VII

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"La estación de servicio se encontraba prácticamente a la entrada del pueblo. Me sorprendió su exagerado tamaño, demasiado grande para una población tan pequeña, quizá era la única de la zona, pero en cualquier caso, muy conveniente. Tenía un pequeño supermercado en la misma gasolinera, que me serviría para aprovisionarme de todo lo que no estuviera caducado. Pero, cuál fue mi sorpresa al descubrir que ya había sido saqueado, en ese remoto lugar había más supervivientes. Me dio un vuelco el corazón, y sin llenar el depósito del vehículo y presa de los nervios, entré en la población haciendo sonar constantemente la bocina.

No sabía cuántos eran, quizá uno solo, de esta forma me ahorraba buscarlo y si estaba asustado, de lo que no me cabía la menor duda, daba opción a que nos estudiara como quisiera y el tiempo que necesitara.

Detuve la caravana frente al ayuntamiento. Las banderas ondeaban ligeramente y el aspecto de la plaza era desolador, nadie respondía a mi llamada. Extendí el toldo lateral y saqué una mesa y dos sillas, además de comida caliente. Senté a mi hija a mi lado y nos pusimos a comer con toda normalidad. En ningún momento pensé que pudiera o pudieran, los que fuesen, hacernos daño de alguna forma, estaba tremendamente excitado por la idea de encontrarme con más seres humanos y no caí en ese detalle.

La raza humana se ha caracterizado siempre por hacerse daño a sí misma, en eso las bestias son más civilizadas. Ellas no se matan entre sí. Me comporté todo lo natural que pude dada la situación, el que nos estuviera vigilando no debía temer de nosotros y comer era algo que hasta un niño vería normal, y así fue, un niño nos vio.

Apareció por una de las calles laterales de la plaza, tendría unos doce o trece años, estaba muy delgado y con la ropa muy sucia. Me levanté lentamente y cogí de la mano a Alexia, que no se creía lo que veía. Me acerqué despacio a él, procurando no hacer movimientos bruscos para no asustarlo, cuando lo que realmente me hubiese gustado era correr y abrazarle.

Me dijo que se llamaba Jan, Jan Roser. Me agaché y le miré a los ojos, ojos duros, necesitados de cariño, endurecidos por el dolor. Le expliqué que había venido a ayudarle y entonces se lanzó sobre mí y me abrazó con fuerza.

Le preparé comida caliente, devoraba, con ansia, cualquier cosa que le ofreciera, mientras Alexia le miraba extasiada. Le interrogué suavemente y me contó que no estaba solo, había más niños, muchos más. No sabía exactamente lo que había pasado, sólo que los adultos habían desaparecido sin más. Le pedí que me llevara al lugar donde estaban los demás, y aunque me miró reticente, accedió a hacerlo. Entonces me preguntó si yo era el "Mulá", no lo entendí, pero le dije que sí.

Andando, recorrimos el pueblo hacia su parte más alta. Salimos a una pequeña carretera que ascendía hasta un elevado promontorio, desde abajo ya se divisaba la esquina de un edificio que parecía, desde allí, de gran tamaño. No me equivocaba, era realmente imponente. Cuando llegamos a la entrada de un inmenso patio, completamente vallado, el muchacho nos detuvo con la mano y corrió hacia el interior. En unos momentos una muchedumbre de niños y niñas, de todas las edades, salieron a nuestro encuentro. Delante, Jan hablaba con otros chicos de su misma edad que parecía encabezaban la comitiva, señalando convulsivamente lo que parecía ser la foto de un libro. Llegaron a mi altura, en silencio, y Jan volvió a preguntarme si era el "Mulá", volví a contestar que sí, miré por encima la foto y entonces lo comprendí. Era un retrato del Mulá Aiman Ibrahim Bedlhadj de Argelia, y al pie de la misma estaba la leyenda: "Mulá, padre de todos".

Levanté la cabeza sonriendo, eran niños desorientados y solos, condenados sin saber por qué. Miré al cielo, agradeciendo a Cristo el que me hubiese permitido encontrarles, y entonces leí el pórtico de entrada del edificio: Centro Institucional de Orfandad "La Fortaleza".

Era un orfanato, más de setecientos asustados niños de entre dos y catorce años, abandonados por los adultos cuando comenzó la matanza, pero que por una ironía del destino estaban en el lugar correcto, en el momento oportuno, y habían sobrevivido.

Los tentáculos no habían subido hasta allí."

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora