XVII

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"Lo que ví sobre la plataforma heló la sangre de mis venas. Era un ser alto y delgado, bípedo, semitransparente, pero de aspecto acuoso, que cambiaba la tonalidad azul de su cuerpo a cada momento. Su cabeza era desproporcionada respecto a su cuerpo, así como sus brazos, que casi le llegaban a lo que parecían sus rodillas. Sin embargo, lo que de verdad me asustó fueron sus guardaespaldas. A sendos lados de su cabeza había dos tentáculos, iguales a los que mataron a mi esposa, idénticos al que ví descender por el sótano. Sus escoltas eran nuestros verdugos.

El ser levantó un brazo, cómo ordenando a las bestias, hasta ese momento revueltas, que se apaciguaran. Estas se detuvieron en el acto y se silenciaron hasta el punto que podía oír mi propia respiración. Entonces, una especie de onda mental me erizó los pelos de la nuca. Comencé a visionar imágenes que se me antojaron irreales, imágenes de otros mundos, de otras civilizaciones. Todas mis pesadillas no eran nada comparado con lo que descubrí en ese momento.

No estamos en este planeta por selección natural, ellos dejan que una especie en concreto evolucione. Simplemente, esta vez, probaron con el homosapiens, antes lo hicieron con los dinosaurios, y antes con otras. Ese ser era un guardabosques, una institutriz, cuya misión es vigilar este mundo para otros seres más evolucionados. Somos un experimento, sólo eso, un experimento que salió mal y fue destruido. Las bestias debían barrer del planeta todo vestigio de nuestra civilización, y comenzar de nuevo el ciclo con otra especie.

Vomité con fuerza y me dejé caer al suelo. ¿Cómo iba a luchar contra los tentáculos? Ni todos los ejércitos del pasado habían podido detenerlos. ¿Iban mis hijos a morir irremediablemente? En ese momento deseé con fuerza haber muerto junto a mi querida esposa. He tenido pesadillas, desde entonces, todas las noches. No teníamos ninguna posibilidad de sobrevivir.

Pero me recompuse, si Dios deseaba que desapareciéramos, lo haríamos, pero un minuto de vida sigue siendo vida. Nos defenderíamos con uñas y dientes, no desfallecería en la lucha mientras hubiera un soplo de vida en mi cuerpo, por mi hija, por los niños. Guardaría el secreto para siempre. Me prometí a mí mismo, que nadie conocería la verdad hasta que no llegara el último momento. Ahora me estoy muriendo, y el momento ha llegado.

Salí de la mina tratando de ser lo más natural posible. Mi pequeña me preguntó y le dije que era una inmensa reunión de demonios, que se disponían a atacarnos de forma masiva, que debíamos volver y prepararnos cuanto antes, pero no dije nada de los tentáculos, ni del ser que los dirigía. Ella ya había olvidado el horror, para mí había regresado.

El ataque de la bestia que me destrozó la pierna fue culpa mía, no la ví llegar. Estaba tan absorto con lo que acababa de presenciar que no reaccioné como debía, sólo me dio tiempo a interponerme entre el engendro y su verdadera presa, mi hija.

Habíamos acampado y el animal saltó por encima del fuego, contra ella. Lo ví un segundo mientras volaba sobre la hoguera, y sin pensarlo, de forma maquinal, me situé entre ellos, enfrentándome a él. No me vio, pues se estrelló contra mí, sorprendiéndose del impacto y arrojándome contra el suelo. Aquí descubrimos que eran ciegas. El golpe me dejó aturdido, pero no la solté, me agarré a ella con toda la fuerza que tenía. Tendría que matarme a mí primero. Me mordió el hombro, pero se lo incrusté del todo entre sus dientes, de tal modo que no pudo desgarrarlo, no así mi pierna izquierda. Saqué mi cuchillo, el único arma que tenía, y sé lo clavé multitud de veces. Mi hija se parapetaba detrás de mí, contra un árbol, aterrorizada, lejos de los rifles. Logré zafarme de su mordisco, y entonces, cuando intenté separarme empujando su cabeza, dio un giro inesperado y me arrancó los músculos del muslo hasta el hueso. Mientras hacía eso la degollé disfrutando como jamás lo había hecho.

Lo siguiente que recuerdo es que estaba en 'La Fortaleza' y un montón de mis hijos se afanaban en que no muriera. Les veía entre sueños moverse deprisa a mi alrededor, con sus mascarillas y sus trajes asépticos. La voz de mi hija, llorando, pidiéndome que no la dejara sola. Ojos, multitud de pequeños ojos asustados, mirando a través del cristal como me moría. Pero me salvaron, todo se complicó con una osteomielitis infecciosa, por la que casi pierdo la pierna, pero me salvaron.

Entonces, ocurrió lo de Sínola."

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora