Capítulo 9

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Sintió calor en sus manos toda la noche, fue muy difícil conciliar el sueño, la mente no la dejaba tranquila con tantos recuerdos: Escocia, iluminantes, energía, Omar...

«Un apuesto y varonil Omar», pensó dormitada.

A sus diecisiete años no creyó que el español sería el protagonista de su primera historia de amor.

Cada tarde, en su bicicleta, pasaba escondiendo una sonrisa y mirando a la joven que paseaba o comía helado con una mujer mayor en el parque. Le roía la curiosidad por dentro, se veía un poco cortado ante la compañía de quien suponía, sería su abuela, pero le salió todo al revés, cuando fue la misma mujer que arrastró a la jovencita y se le acercó.

Aitana le simpatizó desde el instante en que supo su nombre.

Desde aquel día la invitó a salir por las tardes y se la devolvía puntualmente a Catalina a las siete. También cenaba con ellas de vez en cuando.

Una semana después, Omar ya le estaba robando los labios a Aitana, en el mismo parque donde se conocieron, bajo un árbol y envueltos en una fresca brisa.

La joven sintió que la caricia caló en lo más profundo de su ser de manera indescriptible, y se vio aún más conmovida al escucharlo de él: «Fue perfecto, Ita, tierno, loco, apasionado...»

El ardor se expandió por todo su cuerpo, veía además las chispas de sus ojos, reflejados en los de su compañero.

Supo en ese instante que Omar se quedaría en su corazón para siempre.

Luego el joven empezó a guiarla a través de caricias traviesas, quitándole las dudas y convenciéndola de que podía confiar en él. Así, un día, las sábanas de Omar guardaron, lo que sería el principio de varias sesiones de pasión.

Catalina veía en Omar al hombre que deseaba para Aitana, atento, caballeroso, responsable, cariñoso y honesto. Y es que se le dibujaba una sonrisa cada vez que los veía juntos, su Ita reía tanto...

Les permitía que vieran películas en casa o disfrutaran de un rato a solas en las hamacas de su amplio patio, bajo los árboles; pero todos sabían que a finales de marzo Aitana tendría que volver a Manta y Omar a Barcelona.

Para la joven, fueron los mejores dos meses que pudiera recordar.

Las fotos juntos las guardó en una carpetita de su computadora, oculta de Juan Andrés y Gus, sus romances posteriores, que pudieran malinterpretar el cariño fraterno que ella profesaba a Omar, con un amor aún latente.

Pero con el reencuentro, los sentimientos profundos se le estaban desempolvando.

Cuando amaneció, Catalina encontró a su nieta revoloteando en la cocina.

Entre noticias del periódico, pan y café, las consumió el reloj, debiendo darse prisa para alistarse. Omar y Tiago llegarían pronto a recogerlas.

El abuelo del joven ingeniero optó por un pantalón de tela beige y una camisa de mangas cortas morada, mientras que su nieto llegó vistiendo un jean azul marino y camiseta tipo polo mostaza.

A ojos femeninos no podían verse mejor.

Lina usó un pantalón jean —hecho a medida— y una blusa celeste con detalles de encajes, mientras que Aitana se decidió por un vestido veraniego, color durazno —después de cambiarse tres veces de ropa—, y zapatos de plataforma baja.

Después de los saludos protocolarios, se encaminaron al auto y así, al viñedo.

El día estaba fresco y nublado, por lo que la caminata entre las cepas fue agradable.

Tiago iba haciendo la presentación histórica de la plantación, llevando de gancho a Lina, pero en algún momento la pareja se adelantó, dejando atrás a los nietos.

Un poco incómoda y nerviosa, Ita peinó sus cabellos sueltos con una mano.

― Te ves hermosa, Ita —caminaba a su lado.

― Gracias —sonrió cohibida—, tú también te ves muy bien hoy.

― Te confieso que aún no puedo creer que estés aquí.

― Ni yo, Omar. Yo...

― No he podido dormir —la interrumpió, acelerado por el pensamiento que deseaba sacar, y rió—. Anoche olvidé pedirte algo importante.

― ¿Ah sí? —y su corazón se aceleró aún más de lo que ya estaba.

― Tú número de celular.

― Oh, no te preocupes.

El hombre sacó el celular de su pantalón y se dispuso a guardar el número que ella le dictó.

― Prometo que lo usaré —y la miró con aquellos ojos café que le atravesaban el alma a Ita.

― ¿En serio? —y se detuvieron.

― Si te soy honesto, me gustaría invitarte a salir. Tal vez compartir una cena, un almuerzo, o todo el día.

«O toda la vida...», agregó el joven en su mente.

― ¿Todo el día? —y su corazón se había quedado pasmado en «prometo que lo usaré». Estaba haciendo un gran esfuerzo por concentrarse.

― Sí, ¿qué dices?

― Que es muy interesante tu propuesta —sonrieron. Omar le ofreció el brazo y ella lo tomó. Así él le hubiera dicho que se quedara un mes, hubiera aceptado en ese instante.

― Iremos a la bodega, allí añejamos vinos por mucho tiempo. ¿Puedo invitarte una copa? Será algo suave, apenas son las diez de la mañana.

― De acuerdo —sonrieron más.

Dejando atrás el suelo polvoriento y se encaminaron hacia una caseta de estilo rústico, pero detrás de la puerta era más bien acogedor y elegante.

Junto al ventanal había un mesón con sillas altas, allí se acomodaron, mientras él se encargó de buscar dos copas y una botella de un mini bar.

Aitana identificó la marca, tampoco era muy conocedora de sabores, pero solía ayudar a organizar los vinos en el mini market de la abuela. Era curioso que algo de Omar estuviera cerca sin percatarse.

― Me gusta venir aquí de vez cuando, solo que esta vez cuento con compañía —y destapó la botella.

― De seguro has estado aquí con alguien antes.

― En realidad no —y le sirvió un poco en la copa—. Este es un rincón tranquilo, ¿sabes? Se respira mucho eso por aquí. Por cierto, he aprendido bastante sobre este negocio en los últimos años, es como hablar de mujeres.

― ¿Los vinos?

― Claro —tomó la copa y la alzó para entregársela—. Tienen elegancia, sabor y belleza —Aitana la tomó, rozando sus dedos con los masculinos, sintiendo un ardor intenso en las manos.

― Oh... —en un descuido descubrió que el humo blanco de su energía estaba saliendo de una de sus palmas. Enseguida la cerró y respiró profundo. Él se dio cuenta.

― ¿Todo bien?

― Ah... —abrió y cerró la palma varias veces, tratando de parecer muy fresca—. Sí, solo estoy un poco nerviosa.

― No te preocupes, por favor, somos dos viejos amigos, así que no te sientas nerviosa —y después de servir su copa, chocó con la de ella.

Con cada sonrisa que él le provocaba sentía más y más calor.

Aitana temía no poder sobrevivir un día entero sin que su energía la delatara. 

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora