2.1 Flores de loto y de cerezo

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Primavera de 1896

Japón

Hiroko

Ella recordaba con claridad la última tarde que paso con su hijo. Fue un maravilloso día de primavera donde la fresca briza marina ondeaba con suavidad los hermosos cerezos en flor de la pequeña colina en Hasetsu. El lugar favorito de Hiroko y tan lleno de magníficos recuerdos. Fue bajo esos mismos árboles donde aceptó ser esposa de Toshiya, y también donde él se enteró que sería padre por primera vez.

Pero aquel día fue solo para Yuuri.

Su segundo y único hijo varón era el ser más adorable del imperio, justo como los retoños de los cerezos. Delicado y hermoso, pero con un futuro esplendoroso una vez que floreciera.

A pesar de haber caminado toda la mañana, aún así el pequeño Yuuri tenía la suficiente energía para correr de un lado a otro intentado capturar los pétalos de las flores que caían sobre su cabeza. Con sus grandes y brillantes ojos era fácil caer embelesado, pero con su gloriosa risa eras hechizado.

La mujer no fue indiferente de tal espíritu a pesar de la triste situación. Con cuidado y amor de madre, preparó una manta bajo su árbol favorito y sirvió la comida que había transportado en la caja de madera lacada del bentō.

–Woooo –soltó el pequeño infante atraído por inconfundible olor de su platillo favorito –. ¡Es katsudon!

–Así es –respondió Hiroko con una gran sonrisa entregándole un plato y palillos a su hijo –. Es porque hoy es un día muy especial.

Un sonrojo en las mejillas regordetas del niño destrozó por completo el corazón de la mujer. Era una suerte de que Yuuri aún fuera muy joven para detectar el sutil cambio en su aroma.

–¿Especial? –dijo el niño confundido.

–Exacto –respondió la madre –. Como en tu cumpleaños.

–Pero ya fue mi cumpleaños –objetó el niño intentando de entender la lógica de su madre.

Hiroko no pudo evitar una risa de su parte ante la dulzura de su hijo. Las mejillas anchas que heredó a Yuuri brillaron de un intenso carmesí, en lo que intentaba inútilmente de ocultar sus risas detrás de las largas mangas de su kimono.

–Pero hoy es un día importante para ti –continuó la mujer ya una vez más tranquila –y por ello quería que los pasáramos juntos.

–¿Por qué es tan especial el día de hoy? –el pequeño continuó con su dudas, como si pudiera presentir lo que se avecinaba sobre él y su madre. Yuuri fue siempre un niño muy sensible y hasta casi delicado a las emociones de los demás, y con frecuencia, terminaba cargando el dolor de otros sobre sus pequeños hombros.

–Es que... –Hiroko trató de buscar las palabras adecuadas para un pequeño tan sensible – un niño especial, requiere un día especial.

–¿Soy un niño especial?

–Claro que sí, precioso –dijo la madre –. Tú eres un omega.

–Mari-neechan me dijo eso también –sonrió el niño reconociendo la palabra –, pero no me quiso decir que significa –agregó con un leve puchero.

La primogénita de los Katsuki podía ser burlona con su pequeño hermano, pero nunca le habría hecho daño alguno. Incluso si eso significara ocultarle información, era una buena hermana.

–¿Qué más te dijo Mari? –preguntó Hiroko.

–Me dijo que existen tres tipos de personas: los alfas, los betas... –dijo el pequeño enumerando con sus pequeños y regordetes dedos.

El Omega del Emperador (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora