Capítulo 8

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En el umbral de la casa, Tiago y Lina sonrieron al verse, entregándose al beso protocolario, mientras Omar y Aitana quedaron presos en sus miradas, ante el inesperado reencuentro.

― ¡Pero Omar, querido, no te quedes ahí y dame un beso! —saltó la abu, en español— ¡Mira qué grata sorpresa —y el joven sonrió ampliamente ante la mujer que se acercaba a su rostro—, eres tú el nieto de Tiago!

― ¡Hablas español y conoces a mi nieto! ¡Epa!, ¿pero de qué me he perdido? —terció Tiago con un seseo leve y un acento italiano, mezclados.

― Pues te lo resumo —respondió la abu, tomando a Omar por un brazo—, mira que Omar y Aitana tuvieron un romance hace muchos años aquí, en Roma. Terminaron porque ambos regresaron a sus países de origen.

― Muchacho y no se te ocurrió presentarme a la abuela de esta señorita —Tiago le sonrió a Ita y esta reaccionó ante la mirada de los tres, con un intento de sonrisa y retomando aire— Es un placer, Aitana, Catalina me dijo que su nieta era bonita, pero confieso que ha superado mis expectativas —le extendió la mano.

― Muchas gracias, Tiago, igual es un placer —estrechó su mano, tratando de mantener su punzada de nervios bajo control—, he oído mucho de usted —y en un descuido, Omar estaba a su lado, enervando sus sentidos.

― ¿Cómo estás, Aitana? —dijo con la voz grave que ella recordaba, y la besó en la mejilla, estremeciéndola entera, con su tacto y el olor de su perfume.

― Hola, Omar —sonrió, mirando los ojos color café del hombre, ligeramente por encima de la altura de los suyos.

― Bueno, ¿nos vamos? —Tiago y Lina se fueron enganchados del brazo hasta el auto. La joven pareja los siguió unos segundos después, mientras Omar le daba paso a Ita y cerraban la puerta.

Los mayores se sentaron atrás, dejando el volante y el asiento de al lado libres, para sus nietos.

Aitana se sentía aturdida. Omar se veía mejor de lo que recordaba. Lo encontró más fornido y maduro. Un poco más moreno por el sol, ya que su piel era de un tono vainilla; seguía manteniendo su cabello cortito y, su quijada, un poco redonda, limpia. Sus ojos café guardaban un brillo y su sonrisa de dientes blanquitos la cautivaron tanto como el primer día que lo vio. Tendría unos treinta y cuatro años, si las cuentas no le fallaban, aunque su voz seguía igual de profunda y estremecedora.

Catalina y Tiago conversaban amenamente y a volumen bajo sobre el reciente viaje a Escocia, dejando a los jóvenes envueltos en un incómodo silencio.

― No sabía que me encontraría con ustedes esta noche —dijo Omar, mirando rápidamente a la joven y devolviendo su atención al frente.

― Sí, fue inesperado.

― ¿Cómo has estado? —no tenía seseo, pero sí un leve acento italiano.

― Bien, Omar, vine por unos días, ¿y tú?

― Igual, aunque ahora vivo aquí.

― ¿En serio?

― Administro el negocio de vinos junto a mi abuelo, desde hace unos años. ¿Recuerdas que mi italiano era muy malo?

― Sí, yo tampoco lo dominaba mucho en ese entonces.

― Bueno, ahora he mejorado. ¿Volviste a Roma después de... aquella vez?

― Sí, cada año. También manejo el idioma mejor.

― Qué descuido el no buscarte de nuevo, ¿no lo crees? —la joven no supo qué responder, en cambio le regaló una sonrisa tímida, agachando la mirada— Fue hace tanto tiempo... Parece mentira que ahora estemos reunidos.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora