Caminamos con dificultad hasta llegar a un lugar seguro; a la sección de panes. Los hacían ahí mismo, en una pequeña habitación con ventanas grandes para que la gente pudiera ver como lo hacían, entramos hasta ahí y así poder ocultarnos entre las mesas y máquinas en ese pequeño cuarto. Senté con cuidado a Kent y toqué todo su cuerpo hasta que la encontré; su pistola. La guardé por detrás de mi espalda por si intentaba hacer algo y después corrí nuevamente al supermercado buscando la sección de farmacia, tomé lo necesario para curar la herida que tenía sangrando y volví a él. Terminé de vendarle la herida, la sangre ya no salía y su rostro ya no tenía expresión de malestar.
—¿Te duele algo más?
Movió la cabeza en negación. Me senté frente a él, lo examiné con la mirada para cerciorarme que no tuviera más lecciones, olvidándome completamente de lo que había dicho antes de encontrarlo. Ahora estaba ahí, sentado en el suelo y sin armas para matarme.
Era mi oportunidad, pero su voz se escuchó bajo, llena de remordimiento.
—Lo siento.
—¿Qué es lo que sientes, Kent? ¿Sientes que tus secuaces no lograron matarme? —escupí con asco haciendo que me mirara.
Su rostro reflejaba verdadero dolor, pero no por el reciente corte en su frente, no por el malestar de su cuerpo, sino que por algo más.
—Carolina, pensé que los había persuadido, no sé que pasó. Me dijeron que nos iríamos, pero atacaron sin previo aviso.
—¿Y piensas que voy a creer que no fue culpa tuya que lo hicieran?
Su rostro se demacró. Ese era el momento para matarlo, le ordené a mi cuerpo a lanzarme a él y ahorcarlo hasta la muerte, pero no me hizo caso, se quedó donde estaba, mirándolo con atención.
—No sabía que lo iban a hacer. Cuando comenzó corrí para encontrarte antes que todo se saliera de control. No estabas en tu lugar especial, así que vine hasta aquí, pero... —calló de repente.
—Pero ¿qué, Kent? —hablé dura.
Le tomó unos segundos hablar y mi estómago volvió a apretarse cuando escuché lo que dijo.
—No debí haberles mentido. No debí haber hecho todo eso por una... —Inhaló fuerte, enojado—. Cualquiera.
Lo miré con odio, pero sin poder esconder lo que esa simple palabra había provocado en mi interior.
Por supuesto. Eso fui para él, una cualquiera.
La perra de la que había hablado.
—Me das asco —dije mirándolo a los ojos.
—Debería estar con ellos allá afuera.
Mi enojo creció de manera irreconocible, volviendo al día número uno.
—¡¿Con ellos?! —grité
—¡Son mi familia!
—¡¿Tu familia?! ¡Tienes que estar de puta broma! ¡¿Con los asesinos que mataron a la mitad del pueblo?! ¡¿Con ellos quieres estar?! ¡¿Con los que intentaron matarme a mí?!
Estaba gritando a todo pulmón, no me importaba, estaba tan llena de ira que mataría a cualquier que oyera mis bramidos, empezando por Kent, y él se mantuvo en silencio, respirando furioso, con las mismas ganas que tenía yo de asesinarlo de una vez por todas.
—Todo este tiempo me hiciste creer que eras diferente, pero eres igual a esos bastardos.
—¡Ellos me cuidaron cuando nadie más lo hizo!
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DISONANCIA
RomantizmCarolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. Conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quien sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha a...