11.4 Un inimaginable secreto

319 30 8
                                    

25 de Diciembre de 1928

Yuuri Katsuki

El invierno en Rusia nunca fue sencillo, eran cinco horribles meses de bajas temperaturas y vientos helados. Yuuri no era un novato en cuanto a tales condiciones climáticas, ante los fríos invierno en su tierra natal, pero las temperaturas congelantes en San Petersburgo estaban a otro nivel. Eran uno de los tantos aspectos cotidianos de la vida en la madre Rusia, que omega nipón tuvo que acostumbrarse con el paso de los años.

Las costumbres, la vida en el palacio y el trato que recibía según su segundo género, fueron otros detalles que hicieron su vida en San Peterburgo un calvario y que muchos ignoraban; pero la visión tranquila, acogedora y familiar de aquella tarde, hacían que todo el sufrimiento hubiera valido la pena.

Pasaban de las seis de la tarde y todas las ceremonias tradicionales del día habían terminado, por lo que permitía a Yuuri, sus hijos y sus seres queridos disfrutar la compañía de Viktor de manera tranquila, ordinaria y domestica en un día tan especial.

–¿Es para mí? –preguntó felizmente Viktor con una gran y cálida sonrisa, en lo que tomaba el regalo ofrecido por la pequeña Yukki. La niña le regresó la misma sonrisa heredada de él, en lo que mordía con vergüenza sus uñas.

–Deja de hacer eso –le ordenó inmediatamente ladi Lillia que presenciaba la escena desde uno de los mullidos sillones de la habitación, mientras agitaba con calma una copa de vino en sus dedos. A pesar del paso del tiempo, la alfa tenía su porte intacto que solo necesitaba una mirada y ninguna feromona para imponerse –. No es un comportamiento adecuado para una señorita y menos para una duquesa.

Yukki rápidamente apartó sus dedos de su boca e hizo un puchero ante el regaño.

–Lillia, por favor –se quejo Viktor consolando a su hija con un abrazo –. ¿Por qué arruinar el hermoso momento?

–Sin importar el día, la princesa nunca dejara su posición, por lo que no debe de olvidar los modales que vienen con ello –respondió la alfa con su clásico tono de frialdad, pero lanzando una mirada desaprobatoria al zar que se encontraba de sentado en la alfombra junto con todos sus hijos –, y hace muy mal en mimarla de esa manera, su alteza.

–¡Pero es mi cumpleaños! –soltó Viktor fingiendo un tristeza al apretar más a la niña contra su pecho y llenándola de besos –. Nadie tiene que saberlo.

–Vitya, por el amor a Dios –gruñó Yakov desde su asiento, frunciendo el ceño y apretando el puente de su nariz. El viejo y cansado consejero se notaba algo pasado de copas antes el sonrojo en sus mejillas.

–Es inútil, dyadya (tío) –comentó Vitali entre risas, mientras su padre y sus hermanas, rodaban en la alfombra de la habitación soltando sonoras carcajadas –. Van a continuar a pesar de la falta de modales.

Yakov soltó un resoplido en lo que Lilia musitó algo en voz baja similar a "tipichnyy" (típico).

–¿Qué esperaban? –espetó con acidez Yurio tanto con las piernas y brazos cruzados –. Aunque deberían dejarlo ser, quien sabe cuántos cumpleaños le queden para celebrar al anciano.

Las burlan del alfa provocó que tanto padre como hijas se detuvieran y se volverían al rubio molestos.

–Mi papa no es viejo –respondió la joven princesa Tatiana abrazando con fuerza el cuello de sus padre y sacándole la lengua a su tío –. Lo que pasa es que tienes envidia.

Sus hermanas la imitaron, a lo que Yurio respondió con un ademan de levantarse de su asiento pero fue detenido por la mano firme de su guardaespaldas en su hombros. Otabek Altin silenciosamente negó con la cabeza, deteniendo el arrebato del joven alfa. A pesar de los años y la altura alcanzada por el rubio, el beta aún podía poner a raya el temperamento de su protegido.

El Omega del Emperador (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora