VIII

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Al alba del día siguiente Alexia y Roser observaban, desde las almenas superiores de 'La Fortaleza', cómo dos sacerdotes preparaban tres monturas. Estaban cargándolas de suficientes víveres como para pasar una larga temporada en el páramo exterior. Esto provocaba una gran expectación entre la muchedumbre allí reunida, más de la que sería normal debido a la resaca de la fiesta del regreso. Los lloros de los familiares, de los cruzados que iban a partir, se compensaban con el alivio de que Alexia, la mismísima Alexia, les acompañaba.

Fuera del último anillo exterior de seguridad que les rodeaba todo era incierto, todo peligroso.

-¿Es necesario que tú vayas?

Jan mirada al frente, hacia el horizonte. Desde esa atalaya era posible superar las cotas de las montañas más próximas y observar el imponente valle que se extendía hasta perderse en la lejanía. No deseaba enfrentarse a la dura mirada de la que fue, hace mucho tiempo, el amor de su vida.

-Sí, es necesario. Debo comprobarlo yo personalmente.

-Podemos hacerlas frente aquí. Tus sacerdotes están bien preparados.

-No, si vienen miles.

Se acercó más al Primado del Concejo y le cogió, disimuladamente, la mano, como hacían cuando eran amantes. Sabía que él la culpaba de la muerte de su esposa, ocurrida hacía muchos años. La orden de atacar en esa batalla, en clara inferioridad, había partido de ella. Sin embargo, ella también se había jugado la vida, como jefe guerrero del clan había sido la primera en entrar en combate. En ese momento pensó que había que detener a los demonios a toda costa, aunque murieran en el intento. Los niños eran lo primordial, y aquella fue una lucha brutal donde muchos regulares perdieron la vida y ella ganó, además de otra batalla, las primeras cicatrices en su rostro.

-¿De verdad crees que estamos en un peligro tan grande como para que tú arriesgues la vida? -apretó con fuerza su mano.

-Había bestias de diferentes clanes -notó los latidos de su corazón a través de la palma y respiró profundamente. Ella aún estaba enamorada de ese hombre-. Debo proteger a los niños y debo comprobarlo yo. No puedo confiar en el criterio de nadie.

-Dejarme ir contigo -la miró y ella le devolvió la mirada-. Aun no soy tan mayor.

Su corazón dio un vuelco. En un instante todo su pasado con él cruzó por su cabeza, los viajes de antaño juntos, explorando la zona salvaje, las noches que se amaban sin miedo a que nadie los descubriera, el sentimiento, la pasión, el amor.

-No -su voz sonó tajante-. Debes cuidarlos mientras yo no esté -soltó su mano con rabia, le miró profundamente un momento y dándose la vuelta, comenzó a descender la torre.

Roser la vio desaparecer de su vista llena de la fuerza y decisión que la hacían tan especial y que la habían convertido en el líder de la comunidad. Comprendió que la Monseñor había hablado y ante eso no había nada que hacer. Luego volvió a mirar el horizonte y una lágrima resbaló por su mejilla, estrellándose en el suelo rocoso del observatorio.

Muchas veces se habían enviado exploradores voluntarios más allá del páramo exterior para intentar contactar con más supervivientes. Jamás regresó ninguno, pero si alguna montura. Lo más probable es que hubiesen sido asesinados, o encontrado otro foco de humanos y hubiesen decidido quedarse allí. Esta hipótesis estuvo durante mucho tiempo en la mente de todos, como si aquello fuese posible. Alexia sabía perfectamente que no había nadie, por lo menos en una luna completa a la redonda. Ella misma había iniciado multitud de partidas como esa, aunque su cargo le impedía alejarse más de esa distancia de los niños. Esos kilómetros a la redonda era lo que conocían como el "páramo".

La protección de los niños era lo más importante de su mundo, por encima de su seguridad e incluso de la de su padre. Sabía que él no querría que fuese de otro modo.

Cada vez había más niños. El nacimiento de uno cualquiera era todo un acontecimiento en la comunidad. El índice de mortandad era alto entre los más pequeños, por eso se hacía tan imprescindible protegerlos hasta que alcanzaran una edad segura. No había muchas enfermedades, pero si las normales como el sarampión, o la varicela. La cuarentena para todos los pequeños era casi rutinaria hasta alcanzar la adolescencia.

Para Alexia estaban solos en ese planeta arrasado por algo, o alguien, que escapaba a su entendimiento. Muchos debieron ser los pecados de sus padres para que Dios castigara su mundo de una manera tan cruel y contundente.

En sus expediciones anteriores habían encontrado pocas ciudades intactas que no hubiesen sido devoradas, en parte o totalmente, por las bestias. El que cada vez fuera más su número y sus ataques más frecuentes, era claro indicio, para ella, de que ya apenas quedaba nada, ni nadie, sobre la tierra, salvo las bestias y 'La Fortaleza'.

Se alimentaban de cualquier cosa, siempre que fuera inorgánica. Ni siquiera comían una roca si, ésta, estaba recubierta de musgo. Salvo la excepción de la carne humana, con la que se deleitaban como con un plato exquisito, no consumían nada que fuera o estuviera en contacto con un organismo orgánico, ni siquiera agua. Alexia no sabía que hacían con sus muertos, pero de lo que estaba segura era que no existía entre ellas el canibalismo, por mucha hambre que tuvieran.
Las había estudiado a fondo, en libertad, desde la distancia, y también en cautividad, ya fueran domadas o no. Como le dijera su padre: "quien conoce a su enemigo tiene la mitad de la batalla ganada".

Cada vez que el Mulá y ella hablaban sobre este tema, llegaban a la misma conclusión. Él siempre había sostenido que tenían un precondicionamiento genético. La naturaleza de su alimento y su exclusividad, provocaba en su padre el pensamiento de que su misión era la de limpiar, del planeta, todo lo que fuera remotamente humano. Eran como basureros traídos para, eso precisamente, limpiar de humanos y su cultura el mundo.

Esta idea siempre le había asustado, no podría luchar contra seres capaces de crear genéticamente una especie de esta índole. Quizá, había pensado muchas veces, también hubieran creado a los desaparecidos tentáculos, que ella apenas podía recordar. De cualquier manera, no dudaba que el Mulá sabía algo que todos los demás ignoraban, sin embargo, no tenía prisa por averiguarlo, tarde o temprano su padre se lo diría, ella era lo más importante para él y lo sabía.

Mientras se alejaban, lentamente, de 'La Fortaleza', volvió la vista atrás y pudo ver que Roser aún permanecía en lo alto de la atalaya. Luego miró a sus jóvenes sacerdotes, de segunda o tercera generación, no estaba segura, y alzando la mano se despidió del Primado, al tiempo que ordenaba a las monturas que aceleraran su trote, alejándose, a grandes saltos, del único bastión humano que quedaba sobre la faz de la tierra.

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora