La primera línea de defensa había hecho un buen trabajo. Los parapetos de combustible habían causado una mortandad mayor de la que, ella misma, había supuesto. Cómo habían imaginado, la Libertadora y el Primado, sus cruzados habían repelido los primeros ataques, sin embargo, las bajas entre los no profesionales habían sido cuantiosas. Los sacerdotes, en cambio, no se habían retirado hasta que ella no lo había ordenado y, aún así, habían tenido pocos heridos graves. Sus órdenes de matar o morir se habían cumplido a rajatabla.
Pero la primera línea había sido finalmente superada, su número lo había hecho inevitable. La batalla por las calles, hasta el segundo cinturón, había sido más cruenta si cabe, aquí si habían caído muchos sacerdotes. Las paredes limitaban sus movimientos y la lengua de bestias arrastraba hacia su interior a cualquiera que cometiera un pequeño error. Aún resonaban en su mente los gritos de dolor de los desmembrados por las mandíbulas de la jauría.
Aunque los habían vuelto a detener en el inicio de la loma, el segundo cinturón no aguantaría mucho. Pese a las protestas de Roser, todos sabían, perfectamente, que la única forma de sobrevivir era eliminar a los machos dirigentes de la mente colectiva.
Por eso había cruzado las líneas enemigas, por eso se encontraba allí, arrastrando su cuerpo por entre interminables filas de escuadrones enemigos, protegida con los ungüentos de camuflaje, y rezando porque no detectaran su olor antes de finalizar su misión. Ella conocía a la perfección cual era su objetivo, debía matar, como fuera, al ser de agua de la caverna. Su verdadera reina.
Encontró la entrada a la gruta apenas a tres kilómetros de la comunidad. Alexia intuía que los demonios harían un inmenso pasadizo que conectaría la puerta principal con el campo de batalla. Se había imaginado que ese ser no podía soportar la luz directa del sol, y su padre se lo había confirmado. Él lo había percibido cuando se unió, sin quererlo, en el pasado, a la mente colectiva de la colmena, por eso vivía bajo tierra.
A la Monseñor le costó encontrar la entrada, sin embargo, esta no estaba vigilada, ese ser debía de estar muy seguro de su refugio. Entró en un oscuro y húmedo pasadizo pero no utilizó nada para iluminarse. Tanteando las paredes avanzó con cautela por la oscuridad reinante. No tenía miedo, había ido allí a morir, su único temor era no poder realizar su misión. La pólvora que transportaba en pequeños sacos, a su espalda, le daban seguridad, sabía lo que tenía que hacer. Se inmolaría junto al extraterrestre y acabaría con el lazo mental de la colmena. Sólo esperaba hacerlo a tiempo y hacerlo bien.
Después de un rato avanzando a ciegas, que se le antojó eterno, vislumbró una claridad a lo lejos. Como había supuesto habían hecho un túnel que se alargaba hacia el este y creado de forma artificial una bóveda para albergar la pirámide. Esperó hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz y se asomó al borde de la misma.
El prisma estaba completamente cerrado y a ella no le quedaba tiempo. Sus pensamientos estaban en 'La Fortaleza' y en como se estaría desarrollando la batalla. Tocó una de las caras e intentó, inútilmente, encontrar una abertura por la que colarse al interior, debía asegurarse de eliminarle, si no, su sacrificio sería en vano. Pero no encontró ninguna, así que escaló la bóveda y se instaló en un pequeño saliente en la parte superior, cerca del techo. Desde esa seguridad —las bestias no podían escalar— estudió su problema, sin encontrar solución. La rabia, provocó que golpeara la cúpula con el puño, y que parte de ésta se desplomara. Entonces, se le ocurrió una idea.
Utilizó su equipo de escalador, y usando mosquetones y cuerdas se colgó de las zonas seguras, minando con los sacos de su espalda, casi toda la superficie del techo. Después, se situó en la entrada del pasadizo e hizo detonar, con una mecha, un saco a los pies del cuerpo geométrico.
Mientras éste se habría silenciosamente, la Monseñor miraba nerviosa a su espalda, por si la explosión hubiese alertado a las bestias del exterior. El ser apareció casi de improviso, fijando su atención en la base de la formación, comprobando que ésta no había sufrido daños. Luego los tentáculos detectaron la presencia del humano, y en el momento en que las miradas de los dos se cruzaban, ella detonó las cargas.
El ser miró al techo y observó, fascinado, como éste se le venía encima mientras sus escoltas lanzaban sus látigos hacia la Libertadora, antes de que miles de toneladas de piedra y tierra, la misma que estaban destinados a proteger, les sepultara.
Después, ella había corrido por el pasadizo desenfrenadamente, la onda expansiva había provocado que el túnel se hundiera más a cada metro que avanzaba. Cuando alcanzó a divisar la luz de la entrada, saltó hacia el exterior en el mismo momento en que todo se desmoronaba.
Allí, un ejército de demonios confusos, la observaba paralizado.
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"LA FORTALEZA"
Science Fiction"La historia de unos supervivientes, en un mundo postapocalíptico, por encima de cualquier código ético y moral." Este relato fué escrito, originariamente, para los premios Minotauro de la editorial Planeta, en su apartado: "Relato corto de ciencia...