III

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"Al principio, Alexia y yo estábamos solos. Cuando comenzó el ataque me refugié con ella en el sótano de mi casa. Todo fue muy confuso en esos primeros momentos, la televisión y la radio daban noticias contrarias sobre lo que se debía hacer y sobre quién nos estaba atacando. En lo que sí coincidían era en que huyéramos o nos escondiéramos, habían barrido al ejército y ya no quedaba nadie para detenerlos. Correr o morir.

Aún recuerdo con toda claridad el terror tan espantoso que sentí al ver como el tentáculo descendía levitando las escaleras del sótano. Cómo desparramaba sus asquerosos látigos de energía mientras rastreaba toda la habitación con su escáner. Lo que entonces nos salvó fue un gato, que al ver la máquina saltó precipitadamente a nuestra derecha, tratando de alcanzar las escaleras para huir. La máquina reaccionó, como era de esperar en una máquina, despiadadamente y con precisión milimétrica. Del felino sólo quedó un montoncito de polvo y un olor a quemado que me acompañaría siempre.

Cuando tuve el valor de salir de allí, descubrí una ciudad fantasma. El viento traía y llevaba constantemente ceniza de un lado a otro; enseguida descubrí qué era ese polvo. En la calle estaba desparramado, pero en las casas en las que entramos, buscando supervivientes como nosotros, éste formaba perfectos montículos de diferentes tamaños. Incluso pude adivinar cual pertenecía a mi amada esposa, le di sepultura convenientemente y lloré amargamente su pérdida.

Por entonces aún sabía llorar.

Saqueé un centro comercial próximo a mi casa, donde me aprovisioné sobre todo de víveres, pero también de herramientas para poder forzar cualquier cerradura. Después, busqué un lugar idóneo dónde instalarme y me parapeté en un ático, desde el cual, tenía una vista completa de trescientos sesenta grados. En aquel tiempo mi principal preocupación, además de evitar los tentáculos, era localizar más seres humanos. La soledad puede volverte loco y nosotros estábamos realmente solos, o al menos, eso parecía.

Me pasaba los días con unos prismáticos barriendo la zona controlada desde esa altura, y escuchando una emisora de radio–aficionado de onda corta, que funcionaba a base de pilas, por si alguien intentaba ponerse en contacto por este medio. No había ningún otro sistema de comunicaciones que funcionara en aquella época, y ya nunca lo volvería a haber. Al principio de la guerra, fue lo primero que destruyeron: la televisión, la radio, e internet, incomunicándonos en un mundo globalizado, como, entonces, era el nuestro. De cualquier manera esto no me dió ningún resultado, si había más seres humanos, recuerdo que pensé, tendría que buscarlos casa por casa.

Los tentáculos desaparecieron paulatinamente y en, relativamente, poco tiempo. Entonces llegaron las bestias. El número de éstas fue inversamente proporcional al número de éstos.

La primera vez que ví a uno de esos demonios estábamos en una gasolinera, cargando combustible en latas a un todoterreno, para alimentar el motor eléctrico que nos suministra luz y calor. En esos días nos habíamos trasladado a una comisaría de policía cercana al ático. Aparte de tener ese autónomo y contenedor de agua propios, confiaba en que allí podría defenderme mejor de los tentáculos. Todo estaba blindado o protegido con rejas de hierro, que aseguraban en cierta medida nuestro descanso. Yo no podía mantenerme constantemente en vigilia, y creí que en ese lugar estaríamos más seguros.

Su visión me dejó paralizado de terror. Alexia tendría unos tres años, y se encontraba dormida en el asiento del copiloto. Rogué a Dios para que no se despertara, pero no me escuchó. Me moví lentamente, pegado al vehículo, mientras veía como el engendro se alimentaba de la valla de cemento que cercaba parte de la estación de servicio. Parecía no percatarse de mi presencia, por entonces no sabíamos que eran casi ciegas, y tanto los ruidos que producía al moverme, como mi olor, debieron confundirla en un mundo nuevo cargado de sonidos y aromas.

De improviso un grito de terror absoluto rasgó el silencio, mi pequeña había despertado. Aún dentro del coche su grito heló mis venas. La bestia se detuvo, se tensó erizando el pelo que recorría su poderosa espalda y saltó sobre el vehículo casi instantáneamente. Yo saqué mi automática, me había hecho con ella en la comisaría, la llevaba por si me encontraba con algún tentáculo, y disparé mientras formaba el arco en el aire. Cuando cayó sobre el techo del vehículo hundiéndolo, a un respiraba, recargué mi arma apresuradamente, sin dejar de mirarla, y la reventé a tiros allí mismo. Su viscosa sangre bañó las ventanas del coche, provocando que la luz en su interior adquiera un tono rojizo que no ayudó en nada a calmar nuestros nervios.

Arranqué el todoterreno, y mientras por el retrovisor veía caer a la bestia, resbalando hasta el suelo, pensaba en lo que le había visto comer. No estaríamos a salvo en ningún sitio.

Esa noche no pude dormir, y Alexia tampoco."

"LA FORTALEZA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora