El párrafo estaba inconcluso, Alexia, sola en la estancia, de pié frente al fuego, dejaba que las lágrimas resbalaran por sus mejillas, humedeciendo las hojas del manuscrito.
Desde luego no había visto el final de la guerra, era demasiado terco. Sí se hubiese quedado dentro del orfanato, como ella le ordenó, aún estaría vivo. Pero tuvo que luchar, tuvo que salir y pelear en el anillo. Esperó a que ella se fuera, e hizo lo que le vino en gana, sabía perfectamente que si ella no estaba, nadie se atrevería a impedir que saliera al campo de batalla. Después de todo era el Mulá: el padre de todos.
Ni siquiera Roser pudo impedírselo. El mismo Primado del Concejo le había contado, a su vuelta, como el Mulá se había colocado su antigua armadura, y enfermo, había salido al patio del orfanato. Allí se libraba la última batalla, la batalla decisiva. Las bestias habían superado el segundo anillo, y ella había partido a tratar de eliminar a los machos alfa dirigentes de la mente colectiva, la única forma de salvar a la comunidad.
Cuando el Mulá había aparecido, ya sólo quedaban sacerdotes defendiendo la valla del orfanato. Los artesanos y agricultores o habían muerto, o estaban heridos en el interior del Centro. La altura de ésta, y su constitución de piedra y acero las había detenido. Sus cruzados luchaban denodadamente para evitar que ninguna superara esta defensa, ya no había nadie más entre ellos y los niños.
Pero una lo había logrado, había saltado sobre el cadáver de sus hermanas, que se amontonaban a los pies de la defensa y había pasado la línea. Sin embargo, en ese momento, entre ella y los niños si había alguien, pálido y demacrado, como si de un espectro se tratase, arrastrando su ballesta, con apenas fuerza para utilizarla, estaba el Mulá, el padre de todos. Ni Roser, ni los sacerdotes, pudieron impedirlo, la bestia había saltado también por encima de él, ignorándole. Su objetivo era la nueva generación. Pero el Mulá los había defendido una vez más. Sacando fuerzas de nadie sabe dónde, había logrado disparar una flecha envenenada contra el engendro en pleno salto, y éste, en un giro imposible y herido de muerte, se había abalanzado sobre él, partiéndole el pecho.
Su padre, el padre de todos, yacía inerte en el campo de batalla. Fue en ese momento cuando las bestias detuvieron sus ataques, en ese instante ella había aplastado al ser y a sus guardaespaldas. En el momento en que la cueva se desplomaba sobre ellos, su padre, había detenido el último ataque contra los niños.
La mente colectiva se había disgregado. Las bestias, entonces, fueron presas fáciles para los cruzados supervivientes, deseosos de venganza por la muerte del Mulá. Cuando ella regresó, aún seguían matando demonios en desbandada. Ella misma había teñido, una vez más, su armadura con la sangre de los engendros. Después, había entrado en 'La Fortaleza' y degollado al consejero de agricultura en la enfermería, sobre su lecho, el único superviviente de los conspiradores. Nadie hizo ningún comentario, nadie dijo nada. Sus cruzados la seguían, serios, empapados en la sangre de sus enemigos.
Había vencido una vez más.
-¿Alexia?
La voz suave de Roser la devolvió al presente. Éste entreabrió la puerta y se acercó despacio a ella. Se sorprendió de verla llorar, pero no dijo nada. La abrazó por detrás y la besó en la mejilla, notando el sabor salado de sus lágrimas. Ella lo miró con ternura y arrojó el manuscrito al fuego. Roser observaba, sin entender nada, como las llamas devoraban el papel.
-¿Estás bien? -seguía mirando ignorante el fuego.
-Sí -contestó Alexia lentamente-. Ahora sí.
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"LA FORTALEZA"
Science Fiction"La historia de unos supervivientes, en un mundo postapocalíptico, por encima de cualquier código ético y moral." Este relato fué escrito, originariamente, para los premios Minotauro de la editorial Planeta, en su apartado: "Relato corto de ciencia...