Él cree en las sensaciones raras.
Ella en las personas tormenta.
......
Jasper Klein termina en Nashville, Tennessee, sin saber muy bien por qué. Lo poco que sabe es que su padre no puede seguir trabajando y que la casa de sus abuelos se ha puesto e...
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No pregunto por qué no puedo tomar el autobús.
Tampoco pregunto por qué, cuando bajo a desayunar, papá aún se encuentra en pijama. Aunque lo último lo intuyo, y al intuirlo respondo con ello la primera pregunta: papá no tiene trabajo y por eso estamos en Nashville. Debí saberlo desde que entró a mi habitación en medio de la noche, desde que, al bajar del aeropuerto y ver un auto rentado evitó hablarlo.
¿Por qué si había tantas sensaciones raras, yo no podía sentir aquella? La que te deja claro que, a partir de ahora en adelante, todo iba a ser diferente.
—Te diré una cosa jovencito, mientras vivas bajo este techo te dormirás a la hora que nosotros lo hagamos, ¿Qué es eso de salir por la noche y dejar las luces encendidas? ¿Crees que tenemos el dinero?
Es así como el abuelo me recibe en la cocina, papá, quien desayuna, me mira de reojo queriendo una explicación. La única persona que no parece enfadarse en esta casa a punto de deshacerse es la abuela, quién me sonríe de oreja a oreja y me sirve el desayuno.
Tal vez ella quiere hacer de mi mamá.
Como lo hicieron todas las mujeres que pasaron por la vida de papá.
Mi pregunta era, ¿Podría serlo antes de que todo sentimiento en mí se disipara? Antes de que dejara de ser especial para mí que me sirviera el desayuno o que, de entre tantos rostros serios el que me regalara una sonrisa era lo más emotivo y hermoso.
—Sufro de insomnio —le digo— hay noches en que no puedo dormir.
— ¿Y te da eso el derecho de andar por las calles? ¿Tú lo dejas, Jerry? —se regresa a papá esperando una respuesta que niegue a sus preguntas.
—No lo molestes Charles, está concentrado.
—Si lo dejo, papá, solo así logra cansarse y regresa a dormir —explica papá.
El abuelo frunce el ceño, y las arrugas finas de su frente se engruesan.
—Te cuidado chico, que mueres más rápido por no dormir que por no comer —indica.
Muevo mi cabeza, en aceptación de sus palabras. ¿Cuántas horas dormía? Puede que las suficientes, porque no me sentía cansado. O bueno, quizá ya comenzaba a dejar de sentirme cansado y por eso no me preocupaba tanto en dormir.
—Es un desayuno delicioso, abuela —la halago.
Me sonríe desde la encimera de la cocina, le regreso el gesto y comienzo a comer. Al menos, quiero que ella se sienta feliz cuando yo ya deje de hacerlo.