Ocho

26 3 0
                                    

Cuando Ezra vio su teléfono, lo primero que hizo fue reír. Tras explicarle que no era broma, le pidió disculpas e insistió que intercambiaran números, y solo aceptó en caso de que surgiera alguna emergencia con los niños y tuviera que contactarla.

Miranda seguía sin dirigirle la palabra e intentó poner una queja formar contra el doctor por no escogerla como aprendiz, pero carecía de sentido y no la tomaron en serio. Simone no quería crear discordia entre el resto de los practicantes, solo quería hacer bien su trabajo.

Llegó temprano para hacer sus rondas antes de empezar sus nuevos deberes. Los niños estaban bien, así que hizo un espacio de más tiempo para terminar de leerle a la Sra. Pierce.

—Buenos días— la saludó, sacando el viejo libro.

—Hola, Ree— le sonrió, de alguna forma alegrando su mañana. —¿Dónde quedamos?

Comenzó a leer hasta el capítulo donde la protagonista se comienza a abrir con los sirvientes de la casa, especialmente una criada que la veía como una de sus hermanos pequeños. Le recordó un poco a su infancia cuando conoció a Elly y los Salvage la acogieron como si fuera una más.

No sabía mucho de la Sra. Pierce, además de que tenía una nieta llamada Ree (quizás un apodo) y que vivió durante la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con su caso estaba en las primeras etapas del Alzheimer y un familiar anónimo pagaba el tratamiento, pero solo eso.

—Sra... abuela. ¿Cuál es tu nombre de pila?

Ella le sonrió. —Que mala memoria tienes, Ree. ¿Ya olvidaste el nombre de tu abuela?

—Un poco— mintió. Nunca olvidaba nada.

—Mi nombre es Evelyn.

—Que nombre tan bonito— le dijo.

—Lo sé, mi padre lo escogió— sonrió Evelyn.

Simone se sintió culpable por preguntar, pero lo veía necesario. Jamás preguntaba por cosas que no consideraba relevantes para su vida. Como su padre biológico, por ejemplo. Ya tuvo un padre que la crió y la amó, no necesitaba saber del que nunca estuvo ahí para ella.

Cuando comenzó su horario, se despidió y prometió volver más tarde para el siguiente capítulo. Se arregló un poco antes de ir al despacho del doctor LaMontagne para estar presentable.

Golpeó la puerta al escuchar voces dentro de la oficina, pero la dejaron entrar de todas formas.

—Oh, eres tú— comentó la mujer de la última vez.

—¿Se encuentra el doctor LaMontagne?

—No, llevo horas esperando— suspiró la mujer. —Linda, háceme un favor y ve a comprarme un café al Starbucks de dos cuadras. Leche de almendras, con caramelo y frutos secos.

Simone frunció el ceño. —No, señora.

—¿Disculpa? ¿No sabes quién soy yo?— preguntó la mujer, ofendida. —Soy Karen LaMontagne, la esposa de tu jefe, así que no te conviene ser respondona conmigo.

—No trabajo para usted, trabajo para el doctor LaMontagne. Usted misma lo dijo— señaló Simone. —Pero incluso si él me pidiera traerle un café, no está en mis responsabilidades.

Karen estuvo lista para responder, pero en ese momento entró el doctor LaMontagne.

—¿Qué haces aquí?— preguntó.

—¿Acaso no puedo venir a verte al trabajo?— no lo dejó responder. —Y la maleducada de tu doctora no quiso ir a comprarme un café. ¡Dile algo!

Bailando Bajo la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora