—Han acabado con las monturas —su voz no indicaba contrariedad alguna, lo esperaba. Los demonios mataban a los suyos si no podían conectarse mentalmente—. Continuaremos a pie.
Recogieron lo imprescindible para su marcha: alimentos, agua, el horizonte artificial, la brújula, y cargándolo todo, en las mochilas de transporte, partieron antes del amanecer. La ciudad que una vez encontrara con su padre aun quedaba lejos y mucho más sin cabalgaduras, en aquel tiempo, iban en un vehículo de gasoil, y todavía, tardaron varios días en dar con la maldita mina. La diferencia entre el pasado y el presente era que no tenían que dar rodeo alguno, aquello fue lo que más les entretuvo. Ahora, Alexia sabía perfectamente donde tenían que dirigirse, pero aún así, llegar les costaría cuatro o cinco días más.
Tardaron tres días completos en divisar la ciudad en ruinas que encontró con el Mulá cuando era adolescente. Apenas quedaban algunos edificios semienterrados, lo que no habían devorado los engendros lo había destruido la naturaleza. Durante ese tiempo no se cruzaron con bestia alguna, esto no extrañó demasiado a la Libertadora, generalmente después de una acción de combate, éstas, se replegaban y esquivaban todo lo posible a los humanos. La mente colectiva las hacía sufrir, en sus propias carnes, la agonía de las moribundas, por eso había utilizado las espadas y había ordenado no rematar a las heridas de muerte. Era bueno que les tuvieran miedo, al menos, unos días, hasta que volvieran a cargarse de valor y atacaran de nuevo.
En el interior de lo que quedaba de la urbe, se llevaron una agradable sorpresa. Un grupo de bestias, unas seis, a simple vista, devoraban lo que parecía la fachada principal de un edificio. El viento venía de contra y no les habían detectado, necesitaban monturas y esta ocasión, aunque no ideal, era interesante, así que cada uno eligió un objetivo concreto, acercándose lo más posible y haciendo el menor ruido. Alexia utilizó su honda para lanzar una piedra por encima de la manada, que rebotó al otro lado, provocando que todas las bestias se volvieran en esa dirección, tensando sus fabulosos cuerpos musculados, preparadas para atacar. En ese momento los tres dispararon con sus cerbatanas. Los dardos impregnados de cicuta las paralizaron casi inmediatamente, contrayéndolas de forma antinatural bajo su impacto.
Las otras tres bestias, se volvieron y saltaron en dirección al centro del sonido casi instantáneamente. En el aire Alexia abatió a la más rápida de un disparo certero en el pecho, arrojó su rifle al suelo y desenvainando su katana de la espalda, y casi sin tiempo para parpadear, partió la cabeza de la segunda que también se abalanzaba sobre ella, verticalmente y hasta su base. La Monseñor quedó bajo la masa inerte de su enemigo, con el arma incrustada en su columna vertebral debido a la fuerza del impacto del salto, notando como su sangre manaba a borbotones sobre su cuerpo.
Mientras trataba de zafarse de su enorme masa, observaba como la tercera era abatida por sus cruzados, que dispararon sus cañones sobre ella, reventando su estómago y esparciendo sus entrañas por el suelo.
El peso de la bestia impedía a la Libertadora levantarse. Un macho adulto, como era ese, podía pesar, perfectamente, trescientos cincuenta kilos, así que precisó de la ayuda de sus guerreros para ponerse en pie. Enseguida, antes de que las durmientes despertaran, y con una precisión y seguridad nacidas de la experiencia, Alexia descerebró a sus futuras monturas, cerrando sus heridas con un hierro al rojo que sus acólitos prepararon de inmediato. Esta operación sobre sus odiados enemigos era asignatura obligatoria en 'La Fortaleza'.
El pequeño cerebro de éstas se situaba detrás de la cabeza, casi en la base del cuello, protegido por una especie de escudo óseo que salía directamente de su alargada columna vertebral y que se encontraba a su vez recubierto por varias y espesas capas de poderosos músculos. Un corte incisivo, en diagonal desde su lado izquierdo, evitaba seccionar cualquier arteria y bastaba para que, con las mismas manos, se pudiera extraer el órgano sin más complicaciones.
Habían logrado monturas, y en apenas doce horas estas ya estaban completamente recuperadas y mansas. El problema consistió, únicamente, en que habían abandonado las sillas de montar en el anterior ataque y debían cabalgar directamente sobre su lomo, cosa a lo que la Libertadora estaba acostumbrada pero los jóvenes amantes no.
Continuaron la marcha al día siguiente y al atardecer Alexia localizó la entrada a la mina. Todo el suelo estaba cubierto de huellas, miles de ellas, como viera antaño con su padre, sólo que esta vez se dirigían del interior al exterior. Fuera lo que fuera lo que allí había ocurrido, y que trastornó al Mulá entonces, ya había pasado, y a juzgar por los restos orgánicos, hacía tiempo.

ESTÁS LEYENDO
"LA FORTALEZA"
Science Fiction"La historia de unos supervivientes, en un mundo postapocalíptico, por encima de cualquier código ético y moral." Este relato fué escrito, originariamente, para los premios Minotauro de la editorial Planeta, en su apartado: "Relato corto de ciencia...