VI

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La entrada de los sacerdotes, por el atrio principal del recinto, fue clamorosa. Toda la comunidad, que no tenía misiones de vital importancia para la supervivencia de los moradores, se había reunido allí para vitorear a la Libertadora y sus defensores. La victoria sobre los odiados enemigos había sido aplastante. Desde que ella ascendió a lo más alto del escalafón militar jamás habían perdido una batalla, ni siquiera en Sínola se podía decir que habían sido derrotados, ella había salvado a los niños.

Alexia y sus cruzados caminaban entre vítores y abrazos de la multitud, que les detenían a cada paso para imponerle guirnaldas y coronas hechas con flores y plantas. Una vez más habían ganado, la Monseñor, punta de lanza de la marcha, se mostraba satisfecha, su andar marcaba el paso de sus leales guerreros.

Llegaron a la plaza principal antes de que oscureciera del todo, las lámparas de cobre iluminaban, exiguamente, a los miembros del Concejo Comunal reunidos en las escaleras que daban acceso a la Casa del Pueblo para rendirle honores. Aunque seguía habiendo electricidad, gracias a la presa, hacía mucho tiempo que las bombillas de neón se habían terminado. Pese a los buenos artesanos de ingenería que había en la comunidad, nadie sabía cómo fabricarlas.

El jefe del Concejo, Jan Roser, la saludó desde la distancia. Era mayor que Alexia. Cuando el Mulá los encontró, él era uno de los chicos de más edad y ella apenas una niña de tres años. Se conocían bien y se querían, pese a que Roser seguía temiendo el poder dictatorial que ella acumulaba día tras día.

—¡Bienvenida, Libertadora!

Su voz no escondía ningún doble sentido. Descendió las escaleras y abrazó a Alexia con toda su alma y profundo cariño. Ella le devolvió el saludo de igual manera, y todo el pueblo allí reunido vitoreó el acto con gran alborozo. A nadie le pasaba desapercibido que aunque el Concejo Vecinal era la máxima representación del gobierno en la comunidad, era realmente la Monseñor la que ostentaba ese poder. Mientras dos buenos amigos, además de apreciados líderes en sus terrenos civiles y militares, estuvieran en lo alto del escalafón de mando, todos saldrían ganando.

La celebración duró toda la noche y bien entrada la mañana. Sólo había una fiesta oficial en 'La Fortaleza', el día del "Encuentro", que coincidía con el equinoccio de primavera y cualquier excusa era buena para el alborozo.

Pero no todos pensaban en divertirse. Varios miembros del Concejo se miraron subrepticiamente mientras Roser y la Monseñor se sentaban en la mesa de honor, en la gran plaza, para dar comienzo al banquete de bienvenida a los héroes. A través de unas señas, casi imperceptibles, entraron sin ser vistos en la Casa Consistorial, reuniéndose en una de las habitaciones del piso superior.

—Roser no nos apoyará en esto, Marcos.

—Entonces tendremos que hacerlo sin él —miró a los presentes indistintamente, intentando determinar la solidez de sus voluntades.

—Esto que propones es un magnicidio, Marcos —el consejero principal de Roser tenía sus dudas. Se sirvió otro vaso de vino y rellenó el del que estaba más cerca en la mesa—. Además, Alexia ha sido nuestra líder durante más de veinte años.

—Nosotros somos mayores que ella, Carlos —se levantó de la silla para que todos pudieran oírle mejor, pero manteniendo aun así el tono conspirador provocado por el momento—, recuerda que cuando llegó el Mulá ella era una niña que no nos llegaba a las rodillas —todos asintieron, en aquel momento casi todos los presentes estudiaban en los cursos superiores del colegio—. No debimos permitirle que acumulara tanto poder.

—Pero es que es la hija del Mulá.

La observación no le sentó bien al actual consejero de agricultura —un cargo realmente importante en la comunidad—, y miró reprobadoramente al joven que la había pronunciado, que se cayó en el acto.

—¿Y que? Tú eres de segunda generación y no lo comprendes —le miraba directamente a los ojos—. El Mulá es un hombre como nosotros. Nos ayudó a sobrevivir, cierto, sin él jamás hubiésemos podido fundar una comunidad autocrática como ésta. Es más, seguramente hubiésemos muerto —miró profundamente a los demás. Él, al igual que todos, amaba al Mulá, también había sido su padre—, pero ahora ese espíritu de comunidad se ha perdido –todos asintieron–. Ahora se está convirtiendo en un estado fundamentalista, y es sólo cuestión de tiempo que el Concejo desaparezca y ella asuma todos los poderes. Entonces, esto sería una dictadura y ¿no nos previno el Mulá que eso no debía ocurrir nunca?

Marcos rodeó la mesa apoyando sus manos sobre los hombros de los presentes, intentando traspasarles una seguridad que él mismo no sentía. Le daba miedo esa mujer, miedo a que ella gobernara, a que impusiera su férrea voluntad, su salvajismo. Él nunca había sido un sacerdote, propiamente dicho, pero sí un regular. Él había estado en Sínola y Enteros y sabía lo que ella era capaz de hacer con un simple cuchillo. Estaba convencido de que retrasó la intervención del rescate para darles tiempo a las bestias a que acabaran con los adultos, eso sí, salvó a los niños y mató dos pájaros de un tiro. Se convirtió en una heroína para el pueblo y se quitó a todos los adultos que no comulgaban con sus ideas y que habían provocado la escisión. Pero también le daba miedo el que ya no estuviese. Se estaba convirtiendo en una dictadora pero, gracias a ella, el horror jamás había entrado en 'La Fortaleza', ni siquiera habían logrado atravesar el anillo principal. Sus hijos estaban a salvo, su tremenda fuerza moral había conseguido rechazarlas cientos de veces. No había ni uno solo, de los casi tres mil habitantes de la comunidad que, de una forma o de otra, no le debiera la vida. Por eso necesitaba apoyos, en el fondo, él solo no se atrevía.

—¿Debemos esperar a que el Mulá no esté entre nosotros? —la voz de Carlos rompió el momento y devolvió a Marcos a la realidad—. Creo que se lo merece —una sombra pasó como un rayo por su mente. Todos sabían de su terrible enfermedad, y todos lo sentían profundamente.

—Sí —contestó tajante—, respetaremos eso. Nadie debería sobrevivir a sus hijos.

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora