Él cree en las sensaciones raras.
Ella en las personas tormenta.
......
Jasper Klein termina en Nashville, Tennessee, sin saber muy bien por qué. Lo poco que sabe es que su padre no puede seguir trabajando y que la casa de sus abuelos se ha puesto e...
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Tacho con fuerza sobre la hoja vieja y desgastada. La arena de mis manos cae sobre ella junto a algunas gotas de agua salda en mi cabello que hace a la tinta esparcirse. Intento secarla, pero termino estropeándola a un más.
En la parte tachada, con mi letra, se lee «Mirar las estrellas antes de la madrugada» con una caligrafía demasiado desaliñada y recostada que me recuerda al Jasper de quince años que escribió entre llantos una lista tonta que creyó nunca poder tachar. Pero ahora, con tres años de más, el mar de enfrente y la arena siendo cazada por las olas; me creo el hecho de que ha sido Erin quién me ha impulsado a sacarla de los cajones viejos de mis recuerdos para seguir.
Mirar las estrellas antes de la madrugada.
La misma Erin que se ha ido sin decir nada y que me ha dejado solo sobre las sabanas, las mismas sabanas que su cuerpo húmedo y el mio compartieron sin tan siquiera pensar en un mañana. ¿Habrá despertado y, tras verme dormir a su lado, se ha asustado lo suficiente como para no volverme a ver? O quizá ¿se habrá dado cuenta que al tomar licor unas ganas insanas de besarla se me adueñaron de mi cuerpo lo suficiente como para tocarla bajo la camisa sin tan siquiera pensar en más? Quizá le habrá dolido la cabeza y por eso se ha ido. Quizá las primeras veces no son tan lindas como las pintan, y por eso, al darse cuenta que tomó licor con el chico menos indicado a decidido irse corriendo sin decir nada más.
—O quizá —murmuro para mí como un cierre total de mis pensamientos— quizá, tan solo quizá, he dicho la verdad en medio de mi embriaguez estando ella muy consciente.
Muerdo el interior de mis mejillas, con tan solo esas palabras me coloco en pie, recojo todo: la ropa húmeda, la botella vacía de licor, la sabana, mi hoja, lápices y guardo todo dentro de del bolso. Subo despacio la pequeña montaña de arena, cruzo los pendientes de metal y entro como cualquier otro ciudadano a la acera.
Camino hasta el centro de Nashville y me quedó ahí, un bueno rato, mirando los escaparates repletos de cosas que tarde o temprano se irán a la casa de algún desconocido y pasaran a ser parte de una familia. De la calidez de una, de sus discusiones, tristezas y sobre todo de su felicidad.
Niego mientras avanzo, con mi barbilla acaricio mi hombro, recordando cómo ha sido el hombro de ella el que me ha rozado en medio de la madruga, y luego han sido sus manos las que tanteando las sabanas han subido hasta mi torso y se han aferrado a mi abrigo para nunca soltarse de ahí. Pudo haber sido el frio, el licor o esa pesadilla que la hizo removerse toda la noche entre quejidos bajos, obligándola de vez en cuando a pellizcarme con poca fuerza.
Me detengo frente al letrero de «vendido» que se moja. Es madera vieja. Yo, un humano cualquiera. Y aun así nos encontramos frente a frente, y no sé cómo un ser sin vida me hace sentir tan mal, peor que la primera vez, peor que ayer. No sé cómo se las arregla para llenarme la vista de lágrimas, obligándome a apartar la mirada.