El evasivo

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Dios, ¿por qué inventaste el resfriado?

Es el peor estado en el que puede estar un ser humano. Prácticamente estás imposibilitado en casi todo. Caminar molesta, toser molesta, acostarse molesta y hasta respirar molesta. Es como si vivieras en una fase zombi, y todo lo que te gustaba antes ya ni lo quieres hacer.

Una persona que no es sedentaria como yo no tiene que sufrir tanto por ello. Din embargo, este año el invierno está rudo. Existía la mínima posibilidad de que pescara un virus. Repito: mínima, minúscula, casi el cero por ciento. ¿Y qué pasó?: sí, me enfermé. Tengo resfriado, y desearía desaparecer del
mapa.

Tuve que suspender las prácticas de la semana, justo cuando este fin es la selección para ir a semifinales. Discutí mucho con Gallen sobre ello pero no pude sacarle ningún sí para que pueda ir aunque sea media hora. Estaba muy enojada, y él solo dijo que eran reglas que no hacía él.

Para completar, estoy encerrada. Se suponía que hoy regresaría al gym, pero apenas Alyssa se enteró de mi estado de salud casi me pone cintas policíacas para evitar que salga del piso.

Ahora tengo en mis manos una pieza importante del pasado de Adler, por qué es tan duro consigo mismo. Es un tema muy duro de contar. Me alegra que se esté esforzando por nuestra nueva relación que aún resulta fuera de lugar para los dos.

7 rings se escucha. Son nueve mensajes de WhatsApp. Diane me ha metido en un grupo junto a Chelsea, Sun y Aly para charlar. Soy la única —además de Aly— del grupo que no participa. Primero porque sí: es cierto que todas estudiamos y nos escasa el tiempo, pero prefiero hablar cara a cara. Y dos, porque aún me siento incómoda. No estoy acostumbrada a tener tantas amigas; mucho menos sincerarme ya que, la última vez que lo hice, terminó mal.

Dejo los mensajes en gris y repaso los estrenos en Netflix. Esa ha sido mi única fuente de diversión. Adler sigue desapareciendo y casi ni nos vemos. Podrían pensar que me preocupa —y en pequeñez, sí— pero, por querer aportar, trato de ser flexible con él.

Al salir de mi cuarto me llevo una gran sorpresa: Adler está en el piso haciendo deberes. Lleva una camiseta roja holgada y shorts deportivos. Su pelo está mojado; se acaba de bañar. Quiero ir a oler la esencia que le han dejado el shampoo y el jabón, pero me mantengo al margen.

Me quedo viendo cómo escribe. ¿Debería saludar? No, eso es demasiado informal. ¿Ir y besarlo? Demasiado directo. ¿Abrazarlo por detrás? ¿Beso con
“buenos días”?

Con solo verlo escribir se me olvida qué debe hacer una novia.

De repente recuerdo la vez que hacía papitas. Su espalda descubierta. Sus dedos lanzando la papita al aceite...

«Dios.»

Algo me incita a dar varios pasos atrás y retornar. A medio camino, sus ojos se encuentran con los míos. Están bien abiertos, como si lo hubiera asustado. Genial. Interrumpí sus deberes. Bien hecho, Nessa.

Traté de esbozar una sonrisa. Su mirada parece dudar y clava su vista al cuaderno de nuevo.

Una punzada me atacó el pecho.
No me saludó, ni me dio los buenos días. He tenido la oportunidad de encontrarlo en medio de tareas y, por lo menos, me regresaba el gesto. Me
tiembla el corazón de pensar que lo he distraído y se ha enojado.

—Lo… siento —mi voz salió entrecortada—. No quise interrumpirte.

Esa pequeña chispa de esperanza que queda en mí se esfuma cuando no responde, ni me ve. Es como si existiese en un segundo plano, sin ninguna manera de que me perciba. ¿Lo estará haciendo a propósito?

Replay [1# Play]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora