Extra 2: Apollo

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Cuando eres un huérfano que vive en el sistema, no tienes muchas opciones. Por eso no dijo nada cuando lo enviaron a un pueblo al azar de Inglaterra porque una mujer quiso tomarlo en su cuidado. Solo esperaba que fuera decente, no esperaba a la Reina ni nada como eso.

La mujer, Evelyn Pierce, resultó ser más que decente. Era una anciana dulce, no lo trataba como un delincuente por salir del sistema y parecía de verdad importarle su bienestar. Lo metió en la mejor escuela de la ciudad, le compraba todo lo necesario y le preparaba buenas comidas.

—¿Por qué es tan buena conmigo?— le preguntó un día.

Ella solo le sonrió. —¿Por qué no lo haría? 

—Todo esto es un lujo que no merezco, Sra. Pierce.

—No me imagino lo que habrás pasado para creer que ser tratado con cariño es un lujo.

Decidió ser más allá de bueno. Con suerte tenía cerebro y en menos de dos meses era el mejor de la escuela, se saltó un par de cursos y se graduaría temprano. Quería ser doctor, porque le permitiría ganar dinero y quería ayudar, como alguna vez no ayudaron a su madre biológica.

Tres meses antes de su graduación, la conoció. Llegó un día cualquiera a la casa, usando una llave. Nunca había visto algo tan precioso en el mundo como ella, con su cabello castaño como cascada y su vestido de florecitas azules. Se presentó como Marie, la nieta de la Sra. Pierce.

Marie venía desde Francia a vivir con su abuela, pues tenía conflictos con sus padres. La ayudó a subir su maleta y ella insistió en que le contara su historia, aunque no tenía mucho para decir.

Se volvió una tradición que ella lo iba a buscar después de la escuela. Podían hablar por horas sin cansarse o estar en silencio sin ser incómodo. Marie nunca lo discriminó por ser del sistema ni por ser pobre, para ella era solo una persona, sin origen y que valía la pena para conocer.

En menos de un mes sabía que la amaba, pero también que era imposible. Incluso con todas las becas de la escuela y sus notas, no tenía el dinero para pagar una buena universidad. No quería pedírselo a Evelyn después de todo lo que hizo por él, y era muy tarde para buscar un trabajo. La vida que podía ofrecerle a Marie nunca sería suficiente y no quería arrastrarla junto con él.

Pero a pesar de todo, no podía dejarla. Necesitaba esos momentos con ella tanto como respirar, asegurarse de que estuviera bien, que volviera segura a casa. Debía proteger a su chica francesa.

Fue en la fiesta de final de curso cuando ese hombre se le acercó. Eugene Bennett, un respetado médico dentro de la comunidad inglesa. Nunca pensó que alguien así le hablaría.

—He visto tus notas, es impresionante— le dijo. —¿Sabes? Tengo la costumbre de acoger a los mejores alumnos de cada generación. ¿Quieres venir a Harvard?

Aquella era una oportunidad dorada, así que aceptó. Lo único que el doctor Bennett le pidió fue ser amistoso con su hija. Nunca le prestó atención a Karen hasta ese momento, siempre pensó que era una niña maleducada y sangrona. Pero lo podía soportar. Lo que no soportaba era la forma en que trataba a Marie, como si fuera su sirvienta.

Hizo lo imposible para mantenerlas alejadas, pero Karen siempre lo seguía como si estuviera pegada a él. De verdad la detestaba, era malcriada, altanera y gritona, pero si quería ir a una buena universidad debía aguantarlo. Todo fuera por su educación y por un futuro con Marie.

El día de su graduación llegó y con eso su ida a Harvard. Marie se iba a quedar para cuidar de su abuela y no podía llevarla con él. Logró escabullirse antes del baile y Karen lo perdió de vista. Se subió al roble que había fuera de la habitación de Marie y golpeó su ventana, dándole un susto.

—Apollo, ¿Qué estás haciendo?— le preguntó, dejándolo entrar. —¿No estabas en el baile...?

La silenció con un beso. Solo podía describir esa noche como dulce, un anhelo que tuvo desde el primer día y un recuerdo que se quedaría por siempre en su memoria, con su chica francesa.

Partió a Harvard la semana siguiente, aunque Marie no quiso despedirse. Evelyn lo abrazó con fuerza y le prometió que volvería, tanto por ella como por su chica. Iba a ser doctor y juntaría una fortuna para cuidar de las dos. Les daría una buena vida y serían una familia feliz los tres.

Se dedicó estrictamente a estudiar todos esos años. De vez en cuando escribía cartas, aunque solo Evelyn se las respondió. Quizás estaba siendo iluso y Marie no iba a esperarlo. Pero no iba a darse por vencido. Fue el mejor de su clase varios años seguidos, publicó artículos antes de los 20 y ganó premios por sus aportes. Solo esperaba que su familia en aquella ciudad lo siguiera.

Una noche, el doctor Bennett lo sentó en la sala de estar.

—Me llenas de orgullo, muchacho— le sonrió. —Haberte acogido fue la mejor decisión que pude tomar en mi vida, pero vayamos más allá. Quiero que te unas a la familia como mi hijo.

—¿Quiere adoptarme?— inquirió Apollo, con 23 años recién cumplidos y muy mayor para eso.

El doctor Bennett soltó una carcajada. —¡Claro que no! Mi hija sigue soltera y le causaste una buena impresión hace mucho tiempo. Con un matrimonio rápido todo quedaría resuelto.

Apollo no podía creerlo, ¿Hablaba en serio? ¡No soportaba a Karen y tenía a Marie! Pero conocía al doctor Bennett hace tiempo y no dudaba en que arruinaría su carrera si se negaba, todo podía irse abajo si no lo obedecía. Haber sido acogido por ese hombre era un ama de doble filo. Pidió la noche para pensarlo, viendo dos opciones: volver a la ciudad sin carrera o casarse con Karen.

Intentó llamar a Marie, pero no la localizó. Hace años que no sabía de ella. Llamó a uno de los viejos amigos de ella para ver si podía encontrarla, pero la respuesta le rompió el corazón:

—¿Marie Le Blanc? Se casó hace años. Incluso tiene una niña pequeña.

Había sido iluso todo ese tiempo. Marie no lo iba a esperar, nunca tuvieron una relación. Solo una noche mágica que pudo no haber llevado a nada. ¿Cuál era el punto en arruinarse por un sueño que nunca sería real? Lo que más importaba ahora era su carrera, lo demás era inútil.

Aceptó la propuesta y se casó al mes siguiente. Karen era una mujer simple, si llegaba tarde ya estaba dormida y podía quedarse en la habitación de invitados. Se iba a dedicar por completo a su carrera, tanto que no debía pensar en la pesadilla que lo esperaba en casa. Si cumplía con sus caprichos lo dejaba en paz, como un perro al que le das una galleta para que deje de ladrar.

El plan era simple: avanzar su carrera y divorciarse una vez el doctor Bennett muriera. Pero no contó con que Karen quedara embarazada (fuera Dios a saber cómo, si apenas la tocaba). Se quedó, pero solo por su hija. Su Phoebe era su princesa y nunca la dejaría, ni por su loca madre.

Tenía dos amores ahora: su trabajo y su hija. Recibió una buena oferta de trabajo en la ciudad donde creció y aceptó, aunque Karen quería quedarse en Cambridge. No le importaba que el Moonday no fuera un lugar reconocido, quería dedicarse a las personas que lo necesitaban.

Pasaron los años y tomaron a los primeros internos. Había una joven genio como él, Simone Giroux, que parecía ser prometedora. No podía esperar a conocerla el lunes.

Bailando Bajo la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora