Nuestros dedos estaban entrecruzados cuando desperté, y no los volvimos a separar cuando nos sentamos e intercambiamos las historias que aún no nos habíamos contado en todas nuestras conversaciones. Nuestras risas salían apagadas, intentando ignorar el cronómetro que nos torturaba con cada minuto que pasaba, pero sentí que pasó tanto tiempo estando en esa celda que como cualquier otro animal de costumbre terminamos aceptando nuestro destino, sonando como una despedida en todas las palabras que salían de nuestros labios.
Ninguno de los dos conocía cuánto tiempo habíamos pasado en nuestras celdas, pero supimos que nuestro momento había llegado al escuchar la puerta y ver al grotesco hombre entrar.
Nos miramos a los ojos.
Nuestra última mirada, pero no la guardé en mi memoria, en cambio agarré al recuerdo de nuestro primer beso, a las veces que abrazó mi cuerpo con fuerza, a los momentos que subió mi rostro con su dedo en mi mentón para mirarlo a los ojos. Guardé en mi cabeza cuando tomó mi cuerpo y lo subió a la mesa de la panadería solo para perdernos en el otro y sentir por primera vez algo que jamás creí posible. Me fui a él y a la mirada que me regaló justo antes de dedicarme esas dos palabras que cambiaron completamente mi mundo.
Te amo, Carolina. Dije que te amo, por más ridículo que suene.
Y todo eso lo guardé en mi interior, esperando que se mantuviera en mí una vez que dejara de existir.
—He tenido mucho tiempo para pensar —habló el bastardo, paseándose por fuera de nuestras celdas—. Pensé en las mejores maneras para matarlos, la mejor manera de torturarlos hasta ver como sus vidas escapan de sus ojos, pero luego pensé; ¿qué tan divertido sería eso? No me malinterpreten, disfrutaría cada minuto si lo hago, y el saber que nunca pudieron lograr su Y vivieron felices para siempre se tatuaría en mi mente para usarla de combustible en la matanza que nunca acabará hasta el día que muera. Matarlos así quedaría como una lección de vida para cada uno de mis hombres por si alguno se le ocurre hacer una estupidez como la que hizo Kent, pero luego pensé; ¿será suficiente para mí?
—Deja el palabreo y acaba con nosotros de una vez —gruñó Kent.
—Ese es el problema, hijo, pues creo que matarlos no será suficiente para saciar mi morbo.
—¡Maldita sea! ¡Me tienes aburrida! ¡Termina con esto de una buena vez! —grité yo.
—Está bien, princesa, llegaré a mi punto. Pensando, pensando y pensando, se me ocurrió una mejor idea para torturar a los dos —dijo abriendo los brazos, como si esperara un abrazo imaginario—; ambos seguirán con vida. Pero con una condición, queridos.
—¿Qué mierda? —susurré.
—Habla de una puta vez —le ordenó el hombre a mi lado.
—Es bastante simple, muy ingenioso; Kent volverá con nosotros y matará hasta el día de su muerte, y tú, princesa, tendrás que quedarte aquí sabiendo que tu noviecito se convierte en lo que más odias, en un asesino despiadado.
Sus dientes amarillos se veían con una expresión de victoria, orgulloso de lo que había planeado.
—¡Estás loco! —grité con asco.
—Veo que la princesa no está de acuerdo, ¿y tú, Kent? —Miró lo que alguna vez fue su discípulo.
—Debes estar mal de la cabeza si piensas que volveré con ustedes. Prefiero morir.
Y el hijo de puta volvió a sonreír frívolo.
—¿Y si en vez de morir tú, muere ella?
Su mano se perdió en su espalda, sin previo aviso sacó un arma y una bala atravesó mi pierna. El dolor se esparció rápidamente por mi cuerpo lanzándome al suelo, imposibilitándome gritar.

ESTÁS LEYENDO
DISONANCIA
RomanceCarolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. Conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quien sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha a...