Tres

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El turno de esa mañana había sido particularmente agitado. Al ser la más joven en la nómina, le daban a propósito los casos que nadie más quería atender, ya sea porque fueran asquerosos o demasiado sencillos, pero lo soportaba. No estaba ahí para ser prejuiciosa.

Le habían asignado pacientes bastante curiosos. Tuvo que convencer a una mamá anti-vacunas que su bebé necesitaba la inyección; una mujer religiosa que creía que su hija tenía un demonio adentro cuando en realidad estaba embarazada y un hombre con un control remoto atorado en su cavidad anal (no quería saber como se lo metió).

Lo más tranquilo de la mañana fue el chequeo de rutina que le hacía cada semana a una de sus pacientes. Sally había vuelto y Carter estaba feliz, pero al mismo tiempo, una madre con un hijo con problemas cardíacos leves quería que fuera colocado en la lista de espera.

—¿Cómo lo ve para un trasplante?— le preguntó.

—Los síntomas no son tan elevados para entrar en la lista. Con unos medicamentos y ejercicio diario podría tener una vida normal sin necesidad de una operación.

—¿Entonces qué? ¿Van a esperar a que tenga un ataque al corazón para entrar en la lista? ¡Está perdiendo muchas clases! ¡Las madres en la escuela están empezando a hablar!

Simone no comprendía su enojo. Le había explicado al menos tres veces durante el chequeo que el corazón de Bruce no era tan delicado. Ni siquiera había riesgo posible de un ataque cardíaco.

—Lo más seguro es que la deficiencia de Bruce desaparezca con el tiempo y la edad— le dijo. —Además del agotamiento, es tan sano como un niño normal.

El pequeño Bruce sonrió por su diagnóstico. Pero la madre parecía todo menos satisfecha.

—¡Mi hijo no es normal! ¡Está enfermo! ¿Y esperan que me quede de brazos cruzados? ¡Exijo que traigan a un doctor de verdad! ¡No voy a escuchar el diagnóstico de una niña que no sabe nada!

No era la primera vez que oía eso. Tuvo varios pacientes que se negaron a que los atendiera debido a su edad. Por esa razón había optado por solo atender a niños.

—Amor, tranquilízate— le pidió su esposo, mucho más educado en comparación. La gente empezaba a observar desde lejos la escena en medio del pabellón.

—¡No me digas lo que tengo que hacer! ¡Esta falsa doctora intenta decirme lo que es mejor para nuestro hijo! ¿Cuántos años tienes, princesa?

—Quince.

La mujer pegó el grito en el cielo. —¡Por dios, esto debe ser una broma! ¿Acaso ahora les regalan los títulos a los niños? ¡¿Qué clase de universidad te mandó a trabajar aquí?!

—Harvard, señora.

La respuesta que la señora iba a gritarle se apagó en su boca. Antes de que pudiera llamarla una mentirosa, Simone le mostró su tarjeta de estudiante de la prestigiosa universidad mencionada. Hace exactamente dos meses había recibido su título de manera oficial.

—Si no se siente cómoda, le traeré al jefe del pabellón— sugirió, cansada de los gritos. La mañana había sido pesada y no necesitaba que le arruinaran el resto de la tarde.

—Por favor— intervino el esposo antes de que respondiera su mamá.

Simone salió del bloque asignado y fue a buscar al doctor LaMontagne. En su camino, los doctores más tradicionales parecían satisfechos con el tremendo escándalo de la madre, pero las enfermeras (casi todas mayores) le dieron ánimos durante su camino.

Golpeó dos veces la puerta de la oficina.

—Adelante.

Simone fue directa. —La Sra. Ulrich no cree que yo le esté dando un diagnóstico adecuado a su hijo, así que está exigiendo una segunda opinión.

Bailando Bajo la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora