alimento en ella, ya que desde que nos enteramos de que estábamos siendo atacados, mis padres y yo nos fuimos a la primera base para hacer lo que estábamos preparando; luchar por nuestro pueblo. Ordené lo que pude y salí para comprar comida.
Estaba en el pequeño supermercado y mi estómago gruñía. Estaba repleto, como era de esperarse cuando la gente salía del trabajo e iba a comprar sus cosas para preparar la cena, y al ser el único supermercado del pueblo toda la gente recurría al local por sus convenientes precios. Por primera vez en mucho tiempo vi una normalidad que no sentía hace mucho tiempo; la gente charlaba, familias recorrían los pasillos con sus hijos, las parejas que ya conocía buscaban tranquilos sus alimentos, llenando sus carros como una noche cualquiera, y mientras sacaba una cena preparada algo llamó mi atención.
Los grandes paneles de focos que colgaban en el techo en el corredor donde estaba comenzaron a oscilar.
No.
No puede ser.
Mi corazón comenzó a latir a mil por hora y de repente, como si un switch se activará en mi cabeza todo se volvió en cámara lenta, y mi mente se fue la última vez que me junté con Kent.
Había vuelto a nuestro lugar, cumpliendo su promesa; no lo habían matado, y al verlo solté el aire que había tenido guardado sin saber que lo hacía, sin saber que mi pierna saltaba impaciente y la comida que había ingerido se revolvía en mi estómago.
No habló, en cambio sus brazos me rodearon el cuerpo levantando mis pies del suelo, y lo supe enseguida.
—¡Lo lograste! —grité cerca de él.
Se separó un segundo para dedicarme una de las sonrisas más llenas de vida que jamás había visto en él. Era la primera vez que lo veía sonreír así, su sonrisa era perfecta, y por Dios, quedé aturdida.
—Lo hice —dijo apenas por el abrazo que compartíamos.
—¡Dios mío! —grité —¿Cómo? ¿Se irán?
Eran tantas las preguntas, era tanta la emoción que empañó mis ojos.
—Los convencí, me creyeron.
—Por la mierda —lloré—. Dime que estás diciendo la verdad.
—Nos iremos, los dejarán tranquilos, los dejaremos tranquilos.
—Nos dejarán tranquilos —suspiré.
No podía creerlo, seguimos abrazados hasta entumecernos.

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DISONANCIA
RomantizmCarolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. Conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quien sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha a...