Capítulo 12

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Cony puso el grito en el cielo. Dejó la taza de café a un lado y abrió los ojos como dos platos.

― ¡Qué! —enseguida se dibujó una sonrisa enorme en su rostro— ¡Ita!

― Sí, amiga, yo también me quedé pasmada.

Reunidas en la cafetería, Aitana le comentó sobre su reencuentro con Omar. La historia de aquellas vacaciones en Roma, Cony la sabía completa y estuvo presente durante la rehabilitación del corazón de su amiga, después de la separación.

― Pero, pero... ¿por qué no lo trajiste o te quedaste?

― Cony —la regañó.

― Ay sí, ya sé, que él tiene su vida y tú la tuya, a miles de kilómetros de distancia, pero, pero ¡es Omar! El encantador español que amaste tanto...

― Sí...

― ¿Qué dijo cuándo se despidieron?

― Fue muy difícil. Nos abrazamos por mucho tiempo y dijo que... —transportó su mente a ese momento— nos volveríamos a ver, no sabía cuándo ni dónde, pero era una promesa —y sintió calor en sus manos. Intentó calmar su corazón y respirar profundo.

― Ya está, Ita.

― ¿Qué?

― Omar y tú lo resolverán, ya verás.

Aitana esperó que su amiga, Tiago, la abu y todos los que confiaran en eso, tuvieran razón.

Después de la merienda con su amiga y un largo día en la cafetería, llegó a casa y se tumbó en la cama. A su mente llegaron los recuerdos con Omar y la brisa entró en la habitación alzando las cortinas...

― Basta —tomó asiento—. Practicaré, no puedo dejar que mi energía siga revolviendo mi vida. Tengo que controlarla.

Aitana era disciplinada, así que no le costó empezar con un régimen de entrenamiento, y no solo a nivel emocional y mental, sino a nivel físico. A las siete de la mañana se encontraba con Cony en el gimnasio, luego iba a casa, se aseaba y empezaba la jornada en la cafetería.

Los primeros días practicó sus iluminantes en la habitación, moviendo su bolso, zapatos, libros y el celular, teniendo éxito. Continuó con más objetos hasta que el estruendo superó la paciencia de Maribel. La excusa de Aitana era que bailaba y se tropezaba.

En la cafetería también practicaba, mientras estaba a solas en la cocina y, a veces se quedaba después de cerrar. Barría con brisal y reacomodaba los manteles y sillas con rafaganta.

En un mes, impedía hasta que el viento la despeinara.

Todo, en medio de los mensajes que Omar le enviaba por las tardes —en Roma sería de noche—, aunque no todos los días, pero era más que suficiente.

De repente llegaban a la cafetería, cajitas con una rosa roja artificial, o un vino italiano. Las tarjetas eran impresas a computadora, pero sin duda eran sus palabras: «Hermosa mía, que tengas una linda semana. Omar».

― Otro regalo, eh —Karla sonrió, detrás del mostrador, junto a Ita.

― Es alguien muy especial —llevó la tarjeta a su pecho.

― No creo que a Gus le agrade la idea —y señaló con la mirada al hombre que se acercaba.

Karla se retiró hacia la cocina.

Ita no tuvo tiempo de guardar la caja de vino, pero si lo pensaba un poco, no quería hacerlo, le hubiera gustado que todos se enteraran de su regalo.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora