Me desperté antes que saliera el sol y me fui directo a la sala de reuniones. Renato y Marcelo estaban ahí.
—¿Algo? —pregunté apenas entré.
—Nos estamos acercando, pero no queremos atacar sin estar seguros —respondió Renato.
—¿Qué carajo te pasó ayer? —escuché a Marcelo. No le respondí, solo lo miré mosqueada—. Pareció que querías asesinar a los nuestros.
—No seas estúpido. Solo quiero encontrar a esos bastardos.
—Todos queremos hacerlo, Carolina. Pero no tienes que descargarte con el cuartel.
—Lo sé, por la mierda, lo siento.
—Vete, date una ducha, ve a ese lugar tuyo o algo, que cuando te enojas das miedo —bromeó Renato.
—Solo sigan buscando, ¿sí?
Ya me había dado una ducha, había repasado los mapas que teníamos y había salido en la siguiente guardia con el escuadrón de búsqueda. Pasamos dos días fuera del lugar buscando al menos una pista que nos acercara al enemigo, pero los malditos se habían escondido bien, y me pateaba con cada minuto que pasaba al pensar que podría haber matado a los que vi estando encerrada. Aunque hubiese muerto al menos habría matado a algunos en el proceso.
Incluso a Kent.
Era casi media noche cuando decidí que dormir no me iba a ayudar en nada. Tomé mis pistolas y mis cuchillas para ir al único lugar que podría mantenerme en calma. Las trampas estaban puestas, todo estaba en orden, y el que quisiera acercarse tendría que pasar por ellas antes de llegar a mí. No había puesto trampas mortales, no quería que murieran en ellas, quería saber que habían ultrajado mi lugar favorito para ocuparme de ellos por mí misma. Verlos sufrir hasta decidir acabar con ellos.
Y es que la lucha con esos malditos me había dejado el corazón de piedra.
Cuando llegué verifiqué que todo estuviese en orden. Pasé por cada una de los artefactos que había puesto para ver si alguien había estado ahí. No había pruebas de que se hubiesen acercado.
Hasta que llegué a la última.
Apenas pude sacar mi arma cuando escuché una voz a mi espalda, lejos. Reconocí a la persona que habló tan rápido que me sorprendí.
—Bájala. Déjala a un costado y gira lentamente —habló ronco.
—Te dije que no volvieras.
—Y yo te dije que bajaras el arma.
Aunque estaba hirviendo en el interior hice lo que dijo. No podía dispararle si ya tenía su mira en mí. Dejé la pistola a mis pies y di la vuelta lentamente. Le daría el beneficio de la duda, aún tenía una escondida y mis dos cuchillos estaban en mis pantorrillas para usarlas si era necesario. Cuando terminé de voltear vi que no cargaba un arma, solo me había hecho creer que la tenía, y estaba más lejos de lo que pensé.
—¿Qué haces aquí? —escupí.
—Dije que tenía que hablar contigo.
—¿Para esperar a que lleguen los de tu bando y me asesinen?
Vi como su mano se iba a su frente. Ya sabía que hacía eso cuando estaba molesto.
—No le dije a nadie de este lugar. Me puedes creer o no, me da igual, pero no me iré hasta que me escuches.
—¿Por qué tendría que hacerlo?
—Deja de hablar por alguna vez en tu vida y hazme caso; acércate.
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DISONANCIA
RomanceCarolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. Conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quien sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha a...