IV

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El túmulo de Ócran era el más septentrional respecto de 'La Fortaleza'. Realmente era como una vanguardia, así como los de Sur y Gónar, apenas producía suficiente alimento como para que fuera realmente rentable, pero eso las bestias no lo sabían. El Mulá les había enseñado siempre que cuanto más lejos localizaran el peligro, tanto mejor podrían preparar la defensa. Hacían creer a sus enemigos que en ese lugar estaba la frontera y éstos, inconscientemente, la situaban allí. De esta forma sus incursiones no provocaban daños en los túmulos interiores, que si eran los que los alimentaban.

De cualquier manera, Alexia durante años había extendido la frontera formando tres anillos de seguridad de más de treinta y cinco kilómetros de radio alrededor de 'La Fortaleza'. El primer anillo se situaba a veinte kilómetros del epicentro. Este era inviolable, con fortines cada tres kilómetros todo alrededor, unidos con una alambrada electrificada y comunicados constantemente con cuernos de sonidos, hechos con los cadáveres de los monstruos capturados; otra forma de terror subliminal. Había doce sonidos, y veinte códigos distintos, demasiados para que las mentes subdesarrolladas de los demonios pudieran aprenderlos, pero suficientes para mantener a los cruzados perfectamente comunicados. Cada fortín contaba con un sacerdote guerrero completamente armado y un mensajero.

Los corredores eran importantes, si uno de los fortines era atacado por sorpresa y el sacerdote no podía tocar el cuerno a tiempo, era el mensajero el encargado de incendiar una pira de madera seca, rociada de pólvora, que se encontraba a quinientos metros hacia el interior. También debía llegar al siguiente fortín en pocos minutos para alertar a toda la guardia. El guerrero, sin embargo, debía contener a los enemigos todo lo que pudiera, aunque le costara la vida.

Crear este cuerpo especial de heraldos había sido idea de Alexia después de la matanza del túmulo de Sínola. Estaba compuesto de chavales de entre trece y dieciséis años. El sueño de casi todos ellos era comenzar aquí, para luego formarse como sacerdotes y ascender en el escalafón militar. Era un honor pertenecer a este cuerpo.

Por encima del anillo principal había dos más, uno a los cinco kilómetros y otro a los diez. El primero no contaba con tantos fortines de defensa como la línea principal, pero el más alejado apenas tenía sacerdotes guerreros. De lo que sí disponía, el más periférico, era de ojeadores provistos de lentes de aumento y monturas para la evacuación de los hombres. Con la Monseñor todo era poco para proteger 'La Fortaleza', allí vivían los seres más importante de todos, la siguiente generación, los bocados preferidos de las bestias: los niños.

Habían llegado a tiempo, aun no habían sobrepasado el túmulo. Los campos de cultivo eran llamados así, en honor de los cruzados caídos en su recuperación y conquista. Para la Libertadora y para el mismo Mulá, era importante que la comunidad no olvidara a sus héroes.

Las bestias se movían con cautela, olfateando el aire constantemente para poder detectar la presencia de enemigos en los alrededores. El hambre de carne humana las atraía cada cierto tiempo hacia los límites del territorio de la Monseñor.

A Alexia no dejaban de sorprenderla. Eran inferiores pero constantes, y lo peor de todo, eran miles. Su mente colectiva, que en un principio había supuesto una ventaja para ellas, ahora casi siempre sellaba su perdición. El Mulá había estudiado que lo mejor para confundirlas era atacar desde todos los ángulos posibles y con multitud de armas diferentes. De esta forma las bestias no podían concentrar su ataque en un solo punto, ni disponer una defensa para un determinado arma. El caos se introducía en sus líneas y el macho alfa dominante en esa acción, perdía el control cerrando la comunicación con los demás, lo que provocaba un aislamiento general, y la individualización de cada ente. Había casos en los que dos engendros cercanos, casi juntos, no eran conscientes que su compañero se encontraba tan cerca y estaba siendo superado. Por lo tanto, un solo hombre, con decisión y mucha sangre fría, podía primero matar a uno y luego tomarse su tiempo para eliminar al otro. Alexia había acabado con muchas parejas de esta forma.

Ordenó con los movimientos de una antorcha —la ceguera de los enemigos se aliaba con esta forma de comunicación— que deseaba capturar, en lugar de matar. Necesitaban monturas además de carne, y una vez arrancados los pequeños cerebros, del tamaño de una nuez de sus cuellos, los horrores se convertían en dóciles sucedáneos de caballos y vacas.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, y antes de que cambiará el viento, ordenó el ataque. Aunque iban bien camuflados con un concentrado de olor a tierra y algas, que fabricaban los artesanos de 'La Fortaleza', era casi imposible disimular completamente el olor a humano.

La batalla fue breve y precisa, pero como siempre bestial. Redujeron alrededor de setenta presas, y destrozaron a más de cien. Era fundamental el salvajismo en cada ataque. En nombre de la Monseñor, los sacerdotes despedazaron a cada bestia herida por las flechas envenenadas que se retorcía en el suelo húmedo del túmulo. Todo el valle se llenó de sangre y el olor podía percibirse incluso desde 'La Fortaleza'. Dejaron huir a las más alejadas. Convenía que no olvidarán esta matanza, esto aseguraba una o dos estaciones de tranquilidad.

No hubo que lamentar muertes entre los cruzados, aunque si varias amputaciones. Ésta era una asignatura pendiente. Aunque los artesanos de la comunidad eran maestros en la fabricación de prótesis, proyectadas para la batalla, apenas existían uno o dos tipos de antibióticos contra las infecciones. La propia Alexia, tratando de que un enemigo soltara el brazo de un joven guerrero, se había ganado otra cicatriz que recorrería su estómago el resto de su vida. El joven salvó el brazo; la bestia sólo había podido arrancarle la mano.

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora