Capítulo 1

1.9K 147 14
                                    

― Tal como lo escuchas, ahora es tuya.

La joven arrugó el rostro ante las palabras de su madre. Entrecerró los ojos hacia la pantalla del computador, tratando de encontrar alguna frase que le indicara que era una broma.

Bufó, cruzando los brazos. Miraba a la progenitora, a quien le parecía irónicamente divertida la declaración a través del correo electrónico. Contaba con cincuenta años y conocía un par de cosas sobre internet, así que le fue fácil manipular el touchpad y recrearse leyendo aquellas palabras que su hija había recibido.

Aitana estaba muy atareada con la presentación de su tesis y el nuevo empleo como para andar prestándole atención a un absurdo correo de la abuela. Generalmente eran muy cuerdos, ahora le llegaba uno descabellado.

Casi no chateaban porque a la «abu» no le gustaba, prefería la tranquilidad de escribir un correo, además le recordaba a las cartas. Pero eso sí, cada domingo a las nueve de la mañana (hora ecuatoriana) estaban pegadas las dos al computador, comunicándose por video-llamada, conversando sobre libros románticos, analizando las actuaciones de Liam Neeson, intercambiando consejos sobre cómo hacer para que los panes de almidón no se quemen en el horno, o cómo debería actuar la nieta ante las galanterías de Gus, y la abuela ante las rosas que Tiago le dejaba, escondidas entre los cereales de vainilla, en el mini market.

La abu era coqueta y bien conservada. Viuda desde hacía más de diez años. Tenía sus manitas ásperas y callosas, por el maltrato de los años, en su cabeza estaban bien puestas y orgullosas numerosas hebras blancas, en su piel trigueña asomaban pintitas del mismo color, por el sol; la naturaleza le quitó unos centímetros de estatura y algunos dientes —menos mal existían los postizos—, en cambio le regaló sabiduría, unos buenos ochenta y dos años y algunas arruguitas para que las contara en sus ratos libres. Pero la abu vivía muy bien y tranquila en Roma desde hacía cuarenta años con «Lelo». Así lo prefirieron un día, después de entusiasmarse a viajar por un mes, celebrando su aniversario de bodas. Italia fue su primer destino y cual amor a primera vista, se quedaron.

Regresaban a Ecuador cada dos por tres a visitar a los suyos por unos días, y así conocieron a la pequeñita Aitana. La vieron durante sus primeras horas de vida hasta los tres meses.

¡Estaban enamorados de su nieta!

Aun a sus veintiséis años, la joven guardaba los regalos extranjeros que había recibido de parte de sus amadísimos abuelos.

Cuando Lelo se marchó al cielo tras una falla en su viejo corazón, Aitana insistió en el regreso de su abu, pero esta, llena de amor, decidió quedarse, de ese modo tendría cerca las «risas y consejos de su compañero de vida».

Estuvo deprimida un tiempo, por lo que Aitana empezó a visitarla cada año durante las vacaciones, entre enero y marzo, de paso aprendió el idioma y las travesuras del amor.

Con diecisiete años se enamoró de un joven que solía ir todas las tardes a pasear en bicicleta por el parque «Villa Ada». Aitana iba a caminar con su abu, y fue precisamente quien, cansada del silencioso intercambio de miradas, los juntó un día: «Muchacho, ¿qué tengo que hacer para que invites a salir a mi nieta?», dijo, provocando rubor en ambos.

Omar era un español de veinticinco años, de sonrisa encantadora, que andaba vacacionando, ingeniero en administración de empresas en su país y profesor de Aitana en el arte del beso y las caricias profundas.

Quedó el romance para el recuerdo. Solo una pasión de temporada.

Aitana volvió a Ecuador con piel de mujer y el corazón incompleto, pero despabilada ante el mundo universitario que recién empezaba a explorar.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora