Capítulo 6

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― Muy bien, Ita, tienes tres botellitas con agua sobre troncos de madera, a cinco metros de ti. Estamos tú y yo nada más.

― Y los caballos...

― Bueno sí, pero te aseguro que no arruinarán tu secreto.

― ¿Por qué no se van? Me miran y eso me pone nerviosa, abu.

― No te preocupes, querida —sonrió.

Ambas decidieron aprovechar la mañana fresca para empezar con las prácticas. Lejos, atrás de los establos.

Llevaban las botas para el campo, jeans y blusas de colores, además de abrigos. Lina tenía el cabello corto, por los hombros, suelto, mientras que Aitana había sujetado los suyos negros, en una alta coleta.

― ¿August y Doreen no estarán viéndonos desde la casa, abu?

― No lo creo. Aun si así fuera, son muy discretos.

«Por eso nos observan con binoculares», pensó Lina, riendo a sus adentros.

― Bueno —tomó un profundo respiro, mirando hacia el frente.

― No le temas al viento, Aitana. Es tu amigo.

― ¿Cómo estás segura que mi... energía está conectada al viento?

― Por lo que me has contado. Siempre hay una brisa o ventisca cuando usas tu energía.

― Y uso mis manos.

― Así es.

― ¿Qué es todo esto, abu?, ¿magia negra, blanca...?

― Para la magia se usan hechizos, varitas, báculos, conjuros. La energía, en cambio, está únicamente conectada a los elementos de la naturaleza.

― Oye..., empiezo a creer que sabes más que yo respecto a mis habilidades, eh.

― No lo creas —rió, y diría la mentirilla que ya tenía en mente—, me puse a buscar en internet tan pronto me hablaste de esto. Creo que será de ayuda.

― Mmm...

― Concéntrate, Aitana. Cierra los ojos, abre las manos frente a ti y busca el calor en tu interior.

Obediente, la joven empezó a eliminar todo a su alrededor, quedándose a oscuras, escuchando un eco vacío del viento.

Sentía que la brisa alrededor, se aceleraba, revoloteando sus cabellos, además de una ligera sensación de calor en sus manos.

― Ita, abre los ojos.

Dio un brinco del susto. En sus palmas giraba una especie de humo blanco, poco luminoso.

― ¿Pero qué...?

― Concéntrate —le tomó una mano despacio, direccionándola hacia uno de los objetivos—. Intenta golpear la botella del centro.

― ¿Cómo? —y temblaba.

― Deséalo —cruzaron sus miradas. Lina sonrió y Aitana frunció el ceño.

La joven miró la botella plástica con agua, tan pronto se volvió una obsesión tumbarla, el viento cobró verdadera fuerza. De su mano izquierda salió disparado aquel humo blanco, envolviéndose con el viento de antes, atinando a un lado de la botella. Ita movió el brazo, tratando de apuntar y finalmente la tumbó.

Lina la sostuvo, porque Ita ya había empezado a retroceder, estupefacta ante lo que sus ojos presenciaron.

― Creo que esto no es telequinesis, después de todo... —dijo, asustada.

En segundos, cayó desmayada, amortiguada por su abuela.

En segundos, cayó desmayada, amortiguada por su abuela

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Era de noche y muy confuso. Los caballos relinchaban y había luces negras muy potentes, nada comparado a lo que ella había visto salir de una de sus manos.

Alas negras maltratadas, rayos, lluvia, gritos de varios hombres...

― Ita, Ita...

A la voz de Lina, la joven despertó, agitada y desubicada.

― ¿Qué... qué...? Ellos...

― Aitana, tranquila, estás en casa, respira.

Lina se encontraba a su lado, sentada al borde de la cama. La joven empezó a tranquilizarse tras reconocer su habitación.

― Abu...

― Tuviste un sueño.

― Un sueño... las botellas, mis manos...

― Bueno, eso no lo fue.

― Yo... —se sentó, sosteniendo su cabeza.

― Creo que fue suficiente por hoy.

― ¿Y lo demás? Las alas negras, los gritos, los caballos relinchando...

― Ita, estás un poco confundida.

― Entonces eso sí fue un sueño —se recostó en las almohadas, respirando aliviada.

Lina no sonrió esta vez. Al contrario, su rostro se tornó triste y pensativo. Ita había soñado con «Los jinetes oscuros». La última y única vez que la mujer mayor había soñado con ellos, perdió a su Lucho.

― Aitana...

― ¿Abu, estás bien?

― Creo que... —y no sabía exactamente qué decir— Ita, ¿cómo te sientes ahora que sabes sobre tu energía?

― Oh... —y volvió a suspirar— Aún parece poco real. ¿Blair y Aila no se asustaron? ¿Cómo me trajiste hasta aquí?

― Ellos están bien. Y August te cargó. Doreen te revisó y dijo que solo estabas cansada. Ya ha pasado una hora desde que te desmayaste.

― No entiendo nada, abu. El viento, mis manos, la luz... ¿viste que salió una luz de mi mano? Tumbé esa botella con... con todo eso.

― Aitana —le tomó las manos—, prométeme algo, por favor.

― Sí, dime.

― Eres muy especial, si sigues practicando, debes usar tu energía para el bien, para proteger a todo ser que lo necesite, y si un día encuentras un propósito o una misión que, tal vez, pareciera ser más grande que tú, lo aceptarás con valentía y amor, sin dejar de lado tu vida cotidiana, tal y como la conoces. No olvides a Blair, por favor, él es maravilloso, confiable, amable y cariñoso —y se le aguaron los ojos—. Es mi mejor amigo. Su hogar es donde los seres, que él ama, están.

― Pero, abu... —la nieta le limpió las lágrimas que caían por sus mejillas—. Dices todas estas cosas...

― Por favor, mi Ita querida.

― Sí, por supuesto, lo prometo. Pero no hables así, no llores. Tu caballo estará bien, tú y yo igual —sonrió, contagiando a la abuela.

― Te quiero mucho, mi niña.

― Y yo a ti —y la abrazó—. ¿Sabes? Aunque no entienda exactamente mi... energía, o qué me depare el futuro, creo que fue bueno habértelo dicho y que me ayudaras —se separaron, sonriendo—. Seguiré practicando y tendré control sobre ella.

― Lo harás muy bien.

Y se cerraron en otro abrazo.

Lina se aferró a la esperanza de que Ita pudiera hacerle frente a la elección del nuevo guardián.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora