12.2 Como zorra traidora

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Otoño de 1914

Alexandre Ivánovich Nikiforov

Las cámaras reales de zar en el palacio de Invierno eran las habitaciones más glamorosas de toda la madre Rusia. Contaba con enormes cuartos con salas y comedores privados, grandes ventanales a los jardines, habitaciones adicionales y una principal de hermoso decorado.

Aquellas cámaras eran para el uso exclusivo del emperador y su consorte, y así lo fueron por generaciones; pero aquella triste noche de otoño, solo daban refugio a un solitario gobernante, como lo habían sido desde la trágica pérdida de la emperatriz.

Acostumbrado a su soledad, el zar Alexandre no se sentía presionado por las frías sombras que cubrían su habitación. Con una copa de vino Abráu-Diursó de hacía treinta años, el emperador estaba sumergido en su pensamientos mientras sus ojos captaban los movimientos del otro lado de su ventana.

Aunque el cuerpo del zar se encontraba en calma y sumergido por el estupor del licor que había estado bebiendo toda la tarde, su mente era una maraña de ideas y el enigma que lo estaba carcomiéndolo por dentro.

Lo había visto por el rabillo del ojo, percibido los aromas con su nariz aguileña y sus agudos oído captado los rumores de los sirvientes del palacio. Tenía suficientes sospechas para hacerle perder el sueño, pero en su terquedad de macho alfa no le permitía ver las señales tan obvias delante de él. Era traicionado y nada menos por un omega de sus harén.

No era algo nuevo. Cuando su amada Irina vivía, el emperador no tenía el tiempo para dedicarle a las omegas de su harén. El descarrío de una era completamente normal y solía manejarlo con la devolución vergonzosa de la misma a su familia. No le importaba perderlas, pero su orgullo de zar y alfa no le permitían aceptar el engaño.

Al morir la zarina, las omegas del harén recorrieron aquellas cámaras en un intento de saciar su soledad y satisfacer su carne, pero nunca llenaron el terrible vacio de su corazón. Nunca les tuvo apego emocional, ni afecto a alguna; aún así, sentía más su propiedad sobre ellas, de sus palabras, perfumes y piel; y el que alguna de ellas lograra traicionarlo, era una idea terrible que no deseaba tener que lidiar.

Pero su preocupación no venía de aquellas preciosas mujeres de endulzantes aromas y rosados labios, en cambio venía de único omega del harén que nunca se había atrevido a tocar, pero cuyo perfume lo atormentaba con los dulces recuerdos de su amada Irina. El joven omega varón de la tierra del sol naciente.

Era normal para los omegas sin pajera, sin amor o enlazados tener sus periodos de celo reducidos, hasta ausentes por años y de corta duración; y por la mayor parte de la vida del joven guardián japonés no había sido excepción de esa regla, pero desde hacía un tiempo, su rechazo a los llamados del zar o imposibilidad de acudir a los mismos por el aumento en su periodo de calor, resultaba llamativo.

Yuuri había dado escusas falsas que el zar fácilmente pudo desmontar con la complicidad de otro miembro del harén o de algún sirviente. Poco a poco, al omega se le fueron acabando las escusas y su comportamiento lo delataba. El tímido, serio y servil omega varón de su harén le estaba viendo la cara, y Alexandre iba a llegar hasta el fondo del asunto.

Consumidos por la irritación, las hormonas y el alcohol en su sangre, mandó llamar al omega a sus habitaciones privadas a pesar de ser más de la media noche. Y como lo había previsto, tuvo que dar órdenes directas y fuertes para que Yuuri no pudiera desobedecer de nuevo con ninguna de sus patéticas escusas. En cuestión de minutos, el omega hizo acto de presencia, ataviado solo con sus ropas para dormir, una bata larga sobre sus hombros y como siempre, su espada corta enfadada en su cinturón.

El Omega del Emperador (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora