Veinte

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Simone

Ella no debería estar ahí. Lo que tenían que discutir era un asunto exclusivo de pareja. A Simone no le afectaba mucho ser la hija de Apollo, pero a su esposa si que le pegaría como una patada el que su esposo tuviera una hija fuera de su matrimonio. No le correspondía estar ahí con ellos.

Pero ahí estaba, sentada como una niña castigada en el despacho del Director.

—Ya basta de secretos, Apollo. Lo sé todo— dijo Karen. —Sé que sales todos los domingos con esta mocosa en vez de ir a trabajar como dices. Dime ahora si te estás acostando con ella.

—¿Qué? ¡Claro que no!— Apollo hizo una mueca. —¡Nunca haría eso, menos con Simone!

—¡Entonces dame una explicación lógica!— exigió Karen. —¡Ya estoy harta de esta mier...!

—Simone es mi hija— la cortó Apollo.

Karen se quedó boquiabierta, como un pez globo desinflándose. Por más de un minuto ni un solo sonido salió de su boca, pero en ella se sentía como peligro. Simone miró a Apollo, sin saber qué decir ni creer que lo había dicho tan naturalmente, como si fuera algo ya conocido. Pero sabía por la mirada de Apollo que era el momento de sacar la verdad. Y estaba con él.

Veloz como un rayo y con un golpe fuerte de sus tacones, Karen se acercó a ella. Simone se puso de pie, casi de forma automática. Apretó los dientes, esperando una cachetada por parte de ella. No sabía por qué, pero Karen parecía querer desquitarse y ella era la culpable principal de todo.

—Karen, no la lastimes— le advirtió Apollo.

Pero la mujer no lo escuchaba. Parecía estar en modo automático. Alzó la mano y Simone cerró los ojos, esperando el golpe. Sin embargo, no sintió una cachetada, sino una mano que le sujetó la mandíbula para mirar hacia arriba. Abrió los ojos y Karen la miraba fijamente, sin decir nada.

Después de inspeccionarle hasta el más pequeño lunar y contar sus pestañas, la soltó.

—Es idéntica a tu madre— comentó, más para sí misma que para ellos.

—Lo sé— asintió Apollo.

Simone ni siquiera había visto fotos de la mujer, pero asumía que tenían razón. No se parecía mucho a su mamá, más que el color de los ojos y la forma física. Siempre asumió que había salido a alguien del lado paterno, pero nunca se molestó en averiguar de quién exactamente.

No sabía si volver a sentarse o quedarse de pie, pero Apollo se adelantó y le pasó un brazo por los hombros para acercarla a su cuerpo, más por protección que por una muestra de afecto.

—No entiendo— murmuró Karen, sentándose. —¿Cómo...? Es tan grande. ¿Cuántos años tienes?

—15 años, pero cumpliré 16 pronto— respondió.

Karen comenzó a mover los dedos lentamente, como si estuviera contando. Como si supiera lo que iba a pasar, Apollo la apretó con fuerza en su costado, siendo un muro protector gigante.

Cuando terminó de contar, la mujer se puso de pie de un salto.

—No, no me jodas— gruñó entre dientes. —¿La francesita Le Blanc? ¿Ella es la madre?

Simone se sorprendió de que la mujer hubiera llegado a esa conclusión tan rápido y de que su memoria fuera tan buena. En efecto, Le Blanc era el apellido de soltera de su madre.

Apollo asintió. —Así es.

—Lo sabía. ¡Sabía que te acostabas con ella cuando nos conocimos!— lo apuntó Karen con su dedo índice. —¡Me viste la cara de estúpida todo este tiempo, teniendo una hija en secreto!

Bailando Bajo la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora