XII

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—Monseñor —su voz se iba apagando a medida que ella fijaba su vista en él.

—Dime, Cruzado.

Su tono cálido, cuando antes se había mostrado frío, trataba de incitar a la conversación. Miraba al joven sacerdote y a su acompañante y sopesaba cuánto les habría costado romper su silencio y dirigirse a ella. No los había escogido al azar, esta pareja de amantes jamás había salido en ninguna acción con ella, o con ningún grupo que ella comandara. Cualquier cosa que hiciera, por muy común que fuera para los más veteranos, ellos lo mitificarían incrementando su leyenda, a la vez, que con su regreso, sería la comunidad la que la elogiaría por su protección y escuela con las nuevas generaciones.

Si no regresaban, sólo se perderían dos jóvenes sin destetar, mientras los más necesarios permanecían donde debían, en 'La Fortaleza', protegiendo a los niños. Sin embargo, ella era consciente que si no volvía con ellos... es que no volvía nadie.

—¿Cuál es nuestra misión? Si se me permite preguntar —miró a su compañera pidiendo ayuda.

—El hermano mayor no nos ha dicho nada, Monseñor.

La joven sacerdote también estaba asustada por la reacción que pudiera tener la Libertadora, pero aún así se había atrevido. Esto agradó a Alexia que sonrío ligeramente y avivó el fuego con una pequeña rama.

—Debemos encontrar la guarida principal de las bestias —dijo sin levantar la vista de la hoguera—, y averiguar que traman —notó como sus respiraciones se entrecortaban, entonces los miró indistintamente—. Se están preparando para algo, lo sé -sonaba muy segura-, y debo averiguar que es antes de que ocurra.

—Pero Monseñor, no sabemos dónde se encuentra la colmena.

—Si, lo sabemos —ambos la miraban fascinados, si alguien podía conocer su paradero, desde luego era ella—. Llevo mucho tiempo sabiendo dónde está. El Mulá y yo lo descubrimos en el pasado y... —la frase quedó sin terminar. Un ruido sordo puso en pie a Alexia que enseguida desenfundó su katana, la colocó pareja a su cuerpo, y estirando la mano en dirección a sus guerreros, que ya se habían puesto en pie armados, añadió—. Formar triángulo.

Apenas le dio tiempo a terminar, desde los marcos de las ventanas y la puerta hicieron entrada las primeras bestias. Los tres formaron un triángulo dando la espalda al fuego, asegurándose así que nadie les atacaría por detrás. Alexia dio un paso adelante, su espada seccionó al bies la cabeza de la más valiente, y sin dejar que la hoja se detuviera, formó un arco por encima de su cabeza, como su padre le enseñara y ella perfeccionara en cientos de combates, partiendo a la siguiente de forma vertical, mandando al infierno a otra deformidad.

Los jóvenes sacerdotes, a ambos lados de la Monseñor, pronto demostraron que su entrenamiento de combate había sido provechoso. Tan sólo un pequeño error; el joven cruzado clavó demasiado honda, en un arco descendente, la espada sobre el costado de un atacante, atrapando el metal por demasiado tiempo y abriendo el flanco de su derecha. Esto permitió que el animal, herido de muerte, iniciase un ataque contra su pierna, pero que Alexia, controlando la situación, solucionó cortando la cabeza de la bestia de un tajo certero. El precio, otra cicatriz en su costado y el incremento de la admiración de la joven pareja.

La lucha fue breve y por ello salvaje, con la misma rapidez con que aparecieron, así desaparecieron, dejando, tras de sí, una habitación llena de cadáveres. Los tres humanos permanecieron en silencio, rodeando aun la fogata, que proyectaba sus inmóviles sombras sobre los cuerpos de los enemigos muertos. Sus armaduras hechas de metal, algodón y cuero de la piel de las propias bestias, estaban salpicadas de sangre y cortadas en los lugares donde las mandíbulas de éstas, habían logrado llegar.

Con un rápido vistazo, Alexia se cercioró que no había heridos en sus filas, salvo el corte de sus costillas. Nada serio pensó, mientras notaba como el dolor se iba incrementando a medida que la adrenalina descendía.

Sus sacerdotes, recuperado ya el pulso de la acción, y jadeando aun por el esfuerzo la miraban con fascinación. Ella había matado a más del doble de enemigos que los dos juntos. Si volvían a 'La Fortaleza', la imagen que veían de ella rodeada de demonios muertos, empapada en su sangre y respirando con fuerza, sería cantada por los rapsodas en toda la comunidad, durante largo tiempo. Ellos habían luchado por fin junto a la Libertadora, junto a la vencedora de las bestias en Sínola, no había mayor honor para un cruzado y habían vencido.

Alexia les devolvió la mirada con orgullo, lo habían hecho bien. Guardó su espada en la funda que llevaba a la espalda, y se encaminó a la puerta para comprobar si sus monturas aún estaban vivas, pero antes de salir de la habitación terminó la frase que el ataque había dejado inconclusa.

—Sé exactamente dónde está su colmena, e imagino quién es su abeja reina.

Los sacerdotes se miraron extrañados por sus palabras, era la primera vez que oían que las bestias tenían un líder.

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora