El irracional

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Jamás había visto a Adler tan furioso por nada. ¿Qué clase de persona se creyó él para mandarme de esa manera? ¿Mi
padre?, ¿mi profesor?, ¿mi novio? Pues, que se entere que no. No es nadie para dictar con una varita qué debo o no debo hacer. He conocido a muchas personas inmaduras en mi vida —nombramiento especial para mis padres— y desde luego que Adler entra en la lista larga.

Mi mente coge fragmentos del suceso, intentando armarlos como si fuera un rompecabezas y conseguir la respuesta final. Ni una sola razón encuentro para justificar a Adler por su comportamiento. Las frases que usó en su defensa no tienen ninguna coherencia.

¿Drogas? ¿En serio? Pablo Escobar debe estar retorciéndose de decepción en su tumba.

No. Me niego a pensar en lo que me dijo sobre Brad. Si lo hago, le
terminaré creyendo, como siempre hago. Todavía no puedo creer lo grosero que fue al nombrar a Brad sin por lo
menos saber quién es —puesto que dudo que recuerde su rostro sano antes de restregarlo contra el piso—. ¿Y cómo me arrebató el celular? Una pasada.

Su trastorno de bipolaridad crónica está surcando la Vía Láctea.

Cabeceo contra la cabecera del asiento. Mientras estuve pensando en Adler el viaje en bus al parque se ha hecho eterno. Un zumbido molesto saca mi mente de las nubes. Saco mi celular del bolsillo y casi sonrío al ver un mensaje.

Brad:
¿Estás bien? Te has demorado en llegar. Perdona la insistencia.

Yo:
Tranquilo. Es cierto, me he retrasado. Lo siento.
Dentro de unos minutos estaré allá.

Brad:
Ok.

Un alivio me inunda el pecho. Gracias a Dios, la conversación terminó allí y no me ha preguntado el porqué de mi retraso.

El autobús aparca justo frente a mi destino. Llego como cohete hasta las escaleras y bajo los peldaños con algo de emoción. En cuanto mis pies pisan
tierra firme, echo a mirar a mí alrededor. Con la cabeza ladeada, percibo un agradable olor a frescura, típico de las plantas. La calle no está tan llena; tiene
la fama de ser sola. Algo que es maravilloso.

Tras el breve momento de deleite, avancé a pasos cortos. Un cosquilleo llena mi cuerpo de preocupación al pensar que Brad está en alguna parte. Suelto un suspiro profundo para mantener mis nervios a raya.

El sol se desploma con fuerza en el corazón del Eastwoods Neighborhood Park. Algunos que otros chicos están jugando al tenis mientras el sol les da en
la cara y al césped y el pavimento por donde pisan mis pies. Doy una ojeada para encontrar a Brad, lo cual no debe ser difícil por la notoria soledad, pero me llevo la gran sorpresa de que no está.

Sigo caminando durante otro rato, dando un par de vueltas, y aun así mi búsqueda sigue sin dar resultado.

Antes de que las personas que están sentadas en los bancos me tomen por demente, me dirijo a ellas.

El sol ha bajado su intensidad, lo que me indica que debieron pasar al menos diez minutos. Camino hacia un banco vacío con el panorama frente a los chicos jugando tenis, y me desplomo en él. Admito que la ansiedad está empezando a tomar las riendas de mi mente. Restriego las palmas de las manos sobre mis muslos.

Es allí cuando, por primera vez en todo el día, pienso en lo que Adler me contó de las intenciones de Brad. ¿Me habrá dejado plantada? ¿Todo esto dería un juego? ¿Acaso dio por sentada mi ausencia y se ha ido?

Todos mis problemas son resueltos cuando alguien grita a mi derecha con voz gruesa. Es Brad. Agita un brazo en señal de saludo y, sin saber qué hacer,
le devuelvo el gesto. Dudo si ir por él o si él viene por mí cuando empieza a caminar a mi dirección.

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