Capítulo 10

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Mientras terminaban de tomar la copa de vino y, Omar le contaba a su compañera lo difícil que le resultó acoplarse a Roma, cuando apenas se mudó, recibió la llamada de Tiago, diciendo que «no se preocupen por Catalina y yo, nos podemos ver después, ustedes diviértanse».

La joven pareja rió, sabiendo que ya tenían planes por su cuenta.

Decidieron retomar el recorrido por los campos, mientras Omar le explicaba paciente y amablemente el proceso de siembra, cuidado, recolección y producción de los vinos.

Lo hacía con esmero, reflejando para Ita lo mucho que le gustaba el negocio.

Ella admiraba su esfuerzo e inteligencia, y esto le despertaba un anhelo profundo por quedar atrapada entre sus brazos...

Y distraída, tropezó con piedritas, y presto él, enseguida la tomó por los brazos y cintura.

Aitana sintió desvanecer ante el tacto masculino.

Rieron nada más y continuaron.

La mujer sintió más calor en las manos, sin poder controlar el humo blanco que empezaba a aparecer y la brisa que repentinamente tomaba fuerza, escondió las manos, colocándolas detrás y esbozando su más fresca sonrisa.

A lo lejos divisó una caseta muy parecida a unos establos. En su rostro se reflejó la duda y él le adivinó.

― Esos son los establos. Justo ahora no están los caballos, sino te invitaría a conocerlos.

― ¿Caballos? —y no pudo evitar fruncir un poco el ceño.

― ¿No te agradan?

― Son lindos, pero... enormes.

― Así que te asustan un poco.

― La abuela me presentó a sus caballos en Escocia. Insistió mucho en que me relacionara con ellos, pero siendo honesta me ponen nerviosa y prefiero guardar la distancia.

― Entiendo. Son temperamentales a veces, pero en realidad son muy cariñosos.

― ¿Y dónde están ahora?

― Eh... Se los llevó la veterinaria. Son cuestiones de rutina, nada grave.

― Oh... —y se quedó con la duda, pensando en por qué no eran revisados en su propio campo, pero siendo poco conocedora, decidió callar.

Más adelante, se toparon con mesitas al aire libre, y Omar pidió de favor a un colaborador que les enviaran dos postres de frutos secos del restaurante.

Aitana le comentó su fallida elección de carrera universitaria y su reciente graduación, en la que sentía era la correcta.

Intercambiaron conceptos administrativos y él no dudó en brindar un par de consejos para el nuevo cargo que tenía en la cafetería familiar.

Todo era tan ameno e incitador, que se vieron obligados a mantener sus impulsos a un lado. Omar tenía la misma urgencia que ella por sentirse cerca, pero por miedo a espantarla, prefería rebuscar la calma en su interior.

Almorzaron juntos en el restaurante y, el resto de la tarde pasearon en el auto de Omar, uno de cuatro puertas en color azul marino. Elegante, limpio y fragante.

Hicieron paradas en una heladería y un centro comercial. Omar descubrió que a ella le seguía gustando el helado de fresa y las carteras en colores tierra.

Era como si no hubiera pasado el tiempo, excepto por las experiencias y madurez, que veía detrás de las lucecitas, de los ojos femeninos.

Sentía algo desgarrador por dentro de imaginarse a aquellos que hubo después de él, porque de eso estaba seguro sin que ella lo comentara, pero debía aceptarlo. Menos mal estaba soltera ahora, como lo dijo Catalina, aunque de haber estado comprometida con alguien, tampoco se hacía responsable por las locas ganas de besarla que le despertaba.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora