XVIII

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Apenas hubo tiempo de preparar la vuelta de la Libertadora. Los cuernos sonaron en cuanto ella habló con el primero de los ojeadores, poniendo en máxima alerta a todos los sacerdotes. Desde el último anillo las órdenes de la Monseñor recorrieron todos los demás en una caracola concéntrica hacia 'La Fortaleza'. Todos, tanto los agricultores, como los cruzados, debían replegarse, abandonando sus campos y puestos de defensa y parapetarse en la comunidad.

Cuando Alexia pasó el atrio de la entrada principal, le acompañaban más de setenta sacerdotes llegados de todos los túmulos. Aún debían llegar los demás del resto de los anillos de defensa.

Saltó de su montura, a los pies de la escalera de la Casa Consistorial, escoltada por sus jóvenes compañeros de viaje. Ignorando completamente al Concejo allí reunido agarró a Roser por el brazo con fuerza, ordenando, con una voz, a todos los demás, entrar en la casa. Marcos, Carlos y el resto de los miembros de la reunión secreta, se miraron entre disgustados por el desaire y la curiosidad del porqué de la alteración de la mismísima Libertadora.

—Consejeros —sentados en la sala de reuniones los dirigentes civiles de la comunidad, callaban expectantes, mirando a Alexia que permanecía en pie, frente a ellos, flanqueada por sus dos cruzados completamente pertrechados—, tenemos un problema.

—Todo esto es muy irregular —Marcos se había levantado ofendido por el trato recibido de la Monseñor y se encaraba con ella—. Aquí no pueden entrar sacerdotes, y mucho menos armados. ¿Acaso la Libertadora no conoce la ley que ella misma impuso?

—Silencio consejero —Roser aplicó su autoridad, como Primado del Concejo, antes de que Alexia impusiera la suya de otra manera. Conocía su temperamento demasiado bien, y en el estado en que estaba, la vida del consejero peligraba—. La Libertadora aún no ha terminado.

Alexia miró a Jan con calma, comprendía la jugada. Observó al consejero de agricultura y pensó, con asco, que debía haberlo matado, a él y a sus secuaces, en cuanto sus espías le informaron de la traición que tramaban. La presencia de su padre la había detenido entonces. El Mulá no hubiese soportado que alguno de los huérfanos muriera a manos de su propia hija. Ya estaba sufriendo demasiado con su enfermedad para que ella le produjera más dolor.

—Gracias Primado —agarró con fuerza la empuñadura de su cuchillo y se relajó mentalmente, ya arreglaría este problema doméstico después, si había un después, claro—. Las bestias han reunido un ejército inmenso en los aledaños del túmulo de Sínola.

Un murmullo de excitación recorrió a los presentes que se miraron consternados, y que obligaron a la Monseñor a esperar.

—Silencio hermanos —Roser se impacientaba, necesitaba saber. Esto era realmente grave—. ¿Cuántos?

—Miles —se detuvo un instante—, decenas de miles.

El silencio que se produjo en el hemiciclo aumentó, aun más si cabe, la gravedad de sus palabras. Alexia esperó prudentemente a que cada uno de los consejeros meditara lo que acababa de oír. Miró a Roser, que le devolvió la mirada, sus peores predicciones se hacían realidad. Ambos habían hablado últimamente sobre esta posibilidad, los ataques habían aumentado como hacía veinte años, e incluso para el Mulá, que ya no estaba en condiciones, era obvio.

—¿Qué has pensado?

Roser rompió el silencio de los reunidos, dirigiéndose directamente a la Monseñor. Volvió a jugar a su favor y Alexia se percató inmediatamente de ello, con esa pregunta daba por supuesto que, ella, estaba el mando.

—He ordenado a los cruzados de las torres que se replieguen a la comunidad —hablaba de prisa, sin titubear, sabía perfectamente lo que había que hacer—. Los niños y los enfermos permanecerán en el orfanato. Formaremos tres líneas de defensa. La primera al borde del pueblo, la segunda en el inicio de la loma y la tercera en 'La Fortaleza' misma. Sus sacerdotes extendieron sobre la mesa un mapa del pueblo, donde se podía ver perfectamente la disposición encuesta de las edificaciones—. La montaña protegerá nuestra retaguardia, dejaré tiradores en las atalayas para que eliminen cualquier enemigo que trate de descender hasta el orfanato por allí.

—Las bestias no escalan, así que no creo que deba preocuparnos esa posibilidad —Roser observaba detenidamente las indicaciones de su antigua amante.

—Lo sé, pero debemos prepararnos para cualquier eventualidad. En cualquier caso —añadió mirando al Primado y señalando el que sería el frente de batalla—, desde esa altura se puede defender igualmente la entrada principal.

—¿Y el Mulá?

Hasta los sacerdotes miraron expectantes a la Monseñor. Todos le conocían perfectamente, él querría luchar, y en primera línea.

—Mi padre es un anciano enfermo —recalcó esas palabras—, no saldrá del orfanato y permanecerá constantemente vigilado.

No hubo ningún comentario.

—¿Tus sacerdotes están informados?

—Sí —dijo mirando a sus jóvenes compañeros de viaje—, ya saben lo que tienen que hacer.

Cada hombre, o mujer, con edad de combatir se afanaba en preparar las defensas. El que ninguno de los ciudadanos superara los cincuenta años, salvo el Mulá mismo, era beneficioso para los planes de defensa de la Monseñor. Los cruzados de la presa, donde siempre había una compañía de treinta guardianes, fueron avisados al igual que el resto. Alexia contaría con, al menos, cuatrocientos sacerdotes bien entrenados, además de los artesanos y agricultores que, aunque no tan bien preparados, también conocían el manejo de las armas. Ahora los miembros de la comunidad, agradecían la obligatoriedad impuesta por la Monseñor de un servicio militar periódico. Cada tres años, desde que ascendió a jefe guerrero del clan todos, excepto los enfermos, debían volver a pasar por un entrenamiento militar.

Las calles que formaban el primer anillo y el segundo, se cerraron con conjuntos de troncos afilados impregnados de cicuta. Las puertas y ventanas se tapiaron convenientemente, y se llevaron a los tejados, de las que formaban parte del cinturón de seguridad, los bidones de carburante que no habían sido utilizados en el pasado.

Los miembros del Consejo se sorprendieron de que aún quedara gasolina en 'La Fortaleza', hacía muchos años que habían ordenado su eliminación por creerlo inútil, además de un riesgo para los niños. Alexia hizo caso omiso a las preguntas que le formulaban sobre el tema y les ordenó que se armaran, ellos también tendrían que luchar.

Roser la miraba ir de un lado a otro, dando órdenes y corrigiendo errores por todas partes. No parecía una sola mujer, sino diez y no le cupo la menor duda que si salía victoriosa de esto, era muy probable que el Concejo Vecinal desapareciera.

Desde la atalaya sur de 'La Fortaleza' el cuerno de alarma sonó estruendoso, paralizando la comunidad. Alexia y Jan, junto al primer anillo, levantaron la vista observando el valle que se extendía frente a ellos. En el horizonte, a apenas tres kilómetros, una inmensa lengua oscura se movía en su dirección.

El ataque había comenzado.

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora