Veintisiete

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Tercera Noche (22:17 p.m.)

Tres minutos habían pasado desde que sonó la alarma y no llegaban. Simone miraba pasar las agujas en su reloj como maniática, contando cada pequeño segundo. Tenían todo preparado en la sala para hacer el procedimiento, pero la paciente no llegaba y ya se estaba asustando. Si los atrapaban, todos perderían sus licencias e incluso podrían terminar en prisión.

—Llegarán— le aseguró Miranda, preparando los instrumentos.

La alarma sonaba en todo el edificio y dentro de su cabeza, poniéndole los nervios de punta. Al cumplirse los cinco minutos de espera, golpearon la puerta con la señal que inventaron antes y abrió. Henry y Ezra cargaban la camilla donde estaba Elly, dormida y empapada. Todos estaban empapados debido a la alarma de incendios, pero ese era el menor de sus problemas.

Miranda les indicó que la trasladaran a la cama de la sala y lo hicieron con cuidado, tratando de no desconectar la máquina que la mantenía en coma. Miranda comenzó a hacer el ultrasonido para encontrar el agua en su pecho y Simone preparó la aguja. Iba a meter una aguja gigante en el pecho de su mejor amiga. Todo estaría bien, solo un procedimiento sencillo y de rutina.

—Mon, hay un problema— dijo Miranda.

—¡¿Qué?!— preguntó de un salto.

—No podemos hacer el procedimiento si sigue conectada— dijo Miranda. —Tenemos que sacarla del coma y anestesiarla. Tal vez no pueda seguir por más de diez minutos sin apoyo. ¿Qué dices?

Se le cortó la respiración los 10 segundos exactos que le tomó analizar todo. Desconectarla para salvarle la vida, pero a la vez arriesgándola si hacía mal la operación. Esa máquina la mantenía con vida y a la vez la mataba lentamente. 10 segundos fueron los que tardó en tomar la decisión.

—Tenemos que hacerlo— declaró. —Henry, ¿Puedes?

Henry asintió en silencio y desconectó a Elly de la máquina, a la vez que Miranda rápidamente la puso bajo anestesia mientras seguía dormida. Un minuto para terminar el ultrasonido y nueve para completar la operación. Sentía cada nervio en su cuerpo helado, como si nadara en hielo.

Miró por un segundo a Ezra, que vigilaba junto a la puerta. Este volteó y le asintió en silencio, con total fe de que iba a hacerlo. Los demás también, nadie dudaba en que podía lograrlo. Ya no se trataba de si podía hacerlo o no. Tenía que hacerlo, y más le valía que resultara bien.

Una vez el ultrasonido estuvo listo y ubicaron el agua, fue el turno de Simone. Usando sus dedos localizó el punto exacto entre las dos costillas y colocó la aguja en posición. Pero no pudo meter el aparato en su pecho. Tenía el lugar exacto, absoluta certeza de lo que tenía que hacer y toda su formación para respaldarla. Pero estaba helada, con la aguja a milímetros de la piel.

—Mon, ¿Qué pasa?— preguntó Miranda. —Quedan siete minutos.

Simone respiró hondamente, sin moverse un centímetro. Repasó en su cabeza toda la teoría y sus prácticas a toda velocidad para distraerse. No era cualquier vida la que estaba frente a ella, era la de una persona irremplazable. No un muñeco sin vida, sino alguien vivo y amado.

Alejó la aguja y fue como si todos se quedaran paralizados. La alarma de incendios dejó de sonar al fondo y hubo un escándalo general en el primer y segundo piso. Era cosa de tiempo para que notaran que una paciente en coma desapareció.

—Muñeca, di algo, por Dios— le pidió Ezra.

Entonces salió de su burbuja, como si esa voz la hubiera reventado. ¿Qué estaba haciendo? No podía perder tiempo valioso. Seis minutos, había perdido un minuto entero dudando.

Bailando Bajo la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora