Capítulo 13

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Aquel enero fue el peor para todos.

Corría la ola de frío por Europa, implacable, y desgarrando a su paso varios corazones.

Fue el mismo Omar quien llamó de emergencia a Ita, durante la madrugada ecuatoriana, y al medio día ya estaba subiéndose al avión con destino a Italia.

Mientras su madre se descomponía en preocupación y su marido trataba de contener la situación.

Ita estuvo al borde de un ataque de ansiedad durante el vuelo, jamás fue tan largo como aquel; solo se aferraba a las actualizaciones que Omar le daba por mensaje: «Está bien, mi abuelo está con ella».

Catalina estaba internada y Tiago se mantenía a su lado.

Quedaron en desayunar juntos, como casi todos los días, pero la abu andaba con molestias en el pecho, y el resfriado no le ayudaba. Sus problemas de hipertensión también se hicieron presentes.

Aitana llegó mal comida y mal dormida a Roma, tampoco le importaba mucho, solo quería llegar al hospital y estar junto a su abu.

La encontró pálida y con frío, reclamando enseguida a las enfermeras por la calefacción, a pesar que ella misma se sentía caliente, no lo entendía. El doctor no aparecía por estar ocupado en una emergencia: otro corazón aquejado por el frío, y ese parecía que se iba.

― Omar, Omar, que está bien un comino, a mí me dices la verdad —reclamaba Ita a voz baja pero enérgica, en el pasillo. Omar suspiró angustiado.

― Se ha hecho de todo para mantenerla caliente, pero sus manos siguen frías, suda frío, le da fiebre y su corazón...

― ¿Qué, Omar? No te detengas.

― Está presentando inconvenientes. El cardiólogo dijo que debe permanecer internada. Se están aplicando los exámenes y medicinas correspondientes, Ita, mi abuelo es exigente y estoy al frente, te lo aseguro.

― Ay... —se tocaba el pecho—, siento una cosa fea aquí...

― Catalina estará bien, ten fe.

― Mi abu... —y cerró los ojos. Enseguida sintió a Omar rodeándola con sus brazos.

Un café y un sándwich le sirvió de desayuno, dando cabezaditas a ratos y rezando todo el tiempo. Tiago tampoco se rendía ante el cansancio. Omar empezó a insistir a ambos para que se retiraran a descansar un poco.

Ita durmió un poco en casa de Catalina y mantuvo informados al resto de familiares, pero la angustia creciente a falta de buenas noticias, ahogaba; al contrario, la salud de la abu se deterioraba con el paso de los días.

Tiago lloraba en silencio, Ita rezaba sin parar y Omar se convirtió en el roble que ambos necesitaban, era quien los transportaba, quien estaba al tanto de los servicios a la habitación, los resultados de los exámenes, las visitas del médico.

Stefano con el corazón apretujado también apareció, angustiado, con los ojos llorosos, era su segunda mamá la que luchaba en esa habitación.

― Ita... —le dijo una noche a su nieta, estando a solas. La voz se le apagaba, estaba afónica de tanto toser.

― No te esfuerces, abu, descansa.

― Es importante... Creo que se me acaba el tiempo...

― No, no, no digas eso.

― Estoy muy orgullosa de ti... —decía despacito.

― Abu...

― No te olvides de mi Blair... Mi pobrecito va a sufrir...

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora