Otoño de 1904
Chris
En su juventud, Christophe Giacometti era un chico bastante impresionable con respecto a la gente y la aristocracia. Para el joven, el mundo era inmenso y estaba lleno de aromas, lugares sorprendentes y personas nuevas que lo maravillaban. Pero nadie había captado más su atención que un cierto príncipe de cabellos platinados.
–Es un placer su alteza –el patrono de los Giacometti efectuó una respetuosa reverencia que rápidamente fue imitada por su hijo. Aquella maravillosa tarde de otoño, cuando el ocaso matizaba con hermosos colores los arboles ya marchitados por la estación, habían sido citados por el mismo emperador al magnífico palacio del invierno para una cita de negocios.
El padre de Chris era un millonario empresario textil muy interesado en abrir fábricas en San Petersburgo y brindarle trabajo miles de ciudadanos de la madre Rusia.
– Él es mi hijo Christophe –agregó el hombre indicando a su vástago junto a él, quien se tiñó de los mismos colores carmesí de la tarde en sus mejillas.
–En realidad –dijo el gran duque Viktor Nikiforov con su marcado acento en su fluido francés, al igual que con una dulce sonrisa en sus labios – creo que ya hemos tenido el placer de conocernos. Con el maestro Cialdini en Moscú ¿si no me equivoco? –continuó, clavando sus brillantes ojos azules en los verdes de Chris.
Efectivamente, como olvidar al increíble príncipe de cabellera como una sílfide de agua, con gallardía de un rey, la destreza en la espada como héroe en cuento de hadas o un veterano soldado.
–¿El maestro Cialdini? –intervino rápidamente el mayor de los alfas presentes, mucho antes de que su hijo al menos pudiera asentir con su cabeza en respuesta–... interesante sujeto. Hábil espadachín... con muy mala fortuna.
El sargento en armas Celestino Cialdini había sido miembros de alto rango en el Regio Esercito. Se decía que sirvió bajo las órdenes del mismo Luigi Cardona y había luchado durante la ocupación de Italia en África. Era un hombre diestro con la espada y con una puntería perfecta con el fusil. Pero había caído en la desgracia ante mal intencionados rumores y favoritismo en la jerarquía militar. En 1891 había migrado a Moscú, donde seguía residiendo y poseía una escuela del arte militar para los hijos de aristócratas.
Viktor y Chris habían sido alumnos suyos, y por breves meses en los campos de entrenamiento, el joven heredero Giacometti había quedado prendado de porte del alfa ruso, al cual ya le había confesado su admiración.
–Creo que no lo comprendo –fue la respuesta del zarévich ante el comentario del padre de Chris. Claramente fingiendo ignorancia por la ladina sonrisa en su rostro.
–Con que yo me entienda es suficiente –dijo el hombre con otra reverencia ante la mirada perdida de su hijo.
La lengua del padre de Chris podía ser más letal que una daga en muchas ocasiones, pero sabía ser prudente. El alfa representaba la libertad de pensamiento, pero lo finos modales de la aristocracia de su tierra natal a las faldas los Alpes. Una habilidad heredada de su abuelo, al igual que su gran fortuna y la empresa de hilados que le permitió escapar de suiza durante el asedio de las tropas de Napoleón.
La familia Giacometti había residido en diferentes ciudades europeas antes de decidirse en sentar raíces en Rusia; donde la familia prolifero, al igual que el dinero.
Chris era una alfa como su padre, pero aún no había sido bendecido con su primer celo, pero desde muy temprana edad había conocido de primera mano (pero no comprendido) la curiosa vida secreta de los segundos géneros. Tal vez por su juventud y la falta de conocimiento en el significado del comportamiento de sus ambos progenitores, el bello rubio de ojos verdes se encontraba ignorante de ciertas realidades de la vida que solía mantenerse en la cama. Su padre hacía el completo honor al estigma del macho alfa y probablemente su semilla se había esparcido por todas las diferentes regiones por las que había viajado.
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El Omega del Emperador (Victuuri)
Roman d'amourEl emperador y autócrata Alexandre Ivánovich Nikiforov, Zar de toda Rusia, ha muerto. Viva el Zar Viktor, nuevo gobernante del zarato ruso. En las voces comunes del ciudadano solo se alababa a su nuevo emperador, pero los susurros de los allegados...