El atento

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—¡Harding, a tu derecha!

Me apresuré a retroceder. Mantuve la vista fija en la pelota mientras la recibía y le di un fuerte golpe con las manos.

Sin embargo ésta acabó desviándose de dirección y Gallen suena el silbato como reprensión. Ahogo un bufido de cansancio.

Hoy no he tenido un muy buen desempeño en la práctica que digamos. La verdad es que voy mal. Pareciera que perdí momentáneamente el control sobre mi propio cuerpo y cada acción que envía mi cerebro se termina realizando con un día de retraso.

Y Gallen no es la excepción en notarlo. Está furioso. Esto es un golpe bajo a su espíritu de victoria, y es evidente que esto es lo último que esperaba de mí, su alumna sobresaliente.

He estado dándole vueltas al día que Adler se me ha aproximado irracionalmente y, desde entonces, ha causado una falla general en mí.

Un pitido ensordeció el campo marcando el inicio del siguiente descanso.

Todas las chicas abandonamos nuestros puestos para tomar agua. Gallen se ha encargado de hacernos sudar la gota gorda durante la semana. Mis fuerzas se han visto tan afectadas que el simple hecho de mantenerme de pie me hace temblar como fideo. Además del temor psicológico que tengo cuando me concientizo de que Adler es el árbitro del equipo y debo tolerar su presencia en mi territorio deportivo con más frecuencia.

Es duro soportar eso cuando en el apartamento tengo suficiente tratando de evitarlo a toda costa como si él fuese un tsunami que amenaza con devastarme del todo.

Sus acciones ese día fueron justificadas. Él sabe que siempre que pierdo los estribos, cualquier cercanía proveniente de un ser víril me cambia del todo. Es algo que acostumbraba a hacer cuando estábamos juntos. Pero por más que trate de concientizarme de eso y tatuarme su desinterés en la frente, también es totalmente justificado que me sienta... extraña en su presencia luego de un momento tan comprometedor.

Pero no por esos efectos secundarios dejaré de practicar, no. Las Inaugurales comienzan dentro de nada y quiero, no: necesito prepararme lo mejor posible para ello, aunque eso implique trabajar con Adler acechando cada movimiento que hago.

Sí, él se encuentra aquí. Si con anterioridad dije que se ha ganado la aprobación de muchas jugadoras, imagínense la de Gallen. No deja de hacerle cumplidos, inclusive por respirar. La cosa es tan grave que él, el temido e inconforme Gallen, no nos había hecho ningún escándalo a alguna de nosotras cuando hacíamos una falla. A excepción de ahora porque, vamos, hoy era patética.

Si pasearas por el Gregory Gymnasium, te encontrarás con un puñado de chicas dispersadas por todos lados, algunas jadeando como perros. A tu izquierda notarías a Gallen desplazándose hacia Adler, nada más que para darle un amistoso golpe en el hombro. Y a otro extremo estoy yo, pillándoles con mirada desaprobatoria.

Un nuevo pitido anuncia el fin del descanso. Las participantes del juego regresamos al centro del campo mientras que Adler y el entrenador se posicionaron a los bordes.

Debía olvidarme lo de Adler lo más pronto posible. Él no iba a barrer sobre mi talento en el campo.

Poco a poco, su recuerdo pasó a segundo plano. Mi sangre se trasladó a trompicones por mis venas. Dentro de mi cabeza se visualizaron las posibilidades que se pueden presentar en el partido, resumidas a dos: la satisfacción de ganar o la frustración de hacer lo contrario.

Cierro los ojos. Entre los párpados puedo sentir el palpitar apabullante de adrenalina. Al recuperar la visión, la sensación se cuadriplica. Las seis chicas detrás de la malla, por un momento de transición, ya no se ven como integrantes del equipo de las Longhorns. Por un breve instante, representan una universidad alterna, un precavido equipo contrincante dispuesto a desgarrarse las venas por el codiciado trofeo.

Replay [1# Play]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora