11.2 Un dulce Secreto

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Invierno de 1913

Isabella Yang

Se cumplía el año del aniversario del final de la guerra civil rusa, o al menos así fue como llamaron a la resistencia bolchevique en contra de alianzas extrajeras y comercio marítimo del este. Por varios años, los rebeldes que conformaban el ejército rojo habían causado problemas en poblados costeros del este forzando una fuerte e imponente respuesta por parte del ejército blanco de emperador Alexandre.

Dirigido por sus oficiales de confianza, con el apoyo de su hijo, el gran duque Viktor, y todos los aliados con los que contaba el gobierno apabullante del zar Alexandre, la molesta resistencia bolchevique finalmente había llegado a su fin el invierno de 1912 después de casi siete años de obstinación.

Ante aquella significativa victoria que había afianzado las relaciones entre Rusia y sus diferentes aliados, el emperador había decidido llevar a cabo una importante celebración ante tal aniversario de aquel triunfo, siendo los representantes de cada nación aliada, un invitado de honor.

Canadá había tenido una participación mínima en la victoria contra el ejército rojo a comparación de otras naciones, aún así, el primer ministro y el embajador habían sido invitados a la grandiosa celebración que se efectuaría en el palacio del Invierno. Por desgracia, ambos se encontraban muy ocupados para poder asistir a tal celebración, pero también un tiro de suerte para el asistente e hijo del embajador en quien recayó la responsabilidad de representar a su padre en tal celebración.

Así mismo, fue una fortuna para Isabella ya que eso le dio una oportunidad de conocer por primera vez las heladas tierras rusas en compañía de su prometido.

–¿Es como te lo imaginabas? –le preguntó Jean Jacques Leroy a Isabella una vez que pasaron las impresionantes puertas del palacio del Invierno y fueron recibidos por el esplendor y sofisticación de la época.

–Es mucho mejor –confesó ella mientras sus ojos brillan con intensidad.

El impresionante palacio del color del cielo azul resplandecía con las luces de la noche y los reflejos de las mismas, pero en su interior resaltaba el hermoso estilo barroco isabelino con sus delicados grabados en las paredes y columnas. El salón de baile estaba a rebozar con invitados y los miembros de la corte que vestían sus mejores galas en todas las tonalidades posibles y que dictaminaba la moda de la época.

Una gran banda orquestal yacía al fondo del salón tocando lentas y agradables melodías que amaizaba el ambiente de jovialidad y alegría que inundaba el gran salón. En el centro, las parejas bailaban al ritmo de la música, mientras el resto de los invitados conversaban y bebían a los alrededores de la pista.

Ambiente estaba a rebozar de feromonas de alfas, betas y omegas que se entremezclaban entre sí, pero todas eran dulces y amenas ante la jovialidad de la celebración. Tal evento rebosaba de belleza, clase y finura en su máxima expresión que incluso impresionaron a una beta bien acomodada como Isabella. Nunca en su vida había presenciado o experimentado nada de esa magnitud que la dejaba completamente embelesada y pasmada.

–Es una pena que su padre no pudiera acompañarnos a la celebración –comentó el ministro de finanzas ruso en un ingles impecable –. Aún así su majestad, el emperador, estará feliz de conocerlos.

–No lo dudo –contestó J. J. con fanfarronería llevando su copa a sus labios. Isabella sonrió con gusto en lo que colgaba del brazo de su prometido como si fuera un accesorio –. ¿Cuándo sería eso?

–Es normal que su zar se tome su tiempo antes de unirse a la celebración –explicó el ministro con calma –, a diferencia del gran duque que no pierde la oportunidad para ser el centro de atención –agregó con claro reproche en su voz en lo que su mirada se desviaba al otro lado de la sala.

El Omega del Emperador (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora