El compensador

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El día siguiente fue peor. El moco en mi nariz se duplicó en cantidad. Mi cuerpo pesaba más de la cuenta y tuve esa sensación de “carne de gallina”.

Esa mañana hablé con Diane por chat y me dio algunos nombres de fármacos que podía tomar para mitigar los síntomas. Ayudó, pero no del todo.

Sentí que moría poco a poco.

Debía bañarme, pero es lo que menos quería hacer porque debía hacerlo con agua fría. Y eso, sumado al frío imperial de esa mañana, era misión imposible. Preferí seguir agonizando encerrada en mi habitación, acurrucada bajo el edredón y mirando un episodio viejo de The Bachelorette. Es el peor show televisivo que hay —aparte de que le tengo un odio infernal a Mitchell— pero quería escuchar voces para no hacer mi muerte más solitaria.

Tres toques se escucharon en la puerta.

—¡Snoopy!

Miré al techo sin ganas.

—Vete. Quiero ver mi alma partir sin testigos.

—¿Qué?

—¡Que ya voy!

Me libré lentamente de la cobija y ni me molesté en colocarme las
pantuflas. El suelo estaba frío y eso se traduce a pisar lava en estado sano.

Sentí que pasó un año cuando fueron unos segundos para llegar a la puerta y abrí. Solté un alarido y me eché atrás.

Encontrarme a Adler sin ropa, en bóxer y con sus firmes abdominales a la vista, fue demasiado para mi pequeño-alto ser. El corazón parecía que se me saldría del pecho.

—Hola —dijo con voz ronca.

Por un momento no pude articular palabra.

—¿Qué diablos? —lo miré de arriba abajo, deteniéndome a mirar sus cuadritos. No es por nada, pero por primera vez en mucho tiempo, mi cuerpo parecía reconocer lo que era el calor—. ¿Qué sucede? —añadí en tono más neutral.

—Pues, nada —dio un paso hacia mí—. Es solo que quise ver cómo
despertó mi Snoopy —otro paso. Estábamos muy cerca—. O debería decir —acercó su boca a mi oído. Su abdomen adherido a mi cuerpo—: mi novia.

El aire abandonó mis pulmones.
Sentí el impulso de pellizcarme por si esto no era real. Sí que lo era. Adler estaba acorralándome dentro de mi cuarto.

Regresé a la realidad y lo empujé, ignorando el evidente efecto que su cuerpo semidesnudo hacía en mí.

—Ok, niño lindo. Guarda las distancias si no quieres ser la próxima víctima con neumonía —anuncié, seguido de una ruidosa sorbida de nariz.

Adler no parece perturbado en absoluto. Opino que hasta le divierte la situación.

—Me temo que eso no va a ser posible si llevas puesta esa pijama rosa de piolines —se relame los labios de una manera que hasta hace que mis piernas flaqueen—. Te hace ver muy sensual.

Casi me atraganto con mi propia saliva.

Mi aspecto no debe ser el mejor: tengo ojeras, mi moño está más
desgreñado de lo normal y ni me he molestado en bañarme. Muy lejos del aspecto de Adler que, con solo llevar ropa interior, ya parece modelo de Calvin Klein. Y aún así me mira con... Dios, es que su mirada es tan jodidamente penetrante...

—Como digas. ¿Qué quieres?

—Me alegra que digas eso —apoya un codo sobre el marco de la puerta y ello redirige inevitablemente mi vista a su vientre—. Verás, vengo a hacerte una propuesta.

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