Epílogo

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― Agradezco que me acompañes, Tiago —sonreía Aitana a su lado, en la sala de espera del centro veterinario, temprano en la mañana. Compartían un café.

― Bueno, no suelo hacer mucho más que caminar o quedarme encerrado en casa últimamente, más bien espero no estorbarte.

― Para nada, me siento a gusto contigo.

― Además, es imposible no conmoverse con lo sucedido con el perrito. ¿Ya le pusieron nombre?

― Sí, a Omar le gusta mucho el café con canela, en cambio, a mí me gusta con leche y canela, así que decidimos nombrarlo Capuchino Castillo Bracamontes.

Le causó gracia al hombre, provocándole carcajadas. La joven sonrió.

El día se pasó entre caricias al perrito y conversaciones sobre cómo rescató un par de veces a perros que llegaron al viñedo envenenados, cómo estos le guardaron lealtad hasta sus últimos días, también Tiago contó anécdotas cuando apenas comenzó en el negocio del sembrío de cepas, cómo aprendió a administrar un negocio, expandirse y cómo los lazos con diferentes profesionales son importantes para prosperar.

De repente, al final del día, Aitana tuvo claros todos sus pensamientos, las decisiones de su vida habían caído por sí solas, solo debía reafirmarlas y apenas se daba cuenta.

Capuchino reaccionó favorablemente aquellas cruciales treinta y seis horas de internado médico, aún debía permanecer bajo estrictos cuidados, terminar otro suero, y ser muy puntuales con sus controles médicos, pero ya podía ir a su nuevo hogar.

Omar lo acomodó con sumo cuidado en una cama que adquirieron para su tamaño, en la sala de estar. Aún se notaba asustado y débil, pero la pareja confiaba que poco a poco recuperaría sus fuerzas.

Ante la preocupación, decidieron improvisar sábanas y almohadas en el piso, para vigilar el sueño del convaleciente.

― Ha sufrido mucho, Omar, y apenas tiene dos años —acostados, acariciaba los brazos masculinos que la rodeaban.

― Es fuerte, estará bien, amor, hiciste lo correcto. Mañana lo bañaremos, tendrá su medicina, estaremos muy pendientes. Ya verás que se repondrá muy rápido.

― Me acuerdo de Blair y Aila, bueno, también de Louis ahora. Para nosotros es importante que ellos, como parte de la naturaleza, estén siempre bien. Conocer a los caballos de mis abuelos, convertidos ahora en nuestros, hizo que me conectara más con la fauna.

― Debemos contar a Darwin también —la mujer lo miró intrigada—. Me hicieron caso y adoptaron otro en el refugio.

― ¿En serio? —se emocionó.

― Es de pelaje amarillo con manchas blancas, mestizo. En pocos meses, cuando tengan edad suficiente, los esterilizarán.

― ¡Qué ternura! Le escribiré a August para pedirle fotos.

― Podremos visitarlos seguido también, amor, cuando aprendas a montar, Blair y Aila nos llevarán.

― Amor —de pronto, sintió que era el momento para decirlo y poner fin a tantas dudas—, debemos hablar de lo nuestro —tomó asiento—. Tomé una decisión.

― Está bien —la imitó—, yo también tomé una.

― Te cuento yo primero. Me quedaré contigo, aquí en Roma. Apenas me gradué y pude organizarme en la cafetería, pero Karla ha estado tanto tiempo allí como yo y puede aprender. Sé que será una buena administradora. La mansión y el negocio en Edimburgo los venderé a Doreen y August. Por mi lado, asumiré la supervisión del mini market y lo expandiré a un supermercado junto a una cafetería. Mamá está al tanto que la abu me dejó estos negocios y propiedades, por eso sé que no me reprochará nada, me apoyará en lo que decida. Mis papás además, saben que hay un hilo que tira de mí muy fuerte que eres tú, por eso me gustaría remodelar la casa que me dejó la abu y si quisieras —respiró profundo—, te invito a compartir una vida conmigo allí.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora