Veinticuatro

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Su mamá arregló la costura de su vestido, le tomó las manos con fuerza y le deseó suerte. No era ni remotamente parecido cuando fueron al funeral de su padre, desmoronada en el suelo y sin la fuerza para hablar. Quizás porque este funeral era de una persona que apenas conoció en vida.

No tenía mucho que decir al respecto sobre Robin Sage. La vio solo un par de veces y pensaba que era una chica amable, no sabía nada personal de ella excepto que fue la mejor amiga de su casi hermana y que su suicidio la había destrozado por completo. Solo necesitaba saber eso.

Llegó temprano a la iglesia, aunque no le dijo a Elly que iba a ir. Había pasado un año y seguro necesitaría todo el apoyo posible para ese momento. No quiso que sus padres la acompañaran, pero no le dijo nada a ella. Quería estar para su amiga incluso si su presencia no era deseada.

—¿Doctora Giroux?— se le acercó la madre de Robin, una mujer desgastada. —No esperaba verla de nuevo. Gracias por haber ido al funeral de mi hijo... ya sabe.

Simone habló un poco con ella. Elly no pudo ir al primer funeral ni a la cremación porque estaba en cuidados intensivos del hospital, pero fue en su representación. Este era el primer aniversario de muerte y Elly no iba a perder la oportunidad de despedirse, darle un final a todo su luto.

—Mon, ¿Qué haces aquí?

—Vine a ofrecer mis respetos— respondió a Elly, que recién llegó. —No pude conocer mucho a Robin, pero la querías. Y eso es suficiente para darle mi afecto. Supuse que tus padres no vendrían contigo, pero pensé que te serviría la compañía.

Fue a sentarse a esperar el comienzo de la ceremonia y al rato Elly se sentó junto a ella. La Sra. Sage comenzó a hablar sobre la vida de su hija y pudo notar lo ansiosa que estaba Elly, seguro llena de culpa por todo el asunto de "niño que quiere ser niña" que llevó a Robin a tomar una decisión tan radical. Le tomó la mano en silencio, diciéndole con la mirada "estoy aquí para ti". Elly captó la mirada y le apretó la mano, temblando como una hoja en el viento.

—Elly, ¿Quisieras subir a decir unas palabras?

Simone le apretó la mano. —No tienes que hacerlo si no quieres— le susurró.

En todo el tiempo que conoció a Elly Salvage, siempre tuvo algo en claro: nadie podía obligarla a hacer algo que no quería hacer. Era pequeña y tierna, pero con un carácter fuerte, e incluso con su intenso luto esa cualidad no se había ido. Nadie en el mundo podía doblegar a esa chica, así que si no quería subir no iba a hacerlo, incluso si todos en esa iglesia esperaban que lo hiciera.

Elly se puso de pie. —Gracias, pero lo haré.

Al llegar al podio, era evidente que no había preparado un discurso, pero comenzó a hablar sobre Robin y cómo era. Las pocas veces que vio a Robin fue cuando visitaba a los Salvage y la chica (en ese entonces chico) estaba ahí, ocupando su lugar en la mesa junto a Elly. Tuvo un poco de celos infantiles al ver que le arrebataban a su mejor amiga, pero para ese entonces estaba en la universidad y era egoísta de su parte creer que Elly no iba a hacer otros amigos.

Celos o no, la pobre chica no mereció morir. Fue injusto que la encerraran por querer vivir de la forma en que quería. Hubiera nacido hombre o no, si se sentía mujer tenía derecho de serlo.

Elly sacó una carta que le escribió la fallecida y se lanzó a leerla, pero estaba nerviosa. La miró en silencio, buscándola entre esa multitud, y Simone asintió con la cabeza. Estaba ahí, y si no se sentía cómoda podían irse. No podía hacer mucho ahora, pero haría de todo para apoyarla.

La carta era hermosa. No tenía palabras para describirlo, pero en ese papel estaba plasmado todo lo que la chica sintió por Elly. Palabras hermosas y promesas que no pudieron ser reales. Podría quizás ser la amiga más antigua de Elly, pero Robin sin dudas había sido su alma gemela. Un puesto que ella nunca podría tener y algo inalcanzable. Incluso su amistad en ese momento parecía algo inalcanzable, una fantasía que se mantenía viva con los años solo por el cariño.

Bailando Bajo la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora