Estaba en la celda especial de la que había hablado el estúpido ese. Sí que era especial, pues este no tenía barrotes, eran cuatro paredes de concreto y una puerta.
Nada más.
Ni siquiera había luz.
Me acurruqué en la esquina para intentar calmar los espasmos que la pistola de descarga eléctrica había provocado y me sorprendió que no me hubieran hecho añicos considerando lo que hice, ya que me habían demostrado que jugaban sucio y les gustaba patearte cuando estás en el suelo.
Moví un poco las esposas para tocar las heridas que tenía en las muñecas, no eran severas, podían haber sido peor. No pude distinguir cuando tiempo había pasado, no había ventanas ni nada que pudiera darme una pista de si había pasado unas horas o incluso días, todo estaba oscuro hasta la mierda. Lo que sí sabía era que no dormiría, estaría despierta y consciente si se acercaban a mí de nuevo.
Escuché la llave de la puerta y un hombre gordo se asomó, no pude verle el rostro porque la luz del otro lado me cejó momentáneamente.
—Princesa.
Como odiaba que me llamaran así.
—Es hora de tu baño. —El tipo entró y subió su arma para que la mirara—. No vayas a hacer algo estúpido, ya aprendimos la lección, y créeme que dispararte alegrará mi día.
Caminamos por los largos pasillos, el tipo a mi espalda con su pistola pegada a mí, preparado a disparar si hacía cualquier movimiento que no fuera caminar. El lugar era grande y tomó bastante tiempo en llegar a una habitación donde había muchas duchas, una al lado de la otra, sin separaciones, los que se ducharan ahí tendrían que verse completamente desnudos.
—Dame tus manos —me ordenó severo. Sacó una llave de su bolsillo y me sacó las esposas oxidadas—. ¿Ves? ¿Quién dijo que éramos unos monstruos? Ahora apúrate que no tengo todo el día —dijo empujándome fuerte hacia las duchas, pero cuando entró junto a mí le lancé una mirada asesina.
—Ni se te ocurra —lo amenacé—. Puedo contra ti, aunque tengas esa maldita cosa —dije mirando su pistola.
El gordo me miró apretando la mandíbula, sabía que podría contra él, o no lo sabía, pero aun así retrocedió unos pasos y cerró la puerta para dejarme sola. Miré a mi alrededor, allí tampoco había ventanas y todo estaba cubierto de polvo y cemento. La puerta era de metal y aunque lo intentara no podía traspasarla, podía contra el desagradable tipo, pero también sabía que después de mi acto estarían todos con una metralleta bajo el brazo esperando que cometa el mismo error para dispararme sin piedad. Me di por vencida y giré una de las llaves para que saliera el agua. Me puse bajo el chorro con la ropa que tenía, así aprovechaba de sacar la sangre seca que tenía en ella y sacarle el olor a prisión. El agua templada ayudaba con los músculos cansados y me llenaban de energía para seguir luchando y encontrar la manera de escapar, pero cuando estaba a punto de disfrutar la ducha escuché como la puerta se abrió y cerró.
Kent.
Su rostro irradiaba disgusto, un rostro que conocía bien. Recorrí mis ojos por su cuerpo y vi que no llevaba un arma.
—¿Vienes a hacer de niñero de nuevo?
—¿Recuerdas a la chica que te llevó hasta tu celda? ¿La chica a quién le rompiste la nariz? —me preguntó tranquilo, pero sabía que escondía una gran irritación en él.
—Vagamente —contesté sin prestarle atención.
—Esa chica es mi novia.
Solté un bufido sonoro.

ESTÁS LEYENDO
DISONANCIA
RomanceCarolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. Conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quien sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha a...