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Volví a la base esperando que nadie hubiera notado mi ausencia, y agradecí a los cielos no encontrarme con alguien al entrar por una de las puertas secretas. Me fui directo a mi cuarto, pero no me acosté en mi cama, en cambio me senté en el mismo lugar en donde había estado la vez que había salvado a Kent. Miraba mi cama intacta, imaginándome a él en ella, recordando cuando estuvo ahí con sus heridas y vendas. Recordé cuando lo inyecté con calmantes para que no se despertara por lo que estaba haciendo. En como le saqué cuidadosamente su camisa y pude ver todas sus cicatrices que me imaginé eran de combate, todas marcadas, sin querer desaparecer, aunque pasaran años, tal como las mías. Miré esa cama con un Kent imaginario, preguntándome qué hubiera pasado si hubiese decidido matarlo ahí mismo, si le hubiese dado más calmante de lo necesario para que muriera sin dolor, o imaginándome cómo le hubiese atravesado una bala en el cráneo como debí haberlo hecho por ser mi enemigo, intentando culparme por no haberlo hecho, en sentirme mal por dejar en vida a uno de nuestros nefastos enemigos que habían llegado a nuestras tierras a matar sin previo aviso. Sin embargo, nada pasaba, todos mis pensamientos eran interrumpidos por la cercanía que tuvimos, por el beso que compartimos y lo malditamente bien que se sintió.

¿Por qué llegaría a advertirme de algo tan fatal?

¿Y por qué haría lo que hizo?

Nada tenía sentido, y me negaba a ser la Julieta y él el Romeo en esta historia, más si sabía cómo terminaba esa obra.

Y con todos esos pensamientos y emociones salió el sol.

Después de recobrar energías con el desayuno por no haber dormido nada me fui directo a la sala de reuniones, me encontré con Marcelo y Renato hablando del supuesto mapa que los llevaría hasta la nueva base del enemigo.

—Buenos días —los saludé.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó Renato.

—¿Qué crees? Ver si ha habido un avance.

—Tú deberías estar descansando, te necesitamos con energía cuando demos el siguiente ataque.

Y lo que me había dicho Kent saltó en mis pensamientos.

Nuestros líderes ya planearon la siguiente batalla.

¿Entonces no saben cuándo será la próxima? —pregunté.

—Sabemos que quieres eliminar a todos esos hijos de puta, Carolina, pero no atacaremos hasta que estemos seguros.

Si Kent estaba en lo correcto, ni Renato ni Marcelo sabían del plan que ya habían tenido nuestros líderes. Y lo confirmé cuando hice la siguiente pregunta.

—¿Dónde está Anastasia?

—Dijo que tenía que cerciorarse de algunas cosas, también dijo que tenía que hacerlo sola.

—¿Y por qué nadie fue con ella? ¿Qué pasará si la atacan? ¡Es nuestra líder!

—Nos aseguró que nada pasaría, es probable que no tenga nada que ver con el enemigo —me dijo Marcelo asustado por mi arrebato.

—Por la mierda.

Y las palabras que escuché la noche anterior volvieron a saltar en mi cabeza.

Será mortal, ninguno de los dos sobrevivirá.

Y le creí completamente. Le creí a Kent y todo lo que había dicho.

—Ve a descansar, ¿quieres? Ve a tu lugar que nadie conoce, sabemos que nadie irá hasta allá. Déjanos esto a nosotros.

Me fui a mi habitación, pero no descansé ni mierda, en cambio esperé a que llegara la noche, pues necesitaba respuestas, y el único que me las podía dar era uno de los enemigos.

DISONANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora