X

721 90 34
                                    

Durante las primeras semanas, el trío, no había tenido ninguna dificultad en avanzar, manteniéndose en silencio a lo largo de todo el día y toda la noche. La joven pareja de sacerdotes se entendían perfectamente a base de miradas y gestos, ya hacía algún tiempo que eran amantes, y esa fue una de las razones por las que fueron elegidos por la Libertadora. Era necesario fomentar, en todo momento, la procreación de la especie, fuera donde fuera. Éste era uno de los mandamientos de Alexia, el más importante después del de proteger a los niños. Ella no había podido tener hijos.

Desde que abandonaron 'La Fortaleza', la Monseñor sólo había hablado para indicar dónde montar el campamento y organizar las guardias. Ellos la observaban con reverencia en cada uno de sus movimientos. Desde su nacimiento, esta mujer, había sido el líder militar de la comunidad, toda su infancia habían oído hablar de su valor y su fuerza, rallada en lo inverosímil. Para ellos y sus familias, había sido un honor que se fijará en los dos para acompañarla en esta misión y no en alguno de los veteranos.

No era normal que la Libertadora se alejara demasiado de los niños de 'La Fortaleza'. Por ley todos los menores de catorce años debían residir en el complejo principal. No se limitaban las visitas de los padres pero, éstos, sólo podían convivir con ellos durante los primeros seis años. Luego pasaban a una especie de internado, donde las clases y los entrenamientos se sucedían a lo largo del día y cuando, tenían un poco más de edad, también de la noche. Era un orgullo vivir en la misma 'Fortaleza', compartiendo techo con la Libertadora y el Mulá. El día en que cumplían la edad estipulada, los progenitores, cedían la educación de sus hijos a los profesores del centro y a la Monseñor misma. Aunque los apenaba sobremanera tener que separarse de ellos, sabían que era lo mejor para formarles y enseñarles a sobrevivir.

Cuantos más hijos tuviera una pareja, más tiempo viviría en 'La Fortaleza'. Alexia había ordenado este sistema, además de para protegerles, para elegir y preparar, desde muy pequeños, a sus futuros cruzados, los más fuertes e inteligentes de entre todos los niños y niñas. Sin embargo, este espíritu no era el mismo que tenían los vecinos de la comunidad. Enseguida se creó un estatus social inexistente entre la población, estando muy bien visto, por toda ella, el hecho de residir el mayor tiempo posible en el orfanato mismo. El propio Mulá, visitaba personalmente a todas las familias que tenían recién nacidos, con la consiguiente honra por ello. Lo que no entendían era, que él, disfrutaba más que los padres mismos.

Cuando cumplían catorce años ya tenían licencia de la Monseñor para volver a la casa paterna, que siempre se mantenía dentro de los márgenes de la población original, y decidir, además, que es lo que deseaban ejercer en el futuro: artesano, maestro, médico, ingeniero, sacerdote...

Estos últimos tenían pocas posibilidades de elección, sin darse cuenta, eran disimuladamente guiados por la Libertadora que ya había elegido por ellos hacía tiempo.

Pero de lo que más se había sorprendido la joven pareja, era de ver por primera vez el rifle de la Libertadora, el último que quedaba, fabricado por los antiguos antes del holocausto. Con el había matado a su primera bestia, con sólo doce años. Los cañones de mano de los sacerdotes estaban hechos con unos tubos de hierro pulido, cerrados en un extremo y con un pequeño agujero. Se incrustaban en una pieza de madera personalizada, amoldada por carpinteros al brazo del guerrero, para hacerlos lo más cómodos posible. Se cargaban con pólvora, fabricada por los artesanos, una bola de metal y se disparaban por el procedimiento de yesca. Al liberar el gatillo, el martillo golpeaba con la yesca un disco de acero dentado y provocaba una lluvia de chispas, que era lo que iniciaba la ignición y el disparo. Los había de uno, dos, o tres cañones, siendo estos últimos los más utilizados. Pero no eran, ni de lejos, tan funcionales como ese legendario rifle.

Las municiones siempre habían sido un problema, sobre todo para el arma de la Libertadora, por ello, también iban armados con ballestas de fabricación propia, cerbatanas, espadas, dagas y uno de cada dos cruzados lanzas de asalto. Todos habían sido instruidos alguna vez, personalmente, por Alexia, y todos conocían la pericia del líder en el manejo de cualquiera de ellas.

Acabaron cerca de las ruinas de lo que antaño debía haber sido una ciudad importante. No conocían su nombre, para qué, pero si sus coordenadas. Hasta ese momento no se habían cruzado con ningún engendro y eso preocupaba Alexia, no era normal que dejaran tanta extensión de terreno circundante al anillo electrificado sin vigilancia. Hicieron fuego dentro de un edificio de dos plantas que, en ruinas, se mantenía maltrecho en pie, desafiando las órdenes de desaparecer que hacía mucho tiempo un poder superior le había impuesto. En la oscuridad de la noche, las bestias, tenían ventaja al no utilizar el sentido de la vista, por ello, también colocaron hogueras encendidas en el exterior, en la entrada y en cada una de las tres ventanas que rodeaban la estropeada habitación. Ellas temían al fuego, y si atacaban, además de servir de defensa, iluminarían  el campo de batalla.

Durante la cena, Alexia permanecía más pensativa que de costumbre. Comía la carne seca mirando constantemente cómo crepitaban las ramas en la hoguera, mientras eran devoradas por el fuego. Éste siempre le había fascinado, le devolvía al pasado, cuando su padre y ella iban de acampada, estudiando el terreno alrededor del orfanato, enseñándole a ella sola todos sus conocimientos y sabiduría. Aquella fue una época excepcional, una época feliz, que acabó el día del túmulo de Sínola.

Los jóvenes sacerdotes la observaban de reojo sin atreverse a pronunciar palabra alguna. La Monseñor se dio cuenta y rompió el silencio de todas las semanas anteriores.

—Me llamo Alexia —dijo sin levantar la vista del fuego—. Relajaros, sólo soy un ser humano como vosotros —los miró a los ojos y notó su fascinación—. Un ser humano con una visión.

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora