Capítulo Treinta y Ocho

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Enero había pasado tan rápido como un rayo, dando paso al siguiente mes, sin dejar más que secuelas de una tormenta de emociones.

El clima seguía prácticamente igual, nieve, frío y viento, pero al menos no llovía desde hacía ya muchos días y el sol comenzaba a ser más fuerte con el pasar de las horas, sobretodo a la hora del mediodía.

Louis estaba ansioso, necesitaba que termine su turno de una vez por todas. El chico no podía concentrarse en nada e incluso había recibido quejas por parte de varios clientes, colocaba erróneas cantidades y cobraba de más. Había llamado a Gigi alrededor de cincuenta veces, de las cuales las últimas cuarenta había sido ignorado, pues la muchacha ya le había repetido que estaba en un embotellamiento de autos y que llegaría un poco más tarde, y ante la insistencia del ojiazul había terminado por hartarse.

Pero ella no entendía, tenía muchísimo por hacer. De todos los días en los que lo había cubrido habían elegido justo ese para hacerla llegar tarde.

 El día del cumpleaños de Harry, por lo tanto, el día más importante del año.

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Él sonreía de manera forzosa, toda su familia se encontraba allí y le dedicaban hermosas sonrisas y exagerados deseos, poniéndolo incómodo. Literalmente, nunca había visto a tanta gente en su casa por su cumpleaños. Incluso los padres de Marco y el niño habían asistido, incluso cuando él sospechaba que el odio que su hijo le tenía era también compartido por sus progenitores.

La casa, que no era muy grande, parecía a punto de rebalsar de gente y aún así, la persona a la que Harry de verdad quería ver no estaba.

Había llamado, escrito e intentado comunicarse con Louis te todas las maneras posibles, pero sin resultados. Que el muchacho no se haya hecho presente en el día de su cumpleaños lo ponía triste e incluso algo decepcionado. Quizá ni siquiera sabía que hoy era el día, pues el rizado no recordaba haberle insistido muchas veces ni remarcar que el primero de febrero era su cumpleaños.

 Si lo había dicho de pasada en algunas ocasiones, pero había un noventa por ciento de probabilidades de que el ojiazul ni siquiera lo haya escuchado.

Siguió recibiendo halagos y obsequios, intentando concentrarse en las personas que sí estaban allí, pero en vano. Pues no los quería ni le importaban ellos como lo hacía Louis.

Tampoco le importaba Camille, quién seguía enviándole mensajes.

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-¡Al fin apareces!- dijo con amargura el ojiazul.

La chica frunció el ceño y con aspecto cansado se dirigió al pequeño perchero que había a la entrada, colocando su bufanda, cartera, guantes y saco.

-Con un gracias es suficiente- le contestó cortante.

Louis respiró hondo e intentó controlarse. Entendía que para Gigi no era para nada divertido tener que ir a trabajar en un día que ni siquiera le correspondía, que tampoco le gustaba romperlas reglas y mentirle a su jefe (pues este pensaba que el día transcurriría con normalidad) y que le estaba haciendo un favor, que debería estar completamente agradecido. Pero la muchacha había llegado dos horas y media después de lo planeado y eso significaba que Louis tendría dos horas y media menos para preparar su sorpresa. Ya eran casi las cinco de la tarde, no le quedaba mucho tiempo.

-Lo siento, Gig- dijo y le estampó un beso en la mejilla.

Tras esto corrió a la parte trasera del local, en dónde se quitó sus ridículo uniforme, lavó las manos con rapidez y peinó un poco. Acto seguido corrió de vuelta a la sección principal, tomó su abrigo (que en realidad era de Harry) del mismo lugar en dónde la muchacha acababa de poner los suyos y se dispuso a, literalmente, salir corriendo.

Catorce Días (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora