6.3 Lección por aprender

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Otoño de 1908

Michele

Era una noche fría de octubre, no lo suficiente para formar hielo en el piso húmedo, pero sí para destacar el cálido aliento que sale de entre los labios. Cualquier persona en su sano juicio permanecería bajo techo, abrigado ante las frías temperaturas y disfrutando de una bebida caliente o algún panecillo. Por desgracia para los guardias del palacio del inverno su deber continuaba a pesar de la inclemencias del clima ante el riesgo de algún desequilibrado que intentara escabullirse por los jardines de la reincidencia real.

Por ejemplo uno llamado, Michele Crispino.

Pero sus actos rebeldes iban más lejos que simplemente la santidad del hogar del emperador de Rusia.

–Miki, por favor –trató de razonar con él su hermana Sara por decima vez en un furioso y rápido italiano–. Aún hay tiempo para arrepentirse. Dar vuelta atrás.

Pero para el joven de piel bronceada no hay forma de corregir sus actos y mucho menos cuando no quería hacerlo.

Solo tenían que esperar el momento justo, el cambio de guardia estaba próximo y por al menos unos minutos tendrían la oportunidad de huir del palacio de Invierno justo como había entrado, llegar hasta la muralla posterior donde Emil los estaba esperando junto con los caballos de huida. La noche y las sombras les otorgarían la cobertura perfecta el resto del camino.

–No hay razón por la que tengas que hacer esto –insistió Sara de nuevo tratando de librarse del fuerte agarre sobre su muñeca que había mantenido su hermano desde que la sacó a rastras de su habitación–. Estoy bien, me tratan bien, como corresponde a una omega –sentenció con frustración por la necedad de su gemelo.

Michel no pudo contener un gruñido desde sus entrañas. Sara... su hermana, su queridísima hermana gemela era todo en su mundo. Al nacer ella omega y él alfa, estaba escrito en todo su ser protegerla del mundo dispuesta a utilizarla en la primera oportunidad. Y así había sucedido, un solo viaje de un par de días al extranjero fueron suficientes para que sus padres, el heraldo y inclusive el mismo rey planeara entregarla a un emperador extranjero como un cuerpo más para su harem.

Ante sus ojos fue un acto diabólico, conspirativo y que atacaba directamente lo deseos y bienestar de su hermana.

Pero igualmente sus actos eran una tradición a sus tierras, su familia y a la corona, pero para el corazón de Michele que había cuidado a su hermana con tanto esmero y amor. El solo pensar que algún alfa hubiera puesto sus manos ellas contra sus deseos le hacía hervir la sangre.

–Si continuas con esto van a matarte –Sara tuvo que jalarlo de sus ropas para obligarlo a mirarla a la cara. Sus hermosos ojos violetas reflejaban la determinación en sus palabras –. No me ombligues a gritar.

–¿Harías eso? ¿A mí? ¿Quién ha arriesgado todo por salvarte? –la cuestionó con desesperación, tratando de no elevar mucho la voz en su recóndito escondite.

–No necesitaba que me salvaras. ¿Por qué no lo entiendes? Estoy bien donde me encuentro, he hecho amistadas y el Zar no es malo.

La mención del emperador lo obligó a soltar otro gruñido. Había escuchado terribles relatos que algunos alfas demasiado dominantes podía engañar la mente de una inocente omega solo con su aroma. Nunca lo había creído, pero en ese momento le resultaba la única razón por la que su querida hermana prefería quedarse en ese horrible lugar que regresar con él a casa.

Michele era consciente que el mundo no era un lugar fácil, en especial para los omegas, sin importar su etnia o buena cuna. Siempre estaban al merced de aquellos que querían aprovecharse de ellos, y él no permitiría que eso le pasara a su hermana sin importar lo que tuviera que arriesgar para lograrlo.

El Omega del Emperador (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora