Capítulo Cuarenta y Nueve

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And I always knew...

you were the one.

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Apenas las ruedas comenzaron a hacer contacto contra la superficie, a raspar contra esta, él pudo sentir aquel agobio aferrado profundizarse. Su estómago se contraía sin cesar, enredándose en un nudo fuerte y muy probablemente imposible de desatar si es que no se lo cortaba con una fuerte y filosa tijera. Ya no volaban, volvía a poder ver las cosas con claridad y por más dramático que sonara, el creía sentir como le habían cortado las alas, obligándolo a jamás volver a volar.

Los árboles recuperaban su tamaño normal y también lo hacían las personas, aunque la vista era completamente diferente. No veía aquellos tonos rojizos que caracterizaban su ciudad, no estaban los bancos ni las plazas pobladas. Las cabinas telefónicas. Los faroles que adornaban las románticas calles de Londres, claramente no eran muy populares allí. La nieve... seguía estando, pero lucía mucho más blanca y fría que en Gran Bretaña, completamente congelada y rígida. Aunque para muchos Berlín era una de las ciudades más hermosas que existían, Harry ya estaba completamente seguro de que la detestaba.

Sus pasos retumbaban con mucho ruido, generando eco en las inexistentes paredes, o quizá era simplemente que estaba demasiado enojado como para caminar con delicadeza. Además, también estaban los de Gemma, quién no se esforzaba por disimular su malhumor y se desplazaba dando grandes y fuertes zancadas por la calles. La única que parecía inmune al desastroso efecto de abandonar su hogar era Anne, a ella sí le parecía estar gustando la situación, e incluso disfrutándola. Harry nunca había sentido repudio hacia su madre, aunque eso había cambiado ya hacía unos días. Ahora cuando la miraba, no podía sentir más que decepción. Y aunque no quisiera, también tristeza. Tristeza por entender de que a ella le había parecido una mejor decisión mudarse a otro país, huir y abandonar todo lo que habían llegado a formar allí, que dejarlo a él estar con Louis. Eso le dolía. Le dolía mucho.

-Entraré a este bar un momento- habló la mujer. Ambos hermanos la miraron con expresión juzgadora, levantando la vista del suelo rápidamente. Eso era algo que compartían: los dos tendían a mirar demasiado al piso y a atolondrar con la mirada a los demás-. Todavía falta para llegar al departamento y creo que todos necesitamos comer algo.

Porque sí, Anne había decidido que no tomarían un taxi, se instalarían y tomarían el tiempo de descansar y adaptarse como cualquier familia normal. No, ellos recorrerían toda la ciudad a pie antes de llegar a su nuevo "hogar". Harry frunció el ceño con tan solo pensar en la idea. Llevaban apenas media hora caminando y no habían avanzado más de tres cuadras desde el aeropuerto, pues la mujer se detenía a sacar fotos y admirar la arquitectura cada dos segundos, siendo aparentemente inmune a las emociones de sus acompañantes, quienes claramente querían todo menos caminar y fingir interés por las calles de Alemania.

Hacía frío, el cabello de Harry estaba húmedo y le mojaba la frente. Podía ver el vaho que desprendía su boca con tan solo abrirla un poquito, y ya ni siquiera sentía la nariz de lo congelada que estaba. Probablemente también roja. Recordó por vez numero cuatrocientos en los últimos diez minutos a Louis, y pensó que su idea de guantes para la nariz en realidad no era tan alocada como lo había creído en un primer momento, y que si alguna vez llegaba a triunfar en la vida, lo primero que haría con todo el dinero sería crear una marca que los fabricara. Tendría ediciones especiales en colores verde y azul, y se encargaría de que a él le llegaran, le mandaría una caja llena todo los inviernos para asegurarse de que no se resfriara ni pasara frío. 

Se lo prometió. Miró al cielo y se lo prometió a él, aunque no lo fuera a ver nunca más, haría todo lo posible para mantenerlo feliz. Se dio cuenta de que también tendría que crear una colección infantil, pues supuso que le gustaría que su hijo tuviera unos. Sintió un vació en el pecho al percatarse de que Louis, siendo padre y teniendo que criar a un niño, no tendría mucho tiempo para pensar en él. El único recurso que le quedaba era convencerse de que si lo haría.

Catorce Días (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora