Extra 1: Simon

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Su memoria podía empeorar con los años, pero jamás olvidaría el día en que conoció a Marie. Iba volviendo del centro con una bolsa de comida para llevar, una película rentada y un paquete de cigarros en el bolsillo de su camisa, cuando escuchó un grito desde un callejón lejano.

Vivir en una ciudad por varios años le enseñaron a meterse en sus propios asuntos, pero el grito fue tan desgarrador y doloroso que trajeron viejos recuerdos de Vietnam y salió corriendo hacia la dirección del grito. Por lo menos quería comprobar que todo estuviera bien.

Al final del oscuro callejón había una joven. Asumió que la habían asaltado, así que se acercó para ofrecerle su ayuda, con su teléfono móvil en mano para marcarle a la policía.

Pero lo que tenía esa joven no eran señales de un asalto, sino un bebé recién nacido en sus brazos. El cordón umbilical lo mantenía conectado a la madre, que lloraba y apenas de podía mover del dolor. Estaba llena de sudor, sangre y todo tipo de fluidos salidos de su cuerpo.

Lo miró con súplica. —Por favor, ayúdeme... mi bebé no se mueve.

No notó hasta ese momento que el bebé no lloraba. Con la poca luz de la luna veía que estaba de un color azul. Marcó rápidamente a una ambulancia, murmuró la dirección y se quitó su chaqueta para darle calor a la criatura, mientras intentaba tranquilizar a la pobre nueva madre.

—Todo estará bien, querida— le prometió, usando sus manos para darle calor al bebé. Era una niña. —Una ambulancia viene en camino, tú y tu bebé estarán bien.

—Ayúdela, por favor— le suplicó la joven. —No puedo perderla, por favor...

El bebé estaba inmóvil y casi estaba por darle el pésame a la madre, hasta que lo sintió. Se había movido. La criatura respiraba y tenía los ojos bien abiertos, mirándolo, como si pudiera ver con su mirada inocente a través de él. Era una mirada que lo dejó impactado.

—Está bien, solo es muy orgullosa para llorar— le sonrió a la madre.

Sostuvo a la criatura y la mano de la joven hasta que la ambulancia llegó. La joven le pidió que la acompañara y así lo hizo. Esperó con paciencia a que las revisaran, dándose cuenta de que dejó todo tirado en el callejón. Ni siquiera le daban ganas de fumar en un lugar como ese.

—Sr. Giroux, la joven desea verlo— le dijo una enfermera.

Dio gracias por no haber fumado y entró. La madre estaba bien, aunque agotada, y la niña se veía saludable. Seguía mirándolo con aquellos hipnóticos ojos azul nocturno.

—Se parece a ti— le dijo. —¿Necesitas que llame a alguien?

—No tengo familia— negó la chica. Marie, según la ficha en la cama.

—¿Vas a darla en adopción?

Marie se echó a llorar. —¡No puedo! Creí que podría, pero ya la vi y la amo. Jamás pensé que podría amar tanto a alguien que conozco solo unas horas. Lo siento, pero no puedo hacerlo...

—No tienes que hacerlo si no quieres— le dijo. —Mira, no tengo mucho, pero poseo una pequeña librería en el centro. Te puedo dar un trabajo y rentarte el segundo piso como habitación.

La joven lo miró como si fuera la primera vez en su vida que alguien era amable con ella.

—¿Por qué haría eso por mí? No me conoce.

—No necesito hacerlo. Amas a tu bebé y eso es suficiente— extendió su mano. —Soy Simon Giroux, querida, un simple viejo que no tiene nada que hacer con su tiempo libre.

Esperaron a que llegara la enfermera, revisó por segunda vez a la bebé y se la entregó a la nueva madre para que la alimentara. Puso una expresión de dolor al principio, pero lo superó.

—¿Ya tiene un nombre para su niña?— preguntó la enfermera.

—Sí— asintió Marie. —Simone.

Ambas se mudaron poco después con él. Marie fue una trabajadora dedicada y una madre amorosa, llegando a ganarse su aprecio y respeto. La bebé Simone era la cosa más dulce que le había pasado en la vida, siguiéndolo a todos lados como si fuera su héroe.

Una tarde, decidió que ya no debía perder más el tiempo.

—Cásate conmigo.

De no ser porque cargaba con la niña en sus brazos, estaba seguro de que Marie hubiera alzado las manos en el aire con incredulidad.

—¿Q-qué?— titubeó. —¿P-por qué?

—No voy a vivir por siempre, Marie. Tengo 60 años y problemas cardíacos— dijo. —No las quiero dejar en la calle después de que muera.

Era la idea más descabellada que Marie había escuchado. No quería casarse por conveniencia y pensaba en Simon como un padre. Pero todo su plan tenía sentido y después de una semana aceptó. El hombre del registro civil les dio una mirada inquisidora al ver a un hombre tan mayor con una mujer tan joven. Nunca consumaron el matrimonio y reconoció a Simone como su hija. 

A pesar de todo, los tres eran una familia feliz.

Marie pudo terminar la escuela y cuidó muy bien de la pequeña. Aunque no era posible, los dos se parecían, en sus actitudes serias y sus expresiones neutras. Al cumplir 5 años tuvo su primera amiga y no pudo estar más tranquilo porque ya no estaría sola.

Simone era la adoración de su vida. Tan hermosa, inteligente y pura, como un angelito. Lloró por primera vez en años cuando la oyó decirle "papá". La llevaba todos los días a la escuela, aunque lo confundían con su abuelo y sus puertas siempre estaban abiertas para recibir a su amiguita, la dulce Elly, con la que pasaban horas leyendo en el ático de la librería.

La familia de Elly era agradable y apadrinaron a su niña sin pensarlo. Eran una segunda familia y los apreciaba. Confiaban en él, y a diferencia de otros no pensaban que fuera una amenaza para las niñas. Su recuerdo más preciado fue llevarlas a ver la súper luna cuando tenían 7 años.

Todos los padres dicen que sus hijos son genios, pero Simone de verdad lo era. Ya sabía leer antes de los dos años y tenía una memoria increíble. Marie no estaba segura sobre adelantarle cursos, pero Simon sabía que no podían retener el destino maravilloso que tendría esa niña.

Pasaban horas discutiendo de política, cultura y yendo al teatro local. A veces era como hablar con otra persona de su edad y solía olvidar que tenía solo 10 años.

Luego llegó lo inevitable. Enfermó. Ya tenía 70 años y fue un fumador empedernido toda su vida, aunque lo dejó después del nacimiento de su niña. Problemas al corazón y un posible cáncer en los pulmones, que maravilla.

Quiso hacer reposo en casa, alejado de los hospitales y con su familia. Tomó la decisión correcta al escoger a Marie como sucesora, no tenía dudas de que mantendría a flote la librería. Recibió un montón de llamadas de su ex esposa sobre el testamento, pero no se molestó en responder.

—¿Vas a morir, papá?— le preguntó su dulce niña.

—Temo que sí, lapin— la abrazó, aunque le dolía el pecho. —Pero viví una buena vida, así que no te pongas triste. Háblame de lo que sea. ¿Las universidades hablaron contigo?

—Quiero estar aquí— dijo Simone, terca como su madre. —Para cuidarte.

Simone nunca lloraba, debía ocurrir algo muy malo y que la destrozara por completo para hacerla llorar. Cuando sentía ganas de llorar, pero no podía hacerlo, siempre apretaba los labios y bajaba la mirada a sus manos, apretadas en puños.

—Usa tu cerebro para el bien, mi querida niña— sujetó su mano, pero apenas tenía las fuerzas para sostenerla. —Hagas lo que decidas hacer, sé que me harás sentir orgulloso.

Se fue esa misma noche de manera pacífica, feliz por haber tenido el honor de ser el padre de aquella niña única.

Bailando Bajo la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora