XIII

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"Desde ese momento todo cambió. Ya había enseñado a los mayores a disparar, al igual que a mi hija pero, desde ese primer encuentro, el entrenamiento de combate comenzó a ser obligatorio y periódico.

Coloqué vigías en los pisos superiores, en las entradas y organicé sus turnos. Mis peores temores se habían convertido en realidad, así que transformé el centro en una verdadera fortaleza. Incluso instalé un sistema de circuito cerrado de televisión, por entonces teníamos, que no sólo abarcaba el ámbito del orfanato, sino que se extendía hasta la entrada del pueblo, iluminando completamente éste, primero con luces de neón, y luego con lámparas de cobre. Edifiqué atalayas en la montaña que daba la espalda al orfanato, y almenas en los tejados del edificio principal y los colindantes, donde instalé guardianes veinticuatro horas al día.

Los chicos de más edad me ayudaron a montar todo el sistema de seguridad y a ejecutarlo, por entonces, ya había muchos que superaban los veinte años.

Enseñé a los niños más pequeños el manejo de armas de fuego. Antiguamente, estas no escaseaban y las municiones tampoco, pero con el tiempo sí empezaron a faltarme y tuve que conseguir espadas y katanas. Transmití a mis hijos el conocimiento del Iaido y el Jiu-jitsu que poseía, y agradecí a Dios el que siempre me hubiesen interesado las artes marciales.

En un principio, las escopetas y rifles eran los propios de los habitantes del pueblo, pero cuando la seguridad estuvo medianamente organizada, saqueamos todas las armerías, comisarías y cuarteles en quinientos kilómetros a la redonda. Los primeros viajes los hice yo personalmente, pero luego envié partidas con mis mejores muchachos a recoger material, entonces aún había gasolina y vehículos donde usarla.

Respecto a usar armas medievales, fue la escasez de municiones y la falta de conocimientos para repararlas lo que me llevó a eso. Todos tuvimos que aprender a disparar con arco y ballesta, y perfeccionar el manejo de la katana, la espada occidental, el cuchillo, la cerbatana, y la lanza. Conseguí vídeos de artes marciales específicos y los estudiamos a fondo, todavía funcionaban los reproductores y las televisiones. Ahora creo que ya se nos ha estropeado el último aparato, y el circuito cerrado hace ya muchos años que se averió, aunque sigue estando en su sitio. Lo único que aún permanece son las lámparas de cobre.

También encontré la forma de fabricar veneno, concretamente lo saqué de la cicuta húmeda que comenzamos a cultivar, es profeso, en algunos lugares cercanos al río. Conseguí las semillas en un laboratorio de la ciudad, junto a un montón de granos de otras variedades. Aunque una pequeña porción de esta sustancia basta para matar a un ser humano adulto, no eran capaces de matar a una bestia, pero si de paralizarla. Así capturamos a las primeras de ellas. Ahora estas sustancias son más sofisticadas desde luego, nuestros artesanos sacan medicamentos de estas plantas.

Con todo esto creé el primer cuerpo de regulares. Di rangos según su capacidad, o por lo menos, según lo que discernía yo sobre ella y transformé a unos niños felices, en guerreros dispuestos a matar para proteger su forma de vida. 

Después de lo del túmulo de Enteros, mi hija tomó el mando y los transformó en sacerdotes guerreros. Ella les obligaba y les obliga, a entrenar todos los días al menos tres o cuatro horas. Reconozco que lo hace mucho mejor que yo, ahora son temibles, expertos en cualquier tipo de lucha, y destetados en el combate real. Ella los llama muchas veces "cruzados", y en verdad parece que hay algo de reconquista sagrada en su forma de pelear. Aunque ninguno jamás ha superado a mi pequeña niña, ni entonces, ni ahora.

Sin embargo, en aquella época sólo tenía un puñado de chavales asustados, aprendiendo a manejar un fusil, un cuchillo y una cerbatana.

Yo no soy un guerrero, mi hija si. Yo sólo soy un bombero cojo, que tuvo la suerte de encontrar a un puñado de niños abandonados. Lo hice lo mejor que pude y les enseñé lo poco que sabía, principalmente a la Monseñor, pero es ella la que realmente aprendió de forma autodidacta. Sobre todo después de mi nefasta pelea con la bestia que me dejó inútil, y con la que casi pierdo la vida. Pienso que el verme así, al borde de la muerte, es lo que provocó el cambio en Alexia y su odio irracional contra unos seres que son poco más inteligentes que los extintos chimpancés.

Respecto a los encuentros, durante años, sólo tuvimos pequeños ataques de uno o dos engendros como mucho, nunca directamente, no les dejábamos aproximarse a nosotros. Su rapidez y su fuerza me inspiraban pavor y los que se habían acercado lo suficiente a 'La Fortaleza' habían sido derribados por los regulares.

Con la primera bestia que abatió mi hija, y que habíamos arrastrado hasta el centro, descubrimos que eran comestibles. Curiosa forma de proveernos de carne. Su sabor es muy similar a la del choto, aunque su carne es un poco más dura. Sabemos que son mamíferos, y que dan de mamar a sus crías, pero jamás hemos visto ninguna que no sea en cautividad. Pensé entonces y luego corroboré, que muy probablemente sus madrigueras o nidos se encontraban bajo tierra, y que por ello nunca habíamos avistado a ningún cachorro.

Como digo, al principio habíamos tenido un número relativamente bajo de altercados con las bestias, pero de pronto, éstos, se incrementaron. Casi a diario algún cazador mataba alguna de esas cosas, y casi siempre, los hechos tenía lugar sobre la misma franja horaria. Este hecho me preocupó sobremanera, se me ocurrió que, quizás, estaban organizadas de algún modo. Nunca habíamos estudiado esa posibilidad. Dábamos por sentado que eran como animales salvajes, que como mucho, se organizaban en manadas y que buscaban caza de alguna forma, sin embargo, recordé que no se alimentaban de carne, sino de estructuras, y entonces pensé que, quizá, los continuos ataques se debían a algo más que a la casualidad del encuentro o alimentarse.

Por el bien de mis hijos, debía encontrar el motivo."

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora